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¿Merecen la pena los rollos de verano?, por Valérie Tasso

"Sí, que a nadie le quepa duda de que las mujeres deseamos y practicamos sexo esporádico (buena noticia), pero el reverso oscuro es que lo que nos aporta suele decepcionar nuestras expectativas. Y eso a pesar de que también hemos aprendido a fingir que siempre es maravilloso".

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Valérie Tasso
Valérie Tasso

El deseo es un sofisticado colonizador con afán por descubrir nuevos territorios. Nada le aburre más que lo conocido y nada capta tanto su atención como lo novedoso. Su voluntad es conquistadora y su determinación, firme. Lo suyo no es obedecer, sino sojuzgar. Conseguir su fin nos produce euforia... pero también tristeza, pues el deseo triunfante debe morir para dejar paso a uno nuevo, mientras su fracaso nos deja sumidos en la melancolía.

Lo cierto es que al deseo, y su cabezonería tiránica, le debemos la construcción de nuestra identidad, personalidad y sexualidad. Y el sexo casual y las relaciones efímeras son, para un deseo infantil, como un bollo de crema en el escaparate de una pastelería. Por lo tanto, no tiene nada de raro que se nos despierte la libido con esos secuenciales propósitos. Y menos en verano.

Desear vs. deber: la gran batalla (interna)

Cuando tienes cierta edad -y un par de dedos de frente-, el libre campar del deseo se suele combatir desde varios frentes: ya sea el principio de realidad, el simple sentido común o la cultura social... Frente al bollo de crema nos reprimimos -o no- atendiendo o transgrediendo a lo que consideramos nuestro deber. Pero no sin antes librar una batalla interna (y en ocasiones trágica) entre lo que deseamos hacer y lo que debemos hacer. Una guerra sin tregua, que marcará en gran medida nuestra satisfacción por el rollo de una noche y condicionará futuras apetencias por este tipo de contactos sexuales. De estos encuentros no se espera más que lo que dé el momento: ni relaciones de continuidad, ni vínculos de repetición, ni más afinidades que las que otorgue el episodio. Nada más... y nada menos.

Tradicionalmente, las relaciones efímeras estivales solían estar reservadas a los hombres. Como todos los principios morales que emanan de la cultura, para ellos no faltaban las justificaciones: que si está en su naturaleza diseminar su semilla por todas partes, mientras que nosotras somos más selectivas y receptivas; que si es cosa de la testosterona, porque ellos la tienen en mayor proporción... Desde los paradigmas reproductivos que se adaptaban al modelo sexológico del locus genitalis (que abordaba el hecho sexual humano desde lo meramente reproductivo), hasta los planteamientos biologistas de la modernidad, la conclusión estaba clara: las relaciones esporádicas eran cosa de hombres.

El rollo (femenino) desinhibido y promiscuo de una noche de pasión

Pero hace relativamente muy poco, ese paradigma cambió y ahora es cosa de los dos sexos. No hay duda de que las mujeres (y si no que se lo digan a Madame Bovary) podemos ser tan promiscuas, desinhibidas y faltas de compromiso como los hombres. Incluso apareció el famoso gen del adulterio, el DRD4, y los científicos desarrollaron todo un cuerpo doctrinario sobre la paridad en lo libidinal. Sea cual sea la verdad biológica, lo cierto es que las mujeres no solo tenemos el mismo derecho al sexo casual que los hombres, sino que -tal vez de manera más discreta- solemos ponerlo en práctica con similar frecuencia. Pero, ¡ay!, lo cierto es que a nosotras nos suele reportar menos beneficios que a ellos. Y lo dicen las estadísticas, pero también las consultas de sexología: en estos encuentros gozamos menos y sentimos más culpa al día siguiente. ¿Por qué? ¿Acaso seguimos actuando de acuerdo a un modelo cultural y moral en teoría ya superado?

Puede que a nosotras aún nos cueste entender un encuentro sexual como algo aislado, y no como el principio de una gran amistad, como decían en Casablanca. Puede ser también que la estructura erótica de un encuentro extemporáneo no se ajuste bien a la sexualidad femenina; nuestra respuesta sexual y nuestra maquinaria de gozo son exigentes y se llevan mal con las premuras, la falta de atención propia de un "aquí te pillo..." y la carencia de claridad mental, que deriva, a veces, de una ligera embriaguez.

Y ya que hablamos de embriaguez, recordemos que al deseo le gusta engalanar lo que quiere. Antes de una conquista, quiere que su objetivo vista sus mejores ropajes y nos hace al otro irresistible. Stendhal llamaba a ese proceso "cristalización"; porque según él, hacía que una simple rama, por el hecho de sumergirla en las heladas aguas del Rin (el velo engalanado del deseo), surgiera llena de luminosos cristales helados, dándole una apariencia distinta y más hermosa a la que tiene (la de una rama, por si tenías alguna duda de lo que era).

La embriaguez no supera a la realidad

Y esa cristalización, esa embriaguez, nos impulsan con mayor vehemencia a las relaciones efímeras (el término "efímero", de hecho, es familia etimológica de "febril"; se empleaba para designar la fiebre que no sobrepasaba las 24 horas). Lo malo, muchas veces, es que esa embriaguez emocional que nos impulsa a las relaciones esporádicas puede venir acompañada de otras intoxicaciones (alcohol, drogas...). Y eso hace que a la mañana siguiente, cuando el príncipe nocturno amanece rana (o sapo), el inquietante: "¿Pero qué he hecho?" suela martillear más en la cabeza más que la resaca.

Si además, nuestra realidad cotidiana (nuestra pareja, nuestra familia, nuestro trabajo...) se va a ver comprometida por el libidinoso arrebato, el "pero ¿qué he hecho?" puede convertirse ya en un auténtico dolor. Y es que la realidad es testaruda como ella sola: puede tolerar, puntualmente, algunas disociaciones, pero pronto, a menos que andemos por el mundo con un embudo en la cabeza, nos devuelve a su orden.

Sí, que a nadie le quepa duda de que las mujeres deseamos y practicamos sexo esporádico (buena noticia), pero el reverso oscuro es que lo que nos aporta suele decepcionar nuestras expectativas. Y eso a pesar de que también hemos aprendido a fingir que siempre es maravilloso. Pero -y ahí volvemos al principio de realidad-, si tan especial ha sido la experiencia, si tanto nos satisface la proximidad de ese otro, ¿por qué darlo por concluido y no transferirlo de la categoría de esporádico a la de recurrente?

Y es que en la consulta de una sexóloga, en estos tiempos del imperativo de gozo y del consumir "porque tú lo vales", se detecta un incremento de las pulsiones libidinales, pero también de los agujeros existenciales. Pero que nadie se asuste ni entienda esto como una negación. A veces decir que sí a un bollo de crema puede compensarte, pese a todo. Y más en verano.

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