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El show de los testículos, Caitlin Moran

"No entiendo por qué ser visto desnudo le molesta tanto. Yo, personalmente, soy bastante relajada en cuanto a mi propia desnudez".

Caitlin Moran. / mark harrison

Caitlin Moran
Caitlin Moran

—¿Cate?

—Dime, mi único y auténtico amor –le digo a mi marido.

—Soy consciente de que la decoración de la casa es cosa tuya desde el día en que fui incapaz de decidir si me gustaba más la pintura gris que la verde para las paredes…

—Aquel día demostraste debilidad y sufriste las consecuencias.

—Ya, pero me pregunto si ahora que ha pasado algún tiempo podría hacer una propuesta o un pequeño proyecto de reforma…

—Tienes mi atención, querido, dispara.

—Ya sé que hemos discutido esto antes, pero realmente me gustaría poner unas cortinas en las ventanas del baño…

Levanto la mirada, Pete está empapado, con una toalla alrededor de la cintura y se le ve bastante atribulado. Suspira.

—Es que el vecino del otro lado del jardín ha vuelto a ver mi pene.

—Oh, cariño, seguramente no le importa… —intento consolarlo, pero solo logro que se cabree.

—¡Me importa a mí! No me interesa compartir mi desnudez con el vecino. Y no creo que mis abluciones deban ser un espectáculo público.

Aquí debería hacer un inciso para contextualizar: nuestro baño está en la parte trasera de la casa. Tiene ventanas de piso a techo y una ducha con paredes de vidrio. Lo diseñé así porque me gusta disfrutar de la naturaleza cuando me ducho, observar la vida que bulle en el jardín trasero, notar cuando las rosas están a punto de florecer… Es algo que encuentro sumamente relajante.

Intento razonar con él..

—Pero Pete, si el vecino no tiene ni idea de quién eres. Nadie conoce realmente a las personas cuyo jardín está al lado del suyo. ¡Es el maravilloso anonimato de la ciudad!

—Ya, pero mira tú por dónde, el tema es que no me siento “perdido en la multitud” cuando estoy desnudo frente a una ventana observado por un tío que toma su desayuno justo delante de mí. Por favor, ¡déjame poner cortinas!

Ahora empiezo a irritarme yo también. Ya hemos pasado por esto muchas, muchas veces.

—Pero si sabes mejor que nadie que no creo en las cortinas. Las cortinas son insustanciales. Y caras. ¡Son una estafa! ¿Cómo puede costar 600 € una cosa que no está hecha de, digamos, oro, solo porque cuelga de una ventana? ¡Venga ya! Es una mierda. ¡ES SOLO UNA TELA! Es básicamente una toalla con ínfulas. Podría comprar un perrito por ese dinero. Pete, no pienso gastar ese efectivo en algo que se usa menos de siete minutos al mes.

—Sí, pero son siete minutos en los que estamos desnudos frente al vecino —replica—. Así que no es tan mala inversión…

Lo miro y aunque siento cierta simpatía por su dolor, no entiendo por qué ser visto desnudo le molesta tanto. Yo, personalmente, soy bastante relajada en cuanto a mi propia desnudez. Una vez, en unos almacenes, un guardia de seguridad bastante acojonado tuvo que decirme que “no era política de la empresa” permitir que las mujeres se quitaran el sujetador mientras se probaban ropa delante del mostrador. ¿Qué queréis? ¡Tenía prisa! Y había una cola enorme en el vestuario. Bueno, probablemente: en realidad tampoco me molesté en mirar.

—¿No tenías un “truco” que usabas para esos momentos? –le digo, intentando mostrar buena voluntad y plantear soluciones que no pasen por gastar 600 €.

—Sí, solía dejar correr el agua caliente hasta que se empañaran las ventanas —responde—, con el fin de crear una cortina por condensación. Pero eso lleva tanto tiempo que al final me quedo sin agua caliente para lavarme el pelo. La última vez me quedé con el jabón en los ojos y, mientras tropezaba tratando de encontrar una toalla, me golpeé las espinillas con el enorme Buda que inexplicablemente pusiste allí (porque ya sabemos que la decoración es cosa tuya). Eso sí, el tío de enfrente que me veía desnudo parecía estar empatizando con mi dolor.

—¿Ves? Qué majo.

—¡Por eso no quiero seguir infligiéndole mi desnudez! Esa persona no se merece tener que lidiar con mis testículos. Ni siquiera yo quiero lidiar con ellos.

—¿Puedes ducharte sentado?

—¡No!

—¿Y solo de noche?

—Mi amor, no quiero volverme una persona nocturna. Solo quiero unas cortinas.

Suspiro. A ver, tampoco soy una persona irracional. Puedo sentir y reaccionar a la angustia de mi pareja con verdadera empatía. Quiero que se sienta escuchado. Quiero resolver su problema.

—Amor, ¿y por qué no pruebas a darte un bañito?

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