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Bésame, señor muelle, por Karina Sainz Borgo

"El verano está hecho para la combustión. Para arder en la paila de la primera vez y el regreso a lo que fue nuestro corazón cuando descubrimos el mar".

El verano ha llegado y me descubre en una habitación de hospital, a los pies de una cama de sábanas blancas. Hace calor y aguardo la llegada del día mientras separo en sílabas la palabra muelle, esa malla invisible con la que la vida desembarca en el cuerpo de un hombre que se resiste. Son las tres de la mañana y un holder convierte el corazón de mi padre en un pitido, mientras yo desbrozo mis recuerdos como quien arranca pellejos a una mandarina madura.

En verano todos los días son un incendio. Un infierno escrito con la caligrafía de una uve que invita al abismo y la resurrección. Vigilo el sueño de mi padre. Hace calor y me inicio en ese lado de la vida donde las cosas menguan. Cada latido suyo es una hoguera que salto en tacones, una carrera contra el reloj de mí misma. El verano es el señor muelle que actúa sobre la sangre con la eficacia de un domador.

El verano está hecho para la combustión. Para arder en la paila de la primera vez y el regreso a lo que fue nuestro corazón cuando descubrimos el mar. Es el tiempo de las fiestas, las comilonas y los excesos. Es este electrocardiograma que sostengo entre las manos mientras escucho a la Callas, no importa en qué papel, si Norma, Violeta, Medea o Tosca. Es ella, advirtiéndome en cada arpegio que la vida sobreactúa.

En verano mueren los amores, las esperanzas, las personas, los toreros, los niños y los plazos. En verano mueren los matrimonios. Las promesas que se desparraman en el ombligo de una tripa caída. El verano es la pudrición y la caducidad. Es feo, aunque nos resistamos a creerlo. Es la pura belleza de lo que llega a su fin. Es el tiempo de los arpones y los desenlaces, es este hospital a las tres de una madrugada sin viento.

El verano es todo esto que me rodea: un pelotón de camillas y las cuerdas de un violonchelo interpretado por Jacqueline du Pré. Es mi padre venciendo, es este infarto sin avisos. Es hacerse mayor sometiendo al miedo. Es la aguja que desgarra la piel de un hombre bueno, para mí el único en la Tierra. El verano es esa vía por la que viajan las medicinas para curar un corazón cansado. Es la nevera repleta de cosas que no sirven para nada, la pequeña muerte de la siesta y el sobrepeso de las olas que rompen, cargadas de medusas, en la playa de mis recuerdos.

El verano incumple expectativas bellamente. Es la estación que nos arropa y derriba. Es ese tiempo que arrasa y renueva. Es esta mengua, esa perpetua vejez que ensancha la cintura e invita a la deformidad. Es reírse ante el espejo, porque dentro de poco nos iremos a casa, mi padre y yo, supervivientes de la alegría de las terrazas en las que otros brindan y donde las ambulancias dan gritos de advertencia.

El verano es el señor muelle vaciándome el corazón para que la vida siga latiendo en el cuerpo de alguien más. Es el peso de las novelas de Pavese y la Ginzburg. Es el suicidio de la infancia. Es todo esto que me sangra en los bolsillos. Es el rojo que tiñe las uñas de unos pies cuarteados por el asfalto. El verano es lo que viene y lo que se ha ido. Por eso bésame, señor muelle: bésame en esta playa repleta de medusas.