Puede que la vocación de contadora de historias de Laetitia Colombani (Burdeos, 1976) naciera de una pequeña tragedia que sucedió en su infancia, cuando la biblioteca en la que trabajaba su madre se incendió. Llegaron entonces a su casa cajas y cajas de libros con la portada chamuscada, pero el interior intacto. No servían ya para volver a las baldas de la biblioteca, pero sí para amueblar su imaginación. Estudió en la Escuela de Cine Louis Lumière y en poco tiempo se consolidó como directora, guionista y actriz. Con su primera novela, La trenza, ha puesto su talento también al servicio de la literatura. En ella relata la conmovedora historia entrelazada de tres mujeres que, sin tener nada en común, comparten una misma inquietud que las lleva a rebelarse contra su destino.
Mujerhoy ¿Qué buscaba transmitir con su primera novela? Laetitia Colombani Mi primer deseo era poner en escena las luchas y dificultades relacionadas la condición femenina. Soy muy sensible a la causa de las mujeres, a lo que viven diariamente, al lastre con el que la sociedad las carga a menudo. Tenía ganas de hablar sobre lo que significa ser mujer hoy. Para ese fin, mis tres personajes tenían que tener las condiciones de vida más remotas posible. Smita, Giulia y Sarah no parecen tener nada en común, no viven en el mismo continente, no tienen la misma cultura ni religión. No tienen el mismo nivel social, ni la misma situación familiar. Pero cada una a su manera lleva cadenas, visibles o invisibles. Lo que las une, más allá de estas diferencias, es esa pulsión de vida, el impulso que las llevará a conquistar una forma de libertad. El libro es un homenaje al coraje de las mujeres.
M.H. ¿Cuál es su visión actual sobre el destino de las mujeres alrededor del mundo? L.C. En todas partes, las mujeres deben luchar por sus derechos, su libertad, su integridad física (como es el caso en la India, donde están sometidas a mucha violencia de manera cotidiana), pero también la moral y la psicológica. E incluso en una sociedad en apariencia muy igualitaria, persisten enormes desigualdades: en el trabajo, con el famoso techo de cristal y las diferencias salariales, pero también en el hogar, porque las mujeres hacen doble jornada. Los desafíos que la sociedad actual presenta a las mujeres son enormes.
M.H. ¿Cree en la fatalidad y el destino o, por el contrario, piensa que las personas somos dueñas de nuestra propia historia? L.C. Aunque existe una parte de determinismo social al que a veces es difícil extraerse, quiero creer que la combatividad y la determinación pueden ser factores de cambio. En La trenza, quería mostrar cómo, desde el personaje de Smita –la mujer india, que es la más oprimida de todas–, hasta Sarah –la abogada canadiense, que aparentemente es la más libre–, es posible salir de su condición y cuestionar el lugar que la sociedad nos ha asignado.
M.H. ¿Hay algo de usted en cada una de las tres protagonistas? L.C. Me siento cerca de las tres heroínas, en el sentido en que las he construido a partir de mí: Sarah es la que puede parecer más próxima a mí, puesto que pertenece al mismo tipo de sociedad, donde las mujeres han conquistado (aparentemente) los mismos derechos que los hombres. Ella es una madre trabajadora, que también es mi caso, tiene que enfrentar las dobles jornadas, exceso de trabajo y una cierta forma de culpabilidad, un sentimiento que muchas mujeres a mi alrededor comparten. Smita vive una realidad muy alejada de la mía, pero es madre: tiene una niña igual que yo y por ella se siente dispuesta a cualquier cosa. Giulia, finalmente, es una mujer joven que se parece a mí en su perspectiva de vida: ella cultiva una relación intensa con la literatura (yo soy hija de bibliotecaria y crecí rodeada de libros). Y además es una persona apasionada, una gran enamorada… cosa que yo también soy.
M.H. ¿Ha conocido in situ cómo viven las mujeres como Smita? L.C. He realizado muchas investigaciones para la parte india de mi relato. Viajé a la India hace unos años y he visto docenas de horas de documentales sobre la condición de los intocables allí, y de las mujeres en particular. Lo que soportan es inimaginable. Para ellos nada ha cambiado a lo largo de los siglos, el sistema de castas los mantiene en una gran precariedad. Claro que el Gobierno establece cuotas de plazas reservadas en la administración y las universidades, pero a pesar de esto la discriminación continúa. En mi libro, la historia de Smita es ficticia, aunque todas las situaciones descritas están inspiradas en hechos reales. Es aterrador.
M.H. ¿Cuáles son las realidades de las mujeres en India que más impacto le causaron? L.C. Todo lo que he descubierto sobre la condición de las mujeres en aquel país me aterra. Hablamos de una epidemia de violaciones colectivas en los últimos años y el número de mujeres asesinadas en la India cada año es escalofriante: dos millones. ¡Y nadie habla de ello! Existe también otra auténtica epidemia: el matrimonio precoz de las niñas. Es dramático, un problema social real.
M.H. En la historia de Giulia introduce temas como la inmigración y la raza. ¿Cree que el amor puede con todo? L.C. Creo que el amor puede dar alas, en efecto. Puede revelarse como un increíble reservorio de energía. Para Giulia, será el elemento desencadenante, la chispa que le permitirá cambiar y salvar el taller familiar. Me gusta la idea de que la salvación venga del exterior, del extranjero: Kamal, el hombre sij de quien se enamora, tiene otros valores, tradiciones distintas a las suyas. Esto es precisamente lo que le permitirá evolucionar. Quiero creer que el amor puede traspasar las fronteras y los prejuicios.
M.H. ¿Qué se le mueve dentro cuando escribe frases como “el mar es un cementerio”? L.C. Me aterran las imágenes que se pueden ver en la prensa. Cuando descubrí la fotografía de ese pequeño niño sirio que murió en esa playa en Turquía que dio la vuelta al mundo, rompí a llorar. Me siento profundamente solidaria con el destino de estos inmigrantes que arriesgan sus vidas todos los días. Pensar que estos hombres, estas mujeres, estos niños a veces terminan ahogados en el agua helada en el medio de la noche me da ganas de gritar.
M.H. En el otro extremo del mundo, Sarah, una de sus protagonistas, habla de la “violencia invisible” en el primer mundo L.C. Sarah, como tantas otras mujeres en nuestras sociedades occidentales, es “una bomba lista para explotar”. Para ella, esta bomba será el cáncer. Para otros, será un burn out o una depresión. La violencia que describo en el mundo del trabajo, esta violencia sorda que limita el acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad, como la evolución de su salario, es realmente inaceptable. Es hora de que las cosas cambien realmente.
M.H. ¿Cuál es su manera de entender el feminismo? L.C. Soy feminista porque me siento cerca de las mujeres y quiero hacer oír su voz. Para mí, esta noción no implica agresividad ni guerra de sexos. Hay hombres que aman a las mujeres, las apoyan y luchan por ellas. Yo he querido pintar a uno de ellos en el libro, a través del personaje de Kamal, el hombre sij del que se enamora Giulia. En mi opinión, este combate debemos librarlo juntos, hombres y mujeres, de la mano, para trabajar por una sociedad más justa y más igualitaria para nuestras hijas, nuestras nietas y las generaciones de mujeres que las sucederán.
20 de enero-18 de febrero
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