El caso de Patricia López Arnaiz (Vitoria, 1981) es uno de esos que te reconcilian con la humanidad. Ella es la prueba de que el destino es imprevisible y de que la vida puede sorprenderte con un giro de 180 grados. Incluso cuando los 40 están a la vuelta de la esquina y los tiempos que vivimos no inviten a soñar a lo grande. Incluso en el mundo de la interpretación, donde la juventud es un grado e impera la máxima de que asumir riesgos, los justos.
En poco de más de un año, Patricia ha pasado de ser una absoluta desconocida a una de las intérpretes más solicitadas de la ficción española. Y todo empezó con un golpe de suerte. Logró un pequeño –pero agradecido– papel en El guardián invisible, la película de Fernando González Molina basada en el libro de Dolores Redondo, y aquello fue el detonante de una carrera que no deja de crecer. “Siempre tiene que haber una primera oportunidad, que alguien se arriesgue a apostar por una desconocida”, afirma. Y funcionó. Poco después vinieron dos series de éxito, La peste y La otra mirada, y películas como El árbol de la sangre, de Julio Medem.
Cuando la entrevistamos, está a punto de volar rumbo al Festival de Cine de Toronto. Allí, y luego en el Festival de San Sebastián, presenta Mientras dure la guerra (estreno, 27 de septiembre), la nueva película de Alejando Amenábar en la que da vida a María, una de las hijas del escritor Miguel de Unamuno. “Nadie me había explicado que el tema de la ropa era tan importante y estoy alucinada –reconoce con naturalidad–. Yo, que solo me había vestido bien para la boda de mi hermano, no he tenido más remedio que aprender sobre la marcha y buscar un estilista porque la verdad es que no tengo ni idea”.
López Arnaiz no es una actriz al uso. En cuanto se licenció en Publicidad en la Universidad del País Vasco, tuvo claro que su futuro no iba por ahí. “Al terminar la carrera estaba un poco perdida. No me interesaba nada lo que había estudiado. Y, de repente, dejé de ser estudiante, que es lo que había sido toda la vida, entré en el mercado laboral y no tenía ni idea de qué iba eso. Había probado algunas cosas creativas: hacía fotos, cantaba con un grupo de amigos... Recuerdo que en el fondo tenía una sensación de frustración; había algo que quería expresar y no sabía cómo. Y en ese proceso de búsqueda me topé con unas clases de teatro que fueron un descubrimiento. Me encontraba en mi hábitat y me sentaban superbien, pero no lo veía como una profesión, ni siquiera me lo planteaba”, reconoce.
Entonces se convirtió en pluriempleada: por las mañanas trabajaba como monitora en un colegio y por las tardes hacía producción en la sala de conciertos Hell Dorado de Vitoria. Era razonablemente feliz. “Mi filosofía consistía en trabajar lo justo para vivir y tener tiempo libre para hacer cursos de interpretación y de danza que era lo que de verdad me gustaba. Pero nada más”, afirma.
En una obra de teatro la descubrió un representante y a partir de ese momento empezó a hacer pruebas y pequeños papeles en películas como La herida, de Fernando Franco; nada que no pudiera manejar con los 10 días anuales de excedencia a los que tenía derecho. Hasta que llegó el personaje de la hermana de Marta Etura en El guardián invisible y ya no hubo marcha atrás. Aun así, no dejó su empleo hasta el verano pasado, y con serias dudas. “En el rodaje de Mientras dure la guerra descubrí que me apasiona actuar, que es mi vocación. ¿Tarde? Bueno, para llegar hasta aquí he necesitado hacer otras cosas. A veces hay que dejar que la vida siga su curso para que las cosas pasen”. Y en su caso, esas cosas que pasan son tantas que aún está asimilándolas. “Está siendo una experiencia increíble y no puedo estar más contenta –explica–. Me gano la vida con lo que me gusta y formo parte de proyectos maravillosos. Ha sido un cambio de vida tan enorme y repentino que no paro de descubrir cosas nuevas mientras trato de encontrar mi sitio. Me he dado cuenta de que tenemos una capacidad de adaptación brutal, de que nos familiarizamos muy rápido. Aunque yo aún tengo una doble mirada: una ve la cosas desde dentro, como parte de la historia; la otra es la Patricia que no deja de sorprenderse. Por ejemplo, el otro día fui con Alejandro Amenábar y Karra Elejalde a un acto y me parecía algo normal, pero luego vi una foto, conmigo en el medio, y pensé: “¿Qué hago yo ahí?”, como si fuera una intrusa”.
Patricia ya se ha dado cuenta de que el éxito conlleva algunas renuncias. “Te integras en una industria que no conoces y aprendes a base de golpes y excesos. Porque cuando trabajas mucho y estás tanto tiempo fuera de casa llega un momento en que te derrumbas. No solo es agotamiento físico, te encuentras como sin ancla; así que estoy descubriendo dónde están mis límites”, afirma.
Su anclaje a la tierra es el pequeño pueblo de Álava en el que vive y que se resiste a abandonar. Allí desconecta de todo y se dedica a sus aficiones favoritas: pasear por el monte y leer. “Si esto me hubiera ocurrido con 20 años, supongo que me habría trasladado a Madrid, que es una ciudad que te acoge de maravilla. Pero a mi edad… Curiosamente, siempre he pensado que no estaba atada a ningún sitio pero ahora no hago más que constatar mi arraigo; no solo a un lugar sino a una identidad. Mi casa es mi nido y lo necesito. No soy introvertida, pero sí de socialización lenta, un poco ermitaña. Me sientan bien la soledad y la calma y valoro por encima de todo la libertad”. Por eso no tiene redes sociales ni está en sus planes sumergirse en la vorágine digital. “Hay que dedicarles mucho tiempo y te expones al juicio de los demás. Algunos amigos me dicen que debería cambiar de actitud porque en esta profesión hay que estar ahí pero, de momento, no me va mal y no veo la necesidad”, explica.
¿Y cómo lleva una persona tan reservada pasar del anonimato a ser el centro de atención? “Cuando aún no me había puesto ante una cámara, ya me aterraba pensar en lo que sería convertirse en una persona conocida. Pero la gente se me acerca de forma tan respetuosa y con tanto cariño que no me resulta molesto. Mi familia y amigos me machacan a preguntas sobre el mundillo, pero lo viven con una alegría inmensa. En el pueblo de mi abuela, en La Rioja, no se pierden un capítulo de mis series y se alegran de verdad. Me conocen de toda la vida y celebran lo que me está pasando”.
Patricia López Arnaiz tiene una belleza clásica, risa fácil y voz dulce; pero, hasta el momento, ha encarnado sobre todo a mujeres fuertes, valientes y adelantadas a su época: Teresa Pinelo, en La peste, una viuda del siglo XVI que firma sus cuadros con el nombre de su padre; otra vez Teresa en La otra mirada, una independiente profesora que enseña mucho más que modales a las alumnas de una academia de señoritas de los años 20; y María, en Mientras dure la guerra, una de los nueve hijos de Unamuno que se debate entre el amor incondicional y la oposición a las ideas de su padre.
“Me gusta que los directores vean en mí esa energía y disfruto haciendo personajes con los que tengo cosas en común. Me encanta que se me acerquen chicas y me digan que gracias a La otra mirada han reflexionado sobre cosas que les afectan”. Ella cree que la educación que ha recibido le ha aportado herramientas para conectar con esas mujeres. “En mi casa había mucha comunicación; mi madre siempre trataba de empatizar conmigo y, al ponerme límites, se preguntaba si eran justos o no –recuerda–. En este sentido he sido afortunada”.
En "Mientras dure la guerra", Alejandro Amenábar se acerca a la figura del escritor Miguel de Unamuno (Karra Elejalde) a principios de la Guerra Civil. “Era un librepensador que valoraba la dignidad humana por encima de todo y azuzaba a las mentes para que pensasen por sí mismas. Ojalá la película contribuya a recordar cómo suceden las cosas y, como creo que plantea, a ver que se pueden tener ideas diferentes y convivir”, explica López Arnaiz, que da vida a María, la hija rebelde del escritor. “ Me conmovía tanto la relación de mi personaje con su padre que a mitad de rodaje le dije a Amenábar que me estaba saliendo algo completamente distinto a la mujer fría que yo había imaginado al principio. Y él me dio mucha libertad y mucha confianza; tiene un talante que genera respeto y energía positiva en el equipo”.
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?