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Un desangelado centro de negocios al este de Moscú es un lugar improbable para un semillero de opositores. Sin embargo, ahí es donde me ha citado la abogada Lyubov Sobol, la carismática mujer de 31 años que está liderando en Rusia las mayores protestas de la última década contra Vladimir Putin. “La policía destrozó la puerta en una redada el mes pasado”, se disculpa cuando entramos en el impersonal estudio donde graba sus vídeos sobre la corrupción de las altas esferas rusas.
Este verano, Sobol parecía estar en todas partes. Cuando no presentaba vídeos en Youtube para NavalnyLIVE –el canal on line iniciado por Alexéi Navalny, uno de los líderes de la oposición en Rusia–, se enfrentaba a la policía antidisturbios en las manifestaciones que acabaron con más de 3.000 personas arrestadas.
“Para mucha gente, esta es la primera vez que participa en una manifestación y están dispuestos a seguir haciéndolo”, me dice mientras nos tomamos un té negro muy intenso, al estilo ruso. Las protestas, las más grandes en Moscú desde 2012, estallaron a mediados de julio, después de que a Sobol y a más de una docena de candidatos de la oposición se les prohibiera presentarse a las elecciones al Parlamento de la Ciudad de Moscú que se celebraron el 9 de septiembre. Este cuerpo legislativo de 45 miembros tiene muy poca representatividad e influencia, pero el Kremlin ya ha demostrado que no está dispuesto a tolerar que sus críticos ocupen un espacio político, aunque sea modesto. Sin embargo, los ciudadanos de Rusia han empezado a utilizar los comicios locales y regionales para expresar su desacuerdo con sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos civiles, y cada vez hay más candidatos oficiales con dificultades para salir elegidos.
Lyubov Sobol durante su detención en una manifestación, el pasado verano. /
En nuestro encuentro, Lyubov parece temblorosa. Acaba de poner fin a una huelga de hambre de 32 días con la que intentaba forzar a las autoridades electorales a cambiar su decisión. Ahora está siguiendo una dieta médica para ayudar a su cuerpo a readaptarse a los alimentos sólidos. “La primera semana fue la más dura. Mi hija estaba en el campo pasando el verano y cuando vino a verme yo era incapaz de ponerme de pie. Solo cuando empezaron las protestas tuve un chute de adrenalina”. La abogada tiene una niña de cinco años con el antropólogo y editor Sergei Mokhov. El año pasado, él recibió un pinchazo en la pierna con una jeringuilla en la puerta de su casa. Segundos después, caía al suelo y sufría una convulsión. Sobrevivió milagrosamente.
Las elecciones al Parlamento de Moscú celebradas en septiembre llegaron en medio de una profunda caída en la popularidad de Rusia Unida, el partido de Vladimir Putin, que en la ciudad solo tiene un respaldo del 13% y ha perdido un tercio de sus escaños. “Rusia Unida ya no representa los intereses de la mayoría. Y el Kremlin lo sabe –me dice Sobol–. La gente de mi generación no entiende por qué somos capaces de elegir nuestros trabajos, nuestra ropa, nuestras parejas, nuestra pasta de dientes, pero no podemos elegir a nuestros representantes políticos”. La adhesión que el presidente ruso despertaba en la juventud da señales de desgaste: según una encuesta del centro Levaad, el 41% de los jóvenes de la Federación Rusa estaría dispuesto a emigrar para siempre.
En la primera protesta vinculada a las elecciones, el 14 de julio, cientos de manifestantes se juntaron en el exterior del Ayuntamiento y caminaron hacia el Kremlin. Allí, uno por uno, aporrearon las puertas del edificio en un acto simbólico de desafío. Manteniendo el equilibrio a duras penas, Sobol arengaba a sus partidarios. Su primer nombre, Lyubov, significa amor en ruso y los manifestantes lo coreaban: “¡Por amor!, ¡por amor!”. La policía antidisturbios llegó blandiendo porras.
Aunque la mayoría de las personas arrestadas fue liberada rápidamente, 14 de ellos se enfrentan a penas de hasta ocho años de cárcel por cargos como “desórdenes en masa”. Además, un hombre fue acusado tras ser filmado lanzando una botella de plástico vacía contra los antidisturbios. “Todos estos cargos son ilegales o están amañados –asegura–. Pero no me rendiré. Esta es mi ciudad y este mi país y voy a resistir”.
Nacida en Lobnya, una pequeña ciudad al norte de Moscú, tenía 12 años cuando un achacoso presidente Boris Yeltsin designó a Putin como sucesor en la noche de fin de año de 1999. “Lo recuerdo, pero no demasiado bien. No podía imaginar entonces que ese acontecimiento tendría tal impacto en mi vida”, cuenta.
De niña, Lyubov Sobol era fan de Las aventuras de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, la serie de producción soviética que muchos rusos insisten que es el mejor retrato del detective británico en la pantalla. Pero en lugar de convertirse en investigadora, estudió Derecho y Empresariales en la Universidad Estatal de Moscú, donde se licenció con matrícula de honor. Había planeado trabajar en una de la firmas de consultoría internacional que tiene sede en Moscú, cuando de repente se encontró con el blog escrito por Alexéi Navalny, un abogado cuyas investigaciones sobre la corrupción en las altas esferas del poder estaban empezando a llamar la atención. Así que en 2011 decidió renunciar su idea inicial y se unió a Navalny y a su naciente grupo FBK, aceptando un salario muy por debajo de lo que podría haber ganado en un firma de abogados occidental.
Alexéi Navalny, el bloguero y líder opositor –en cuyo canal de Youtube publica Sobol sus vídeorreportajes denunciando la corrupción–, durante una audiencia ante el juez el pasado 22 de agosto. /
En el tiempo que ha transcurrido desde entonces, Alexéi Navalny, de 43 años, ha pasado de ser un desconocido bloguero agitador al mayor enemigo del presidente Putin dentro de su país. “Nunca me he arrepentido de esa decisión”, dice Sobol a pesar que Navalny no es un personaje exento de polémica. Por ejemplo, se sabe que hasta 2012 asistía regularmente a la Marcha Rusa, una reunión anual de nacionalistas y radicales de extrema-derecha en Moscú; y en el pasado había descrito a los inmigrantes ilegales como “dientes podridos” que debían ser extirpados de Rusia.
En la última época, sin embargo, ha moderado sus puntos de vista y ha forjado una alianza con activistas de izquierda. De hecho, Lyubov Sobol, cuyas posiciones políticas son liberales, insiste en que nunca ha escuchado a Navalny hacer afirmaciones racistas. “Es más simple discutir quién es de izquierdas y quién de derechas en los países democráticos. Aquí la gente está dividida entre los que apoyan a Putin y los que no”, dijo al servicio de la BBC en lengua rusa.
En los años previos a las protestas de las elecciones que la propulsaron al foco de la actualidad, Sobol escribió varios informes sobre figuras vinculadas al Kremlin. Uno de esos hombres era Yevgeny Prigozhin, un rico hombre de negocios de San Petersburgo conocido como “el chef de Putin” porque da servicios de catering al Kremlin y de comedor a los colegios y guarderías de todo Moscú.
Prigozhin, de 58 años, estuvo nueve años en prisión en la era soviética acusado supuestamente de robo, fraude y de corromper a menores en la prostitución. Fue, además, uno de los 13 rusos acusados el año pasado por el fiscal especial de Estados Unidos de intentar inclinar las elecciones presidenciales de 2016 a favor de Donald Trump. También se le considera responsable de proporcionar mercenarios para las operaciones militares del Kremlin en Siria y Ucrania a través de Wagner Group, un oscuro contratista militar privado.
La primera investigación de Sobol sobre Prigozhin se centraba en sus lucrativos contratos con el Estado para ocuparse del catering del Ejército ruso. En noviembre de 2016, poco después de que su informe saliera a la luz, se produjo el ataque a su marido. Sobol está segura de que fue ordenado por este hombre de negocios ligado con el Kremlin para mandarle un mensaje: “Si vas detrás de mi familia, iré a por la tuya”.
Durante las grandes oleadas de protestas, dice que su madre fue seguida por hombres desconocidos. El día después de nuestro encuentro, un asaltante lanzó materia fecal sobre la abogada frente a su casa, mientras otro grababa el ataque con su teléfono móvil.
A pesar de todos estos hostigamientos, Lyubov Sobol es la excepcional cara femenina en un panorama político ruso dominado por hombres. Pero insiste en que no ha recibido un trato preferente por parte de las autoridades o de los activistas de la oposición. “Si hay más atención sobre mí es por la gran cantidad de trabajo que he invertido en esta campaña electoral. Hemos trabajado 24 horas, siete días a la semana. Y nunca he tenido miedo de decir a esos corruptos del comité electoral lo que pensaba de ellos”. Es cierto que las mujeres activistas han sido también encarceladas y arrastradas hacia los camiones de la policía, pero, según la ley rusa, las madres con niños están exentas del cárcel por delitos menores. Gracias a esto, ella pudo permanecer en libertad durante las protestas, mientras sus compañeros se encontraban en prisión.
Pero también es verdad que nada va a salvarla si las autoridades rusas deciden ir a por ella con cargos criminales más serios. Dado el peligro constante de ser arrestada, le pregunto si ha considerado la posibilidad de abandonar las protestas. “Puedo continuar mi trabajo y permanecer en el ojo público, lo que me da algún tipo de protección –reconoce–, o dejar el país y cambiarme de nombre. Porque si no lo hago y dejo de trabajar aquí, irán a por mí. Pero no tengo miedo. Si Alexéi Navalny y yo tuviéramos miedo, ya estaríamos en prisión. La otra razón por la que no estamos encerrados es porque las autoridades pueden ver que todo esto no va a detenernos ni a nosotros ni a nadie”.
Varios analistas afirman que el Kremlin es cauteloso a la hora de convertir a los líderes opositores en mártires: prefiere sembrar el terror entre los activistas de bajo nivel. Otra inquietante posibilidad es que las autoridades la castiguen tratando de entregar a su hija a los servicios sociales. Los fiscales ya están tratando de separar a dos parejas casadas de sus hijos después de que fueran vistas con ellos en las protestas pacíficas de Moscú este verano. “ No dejaré que me quiten a mi hija –dice con un tono que sugiere que es una afrenta ni siquiera sugerir que estará indefensa–. Que lo intenten”, añade desafiante.
Después de que se le haya negado la posibilidad de medirse con Rusia Unida a través de las urnas, Lyubov esta promoviendo la llamada de Navalny a favor de un voto útil para privar al partido de Putin de su mayoría. Esto significa votar a favor de los candidatos del Partido Comunista, el segundo gran partido político de Rusia. No es una solución ideal para ella, pero es lúcida sobre las posibilidades de un cambio inmediato. “El cambio no llegará a Rusia en un futuro cercano. Putin no hará ninguna reforma, no puede permitir una justicia independiente, porque si lo hace, los primeros encausados serían él y su círculo cercano. Pero hacemos todo lo que podemos, desde investigar la corrupción a tomar parte en las elecciones o convocar protestas en las calles. Como dice Navalny, si hubiera un camino fácil para asegurar el cambio, ya lo habríamos tomado. Pero de momento no hay ninguno”, afirma.