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Chanel Miller ya no tiene miedo

Primero dijeron que era “una mujer borracha e inconsciente” y después la llamaron Emily Doe, pero nadie conocía su auténtica identidad. Ahora, la superviviente del caso más mediático de violación de los Estados Unidos ha dado un paso al frente para reapropiarse de su historia y su propio su nombre.

Chanel Miller fotografiada con motivo del lanzamiento de su libro. / d.r.

Silvia Torres
Silvia Torres

"Tú no sabes quién soy, pero has estado dentro de mí. Y por eso estamos hoy aquí”. Así empezaba la declaración de Emily Doe –una variación de su nombre de testigo protegida– en el juicio contra su violador, Brock Turner, un estudiante de la Universidad de Stanford de 20 años, campeón de natación con perspectivas olímpicas, de buena familia, rubio y de ojos azules. Lo más parecido a un semidios en un campus norteamericano.

El juicio, celebrado en 2016, fue uno de los más mediáticos del país por dos motivos: la condena casi simbólica (seis meses que se convirtieron en tres) a un violador de clase alta; y, sobre todo, por la viralidad de la carta de Emily Doe (estudiante de Literatura en Stanford de 22 años), una joya literaria de unos 12 folios donde contaba cómo era su vida tras la agresión sexual. La impactante declaración de 7.000 palabras se publicó días después de la vista en la plataforma de internet Buzzfeed, fue leída por millones de personas –también en la CNN y el Congreso– conmovió a políticos, periodistas, al entonces vicepresidente Joe Biden y a miles de mujeres víctimas de violación que se sintieron conminadas a compartir, ellas también, sus experiencias en internet. Voces llenas de dolor e indignación que con sus palabras desencadenaron el #MeeToo.

BROCK TURNER . El nadador, el violador: el 17 de enero de 2015 tenía 19 años y una beca de natación que le había permitido estudiar en la Universidad de Stanford. Héroe deportivo de buena familia, Brock Turner violó a Chanel Miller a la salida de una fiesta en una fraternidad, detrás de unos contenedores de basura, mientras ella estaba inconsciente. Los 14 años a los que podía haber sido condenado se quedaron en seis meses, de los que cumplió la mitad. Hoy sigue viviendo con sus padres y trabaja en el servicio de paquetería de una empresa. Sus compañeros dicen que es “discreto y muy educado”. / d.r.

La noche de autos

Según los hechos probados, el 17 de enero de 2015 Turner agredió sexualmente a Emily a la salida de la fiesta de una fraternidad de la Universidad de Stanford. Lo hizo en uno de los tantos bosques solitarios del campus y detrás de un contenedor de basura. Ella estaba borracha e inconsciente. Dos estudiantes suecos que llegaban a la fiesta en sus bicicletas vieron a un hombre arremetiendo contra un cuerpo inmóvil y lo increparon. Turner escapó dejando a su víctima semidesnuda y sin conocimiento hasta que despertó horas después en el hospital, sin entender cómo había llegado hasta allí y por qué no llevaba su ropa interior.

Durante un tiempo, creí que eso era todo lo que me merecía”.

Tras la denuncia, la policía arrestó al agresor, que salió en libertad pagando una fianza de 150.000 dólares. El juicio se celebró en 2016, se le acusaba de cinco cargos y se le encontró culpable de tres ( intento de violación, penetración de una persona inconsciente y penetración de una persona intoxicada). A pesar de ello, el juez de la Corte Suprema del Condado de Santa Clara, Aaron Persky, lo condenó a solo seis meses de cárcel (de los 14 años posibles). El juez dijo que una larga condena tendría “un impacto severo” en la vida del acusado, de quien se repitió una y otra vez en el juicio que era campeón de natación con posibilidades de medalla olímpica. Ante aquella cadena de injusticias, la víctima decidió leer en el juicio una carta dirigida a su agresor para mostrar a los presentes cómo la violación había tenido –para utilizar las palabras del propio juez– “un impacto severo” sobre su propia vida y la de su familia. Y les dijo cosas como: “Me enteré de lo que me había pasado sentada en mi mesa leyendo las noticias, en la oficina. Me enteré de lo que me había pasado al mismo tiempo que el resto del mundo era informado al respecto. Así fue cómo entendí por qué había tenido clavadas en el pelo todas aquellas agujas de pino, entendí que no habían caído de ningún árbol. Me enteré de que alguien me había quitado la ropa interior y me había penetrado con sus dedos. Yo ni siquiera conocía a esa persona. Aún no la conozco. (…) Seguí leyendo. En el siguiente párrafo leí algo que nunca olvidaré. Leí, que según él, me había gustado. ¡Que me había gustado! No tengo palabras para explicar lo que sentí en ese momento. Sobre todo cuando, al final del artículo, después de enterarme de los detalles gráficos de mi propia violación, se mencionaban todos los récords de natación del violador”.

La declaración –leída en el tribunal, dirigiéndose en primera persona al agresor por expreso deseo de la víctima– tenía la fuerza de un relato crudo y vigoroso, que fue el único recurso que encontró la víctima para defenderse de un sistema supremacista que la daba por perdedora. Un recurso, el de la fuerza de la verdad y la palabra, que no cayó en saco roto, ya que tras el caso se consiguieron cambios drásticos en las leyes de California, entre ellos que los delitos de agresión sexual no prescribieran y la destitución del juez encargado del caso.

Cuatro años después, Emily Doe ha decidido desvelar su identidad y su nombre real: se llama Chanel Miller, y el 24 de septiembre saldrá a la venta su libro en Estados Unidos, con el título Know my name (Conoce mi nombre). Dos días antes, el día 22, se emitirá una entrevista con ella en prime time, en el famoso programa de la cadena CBS 60 minutes.

La expectación ante su aparición es similar a la que habría en España si la víctima de La Manada decidiera dar la cara y conceder una entrevista en horario de máxima audiencia. Muchas feministas se congratulan de que por fin se haga dueña de su propio relato y otras se preguntan si no volverá a sufrir el abuso al quedar expuesta al escrutinio público. ¿Volverán a preguntarle cuánto había bebido esa noche? ¿Volverán a culpabilizarla?

Quebrada sí, rota no

Miller empezó a escribir sus memorias en 2017, cuando ya su declaración ante el juez formaba parte del cuerpo teórico de esta cuarta ola de feminismo que sacude Occidente, y había sido objeto de varias tesis doctorales. Según su editora, el proceso de escribir Know my name ha sido como montar pieza a pieza el puzle de lo que sucedió la noche de la violación. Chanel Miller ha tenido que leer documentos judiciales, informes forenses, transcripciones de declaraciones de los testigos, testimonios que durante el juicio no le permitieron escuchar. “Es uno de los libros más importantes que voy a publicar en mi carrera”, le ha dicho Andrea Schulz, su editora en Viking al diario The New York Times.

El diseño de la cubierta de la primera edición del libro está inspirada en el arte japonés del kintsugi, también conocido como oro reparado, que consiste en pegar con laca y oro los trocitos de las vajillas rotas, creando un nuevo objeto, todavía bello pero con heridas. Una metáfora de la recuperación de la entonces conocida como Emily Doe y convertida hoy en Chanel Miller, probablemente una gran escritora, que no esconde sus cicatrices de guerra.

*Fragmentos de la carta de Chanel Miller leída en el juicio

No había dudas sobre la agresión sexual. Sin embargo aquí estoy ante el Tribunal, respondiendo a estas preguntas: ¿Cuánto bebiste en la fiesta? ¿Quién te llevó? ¿Qué ropa llevabas puesta? ¿Por qué fuiste? (…) ¿Qué significa este mensaje de texto? ¿Dónde estabas cuando lo enviaste? (…) ¿Cuántas veces has tenido lagunas de memoria en una borrachera? (…) ¿Vas en serio con tu novio? ¿Tenéis una vida sexual activa? ¿Alguna vez lo has engañado? (…). Tras una agresión sexual fui asaltada con preguntas diseñadas para comprobar si iba buscando un polvo rápido. El discurso implícito era: “Ella es prácticamente una alcohólica y él es un atleta, ¿está claro?”.

Él dice que me invitó a bailar y aparentemente dije “sí”. Luego debió de preguntarme si quería ir a su habitación y dije que sí, entonces me preguntó si podía hacerme un dedo y también dije que sí. La mayoría de los chicos no preguntan: “¿Puedo hacerte un dedo?”. Usualmente hay una progresión natural de las cosas, de modo consensuado. Aparentemente, yo solo dije tres palabras en total: sí, sí, sí, antes de que él me tuviera medio desnuda en el suelo. Para el futuro: si estás confundido acerca del consentimiento de una chica, fíjate si es capaz de pronunciar una oración completa. ¿Dónde está la confusión? Es sentido común. Decencia. Según él, el único motivo por el que yo estaba en el suelo era que me había caído. Nota: si una chica se cae, ayúdala a levantarse. Y si está demasiado borracha para andar y se cae, no te subas encima de ella, no le quites las bragas y no insertes un dedo en su vagina. Solo ayúdala a levantarse”.

Dices en tu declaración que estabas muy borracho para tomar las mejores decisiones y que yo tampoco podía hacerlo por el mismo motivo. El alcohol no es una excusa. ¿Puede ser un factor? Sí, pero no fue el alcohol el que me destrozó, el que me penetró, el que agarró con fuerza mi cabeza contra el suelo mientras estaba medio desnuda detrás de un contenedor. Beber mucho es un error de principiantes (...), pero arrepentirse de haber bebido no es lo mismo que hacerlo de una agresión sexual. Los dos estábamos borrachos, la diferencia es que yo no te quité los pantalones ni te toqué de modo inapropiado para salir huyendo”.

Finalmente, has dicho: “Quiero mostrarle a otras personas que una noche de exceso de alcohol puede arruinar una vida”. Una vida. La tuya. Te has olvidado de la mía (...). Aquí nadie gana. Los dos estamos devastados, los dos estamos intentando encontrar un significado a este sufrimiento. Tu daño es concreto: has perdido tus títulos, tus medallas, tus grados… Mi daño es interno, invisible, cargo con él a todas partes. Me has quitado la autoestima, la privacidad, mi energía, mi tiempo, mi seguridad, mi intimidad y mi voz… hasta hoy. (…) Has hecho de mí una víctima. En los periódicos yo era “una mujer borracha inconsciente”, 10 sílabas y nada más que eso. Durante un tiempo, creí que eso era todo lo que me merecía. Tuve que hacer un esfuerzo para volver a aprender mi nombre, mi identidad, para reaprender que eso que habían escrito no era lo único que yo era”.

20 de enero-18 de febrero

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