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Venecia, por Julia Navarro

"Comprendo que a uno le haga ilusión hacerse una foto en Venecia, pero además mirando de verdad la ciudad, disfrutándola, sintiéndola. La obsesión por el selfie, por colgar en la red que uno ha estado en tal o cual sitio, parece ser un fin en sí mismo".

Es una de mis ciudades favoritas, sobre todo en primavera y otoño, cuando ya no tropiezas con manadas de turistas. Naturalmente, todos los foráneos somos turistas, pero hay muchas maneras de visitar una ciudad. Yo a Venecia la temo en verano y siempre me digo que nunca más la pisaré durante julio o agosto, pero... En fin, este mismo verano recalé en ella para visitar la Bienal de Arte.

Me entusiasma la Bienal de Venecia porque es un escaparate privilegiado para ver y tratar de tomar el pulso a las nuevas expresiones artísticas. No es oro todo lo que reluce, claro está. Y hace tiempo que he decidido no morderme la lengua cuando me encuentro ante supuestas obras de cuya genialidad nos tratan de convencer algunos críticos. Por ejemplo, será difícil que a mí me puedan convencer de que, en el pabellón de España, el vídeo de Itziar Okaiz orinando de pie en un patio mientras llueve es el no va más. A veces creo que los gurús del mundillo artístico se ríen entre dientes, de alguna manera, del resto de los mortales, haciendo creer que, si no entiendes la magnitud de lo que ellos señalan como el arte elevado al cuadrado, es que tienes algún déficit y no eres capaz de disfrutar, comprender y admirar la genialidad.

Pero no es esto lo que quiero comentar en esta columna, sino reflexionar sobre el turismo de masas que, sin duda, tiene una cara positiva: que hoy todos podemos viajar a cualquier lugar del mundo. Ya no hay lugares exclusivos para privilegiados. Dicho esto, no puedo dejar de preguntarme para qué viajan algunas personas.

Y es que, ya sea en Venecia, en el Louvre de Paris ante la Gioconda, en la Torre de Londres, en el Puente de Carlos en Praga o en San Basilio en Moscú y en tantos otros lugares, muchos de los visitantes parece que han ido solo para fotografiarse. No miran, solo se hacen fotos, sobre todo selfies, como si lo importante fuera demostrar que han estado allí.

Comprendo que a uno le haga ilusión hacerse una foto en Venecia, pero además mirando de verdad la ciudad, disfrutándola, sintiéndola. La obsesión por el selfie, por colgar en la red que uno ha estado en tal o cual sitio, parece ser un fin en sí mismo. Por la Plaza de San Marcos, una de las más bellas del mundo, cientos de turistas corrían buscando el mejor ángulo para esa foto, pero sin prestar atención a lo extraordinario del lugar.

Estaba sentada allí, intentando vislumbrar su Basílica entre los cientos de visitantes. Abrumada por el aluvión de gente con la cámara o los teléfonos móviles en mano haciéndose selfies, tuve ganas de dirigirme a alguno de ellos y preguntar: “Oiga, ¿pero realmente usted a qué ha venido?”. No lo hice, claro.