"Me acuerdo perfectamente de la primera vez que me dijeron cosas por la calle. Tenía 11 años y, como de mi casa al colegio solo había 20 minutos, quise empezar a ir caminando. Parte del trayecto coincidía con la carretera de Toledo y ahí fue cuando me di cuenta de que desde los coches me pitaban, me silbaban o me gritaban cosas que no entendía. En ese momento no tenía ni idea de lo que estaba pasando, solo me daba miedo y me sentía intimidada y vulnerable. Por eso dejé de ir andando al colegio. No me sentía segura, así que desde entonces cogí el autobús”.
Hasta hace poco, llamábamos “anécdota” a este retazo de la vida de Miriam Jiménez, madrileña y estudiante de Ciencias Políticas de 22 años. Hoy, sin embargo, comenzamos a leerla como una experiencia muy influyente en la vida de millones de niñas y adolescentes que, cuando comienzan a hacerse cargo de su autonomía, se encuentran con que no pueden caminar tranquilamente por la calle. Una experiencia compartida que, significativamente, ha sido muchas veces secreta. “ No lo hablaba con mis compañeras de colegio –confirma Miriam–. Es que era algo tan normalizado... Un par de años más tarde, con 13 o 14, sí recuerdo que, cuando salía con mis amigas y nos gritaban cosas, nosotras respondíamos: “¡Que te calles!” o “¡Que nos dejes en paz!”, porque nos daba asco lo que nos decían, pero seguíamos siendo niñas. No es que te dijeran “¡Guapa!” una o dos veces, sino recibir un comentario grosero tras otro. Eso termina intimidándote y dándote miedo”. Y a la larga, puede explicar el activismo de Miriam en Rebeldía Usera, una asociación que persigue el acoso callejero y ha identificado en este barrio de Madrid los lugares más frecuentes de acoso, además de pegar carteles con los “ piropos” que son considerados como acoso verbal.
“Con 19 años, iba con mis amigas, de día y por una calle concurrida, cuando un hombre nos gritó guarradas desde un coche. Le grité: “¡Qué asco!”. Entonces el conductor se bajó del coche y amenazó con pegarme. Nos escupió, nos llamó malfolladas, entre otras cosas, y se fue. Estuvimos varios días con miedo”.
Las redes sociales han roto el silencio y desvaratado el relato común sobre el piropo, una palabra que no sirve ya para nombrar la gravedad de actos que afectan en mayor medida a las que, por su juventud, tienen menos armas para entenderlos y rechazarlos.
Inseguras en las calles, un informe de la ONG Plan Internacional sobre el acoso masculino en grupo en cinco ciudades de todo el mundo (Delhi, Kampala, Lima, Sydney y Madrid), advierte de que, cuando las mujeres rechazan los piropos, aumenta la intensidad del acoso e, incluso, la virulencia, ya que esos comentarios sirven a los hombres como una forma de reafirmar su masculinidad y reforzar vínculos con otros. Los transeúntes, además, apenas intervienen para ayudarlas: solo lo hacen en un 25% de los casos. En Madrid, el 29% de las víctimas de acoso callejero son perseguidas por la calle. En un 33% de los casos, los hechos se repiten en la misma zona y a la misma hora: alrededor de las escuelas y centros educativos. Un registro particularmente elevado es el de la masturbación en público: se menciona en un 11% de los casos.
Los testimonios de 21.200 chicas de entre 16 y 30 años confirman que el acoso callejero y el piropo acentúan las relaciones desiguales e impiden la libertad de movimientos, pero lo más sorprendente de todo es que los hombres que los perpetran suelen vivirlo como una forma de divertimento, sin pararse a pensar en el efecto que tiene su comportamiento. “Muchas veces, los chicos ni siquiera son conscientes del miedo que generan en ellas porque están más pendientes de reafirmar su masculinidad ante los amigos que de desarrollar alguna empatía con la chica a la que están acosando”, explica Emilia Sánchez-Pantoja, directora de incidencia política de Plan Internacional España.
Las evidencias sobre la normalización del acoso callejero y sus efectos nocivos sobre las mujeres son abrumadoras, pero han encontrado una nueva generación que no está dispuesta a resignarse. “Muchas mujeres de 30 años cuentan sus casos, pero ves que se han acostumbrado. Sin embargo, las chicas de 18 a 24 años lo tienen clarísimo: no toleran estos comportamientos”, dice Lara Martínez, gerente de campañas de Plan Internacional España.
La socióloga Eva Illouz señala como un logro del #MeToo, el #Niunamenos o el #Cuéntalo esta revolución de las costumbres sexistas. “Han revelado que, bajo la apariencia de la “normalidad”, existe una enorme cantidad de comportamientos que eran aceptados, pero que ya no vamos a consentir. No estamos, por tanto, ante movimientos políticos, sino ante movimientos normativos cuyo propósito y efecto es cambiar las normas de conducta”
El impulso millennial y centennial de estos movimientos tiene, sin embargo, una capacidad de arrastre intergeneracional: el 53,5% de las mujeres de todas las edades confiesa haber vivido acoso, según el informe sociológico Ulises, realizado por MyWord para el diario 20minutos. El sindicato CSIF, el más representativo en las administraciones públicas, ha desvelado que el 50% de las funcionarias ha tenido que soportar piropos o bromas sexistas.
Francia: En agosto de 2018 se aprobó por unanimidad la Ley contra la Violencia Sexual y Sexista, que multa el acoso sexual en la calle con cantidades que van de los 90 a los 750 €.
Bélgica: Fueron los primeros (2014) en tipificar como delito los comentarios sexistas en la calle. La ministra de Igualdad Joëlle Milquet impulsó la medida tras ver el vídeo de una estudiante que recogía los comentarios que le hacían los hombres por las calles de Bruselas. Multas de hasta 1.000 € y penas de hasta un año de prisión.
Argetina: Desde abril de este año, la ley argentina considera el acoso callejero un modo de violencia de género. Sin embargo, para combatirlo solo prevé una línea telefónica gratuita de información y asistencia y exhorta a las fuerzas de seguridad a “actuar en protección” de las víctimas.
Chile: El pasado abril, el Congreso de Chile aprobó una ley que penaliza el acoso sexual callejero con sanciones de entre 150 y 350 € y con hasta cinco años de cárcel.
Filipinas: Pese a los desmanes sexistas del presidente Rodrigo Duterte, su Gobierno aprobó en abril la Ley de Espacios Seguros, que prohíbe los piropos, las bromas o chistes sobre violaciones y otros actos groseros en la calle. Las sancionen van desde multas hasta encarcelamiento.
México DF: La Ley de Cultura Cívica establece que “proferir expresiones verbales de connotación sexual a una persona” será motivo de una sanción de 20 a 36 horas de arresto o de 18 horas de trabajo en favor de la comunidad.
Holanda: Algunas ciudades del país han aprobado una norma que castiga el acoso verbal de índole sexual contra las mujeres, con multas que llegan a los 4.100 € y una pena de cárcel de hasta tres meses en los casos más graves de intimidación.
España: La única medida para luchar contra el acoso callejero la presentó Unidas Podemos en el verano de 2018. Su grupo parlamentario propuso modificar el artículo 172 del Código Penal, encargado de regular los delitos de acoso, para incluir multas y trabajo comunitario (de 31 a 50 días) para “quien se dirija a una persona en vía pública con proposiciones, comportamientos o presiones de carácter sexual o sexista…”.
Rocío Royo, madrileña de 51 años, lleva 14 viviendo en Brunete, un pequeño pueblo en la sierra norte de Madrid. Hace siete años abrió allí la asociación cultural La Corneta y desde hace tres canaliza su vocación por la gestión cultural desde Espacio C, donde diseña y produce proyectos socio culturales con enfoque sostenible. Reconocida en su entorno por su intensa actividad en favor de la creación, un domingo de este verano, al llegar a su local para poner en marcha un taller de radio, se encontró con una pintada sumamanete ofensiva. El alcance intimidatorio de la misma la convenció de denunciar a la Guardia Civil. “Sé que es un gesto que no va a ningún lado, pero también quise publicarla en mis redes sociales para que esta persona tuviera claro que esto no va a quedar impune”. Su gesto supone un rechazo expreso a la tolerancia social sobre estos comportamientos. “En nuestra sociedad, el piropo es una cosa generalizada. A mí no me agrada ni aunque sea bonito: me siento invadida. No me apetece que ningún desconocido me diga nada. Creo que debemos actuar con más empatía para no incomodar a otras personas”.
Las resbaladizas fronteras de la incomodidad favorecen la defensa del piropo callejero como galantería inofensiva. Sin embargo, tales halagos supuestamente bienintencionados pueden entrar en el campo semántico del sexismo benevolente: actitudes de protección o cuidado hacia las mujeres que esconden una consideración discriminatoria, pues sostienen una diferencia en capacidades o necesidades entre hombres y mujeres. De hecho, investigaciones académicas advierten de que el sexismo benevolente influye a la hora de que las mujeres tengan un rendimiento más bajo en el trabajo, no adviertan la existencia de una desigualdad de partida entre hombres y mujeres y, por tanto, muestren menos interés en luchar por sus derechos.
“Iba con una compañera de instituto, cuando un tipo de unos 30 años nos empezó a seguir diciéndonos cosas. Aceleramos el paso para llegar al portal y refugiarnos, pero nada más entrar, él intentó colarse con nosotras dentro. El miedo que sentí entonces me ha marcado. ¿Qué hubiera pasado si lo lograba?”.
Gabriela Espinoza, autora de ¿Galantería o acoso sexual callejero? Un análisis jurídico desde la perspectiva de género, explica por qué estos piropos emboscan en el halago una inferiorización de lo femenino: “Su objetivo es poner en su lugar a la mujer: le recuerda que ella existe para ser sexualmente disfrutada por los hombres”. Hasta en televisión podemos ver esta manera de “poner en su sitio” a las mujeres.
“¡Qué polvo tienes, guapa!”, le espetaron a Claudia García, periodista del programa Espejo público, en un directo realizado el pasado verano. Berta Barbet, politóloga y editora del grupo de análisis político Politikon, ha admitido que cuando sale en la tele se le llenan las redes sociales de piropos. Le queda así claro que, por más que se prepare su intervención, “muchos van a estar más pendientes de mi físico que de mis argumentos. Y así es complicado convencerles de que tienes cosas importantes para decir”.
Otra realidad a tener en cuenta es que muchas mujeres admiten sentirse cómodas e incluso “valoradas” al recibir piropos sobre su físico. Alba Moya-Garófano, profesora de Psicología Social de la Universidad de Granada, descubrió en su investigación de tesis qué efectos puede llegar a tener este tipo de tolerancia al halago. Por un lado, la conocida autocosificación: “Las mujeres acaban por adoptar la perspectiva de las personas que las observan externamente, considerándose a sí mismas como un cuerpo al que mirar y evaluar”. Esto tiene “efectos perniciosos en el bienestar físico y psicológico, relacionándose con trastornos de la alimentación y del estado de ánimo o disminución de la autoestima y del rendimiento cognitivo”. Por otro, el desarrollo de un mecanismo mental por el que la autocosificación “tiende a perpetuarse”: cuanto más vigilan su físico las mujeres, más proclives son a recibir el piropo con alegría (como un examen aprobado con nota).
A veces, la aceptación y defensa de los piropos tiene que ver con particularidades históricas que siguen impregnado una determinada sociedad. Eva Illouz explica en Por qué duele el amor (Katz Editores) la particular manera en que la relación entre hombres y mujeres franceses sigue marcada con la “galantería” y otros ritos extemporáneos del emparejamiento sexual. De hecho, preguntada por el caso de Catherine Deneuve y las firmantes de un manifiesto anti #MeToo que se lamentaba del fin del cortejo, señaló: “Se sienten empoderadas sin advertir lo que se juegan porque aún creen que pueden controlar el comportamiento de los hombres a través de la sexualidad. En la corte de Luis XIV, el sexo era una manera legítima de acceder al poder. La sociedad francesa está aún cortada por el patrón de instituciones cortesanas”.
Marta Castillo, barcelonesa de 27 años y diseñadora de Marta Martirios, su marca de moda sostenible, tiene claro que el acoso que supone el piropo callejero no tiene nada que ver con un cortejo. “Ellos no lo hacen para que les des tu teléfono ni quedar contigo. Simplemente quieren dejar claro que ese territorio, la calle, no es tuya. Y lo hacen intimidándote, humillándote y dejándote claro que están por encima de ti. Por eso te dicen que estás buena, que te follarían o que te comerían toda entera, pero cuando les respondes se ponen agresivos y pasas a ser puta, guarra o gorda”. Residente desde hace un año en Madrid, Marta forma parte de Manada Fuenlabrada, un colectivo feminista que, tras descubrir que un un 75% de las vecinas experimentaban inseguridad, mapeó la ciudad madrileña marcando los lugares donde se producen acosos callejeros y otras violencias.
“Te follo morena culona. Me pajeé pensando en ti”. Esa es la pintada que encontré en mi local. Como ya tengo unos años y mucha vida, algo así no me hace venirme abajo, pero me pareció muy soez, muy anacrónico y con muy poco sentido de la civilización. Mi vecina vio la pintada por la noche y se alegró de volver acompañada a casa, porque sintió miedo. El local está en una plaza donde juegan muchas niñas y niños”.
Las mujeres no recibimos ni piropos benevolentes ni acoso callejero cuando vamos acompañadas de hombres, pues solo solas somos consideradas apropiables y objeto de halago. El acoso nos convierte en personas necesitadas de tutela. ¿El precio de nuestra integridad emocional y física es la libertad del cuerpo? Virginia Woolf reconoció que era incapaz de acometer la escritura de El faro sin exponerse a la “estimulación continua” que le producía pasear por las calles de Londres. Marie Bashkirtseff, pintora rusa del siglo XIX, también ligó la libertad de pasear a la creatividad: “Ansío la libertad de salir sola: ir, venir, sentarme en un banco de las Tullerías […] Sin esta libertad nadie puede convertirse en un buen artista”. Es la misma libertad que hoy nos toca recuperar
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?