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Brexit o (pre) menopausia, por Caitlin Moran

"Un día empecé a pensar que tal vez la causa de mis males no era la política, sino la premenopausia. No me preguntéis cuándo: uno de sus síntomas, además de la terrible sensación de futilidad, la ira y la tristeza, es que tu cerebro se convierte en un amasijo brumoso y olvidadizo".

Caitlin Moran es la autora de Cómo ser una mujer (Anagrama) y en 2014 fue elegida en Gran Bretaña como la periodista más influyente en Twitter y la columnista del año. / Mark Harrison

Caitlin Moran
Caitlin Moran

Soy de las que creían que la culpa de todo, quiero decir, de TODO, la tenía el Brexit. Al fin y al cabo, si eres una señora inglesa pro-Europa que ha pasado los últimos dos años entre desconsolada y furiosa, tienes muy buenas razones para culpar a la política de tu mal humor. ¿Tienes la sombría sensación de que no hay progreso posible y de que todo es mucho peor que lo peor que imaginabas cuando eras joven? Chica, ¿qué esperabas con la cantidad de periódicos que lees?

¿Empiezas a sentir que la especie humana está condenada y que todas tus acciones son absolutamente inútiles? Fácil: pasas demasiado tiempo en Twitter.

Bueno, y tu libido… ¿Has sido tentada por la idea de que todo está tan mal que en realidad el sexo se ha convertido en algo sin el más mínimo sentido? La culpa es de los telediarios. Los informativos son capaces de hacer que cualquier carnalidad decida sentarse a morir lentamente.

Vale, admito que nunca llegué a elaborar una teoría que explicara por qué el Brexit hacía que me dolieran las tetas, pero como nunca antes habíamos tenido algo parecido en Inglaterra, llegué a suponer que el Brexit simplemente produce, también, dolor de tetas. Literalmente. De lo que sí estaba segura es de que el hecho de que mi pelo empezara a caerse tenía que ver con el artículo 50 de la Constitución Europea. Mi pelo había decidido irse a flotar al mar (para siempre), porque aquí , en Londres, todo estaba demasiado jodido, eso era así.

Sin embargo, un día empecé a pensar que tal vez la causa de mis males no era la política, sino la premenopausia. No me preguntéis cuándo: uno de sus síntomas, además de la terrible sensación de futilidad, la ira y la tristeza, es que tu cerebro se convierte en un amasijo brumoso y olvidadizo. Es un hecho comprobado que ninguna mujer recuerda cuándo comenzó este fenómeno, porque la premenopausia hace que esa información se olvide. Pero volviendo a la historia, un día finalmente decidí acudir a mi médico de cabecera y, después de hacerme algunos análisis de sangre, descubrí que mis hormonas estaban desapareciendo y que mi recuento de vitamina D estaba por los suelos. Un buen conteo es de 40-80 ng/mL. El mío era de 12. “Sí, estás premenopáusica”, me dijo la doctora. Y enseguida supe que era verdad porque su afirmación me hizo sentir irritable y llorosa al mismo tiempo. ¿Lo veis? Esa es otra característica de este estado: es capaz de hacerte sentir dos emociones aparente opuestas AL MISMO TIEMPO. Es como uno de esos platos de cocina fusión: como un delicioso pudin de caracol o algo así. O como creer que todas las personas del mundo son estúpidas, pero al mismo tiempo no poder evitar conmoverte ante su terrible fragilidad. Una más: es como cuando estás tan cansada que piensas en la muerte como una deliciosa siesta, solo que un poco más larga; pero a la vez te estás llenando de angustia porque vas a morir sin ver a tus hijos crecer y, sobre todo, sin haber encontrado nunca ese abrigo perfecto para ocultar los michelines.

No os voy a mentir, descubrir que estaba premenopáusica me cogió por sorpresa. “ ¡Pero si solo tengo 43 años! —pensé—. No tengo ningún síntoma: no me compro los jerseys en las tiendas del barrio, no veo los magazines de la mañana en la tele, ni siquiera recorto los cupones del supermercado. ¡Que todavía uso mis pijamas-mono de tigre, joder!”. Pero también me sorprendió lo rápido que pensé: “Venga, un poco de Terapia Hormonal Sustitutiva (THS) tampoco estaría tan mal”.

Toda mi juventud había pensado que yo sería una de esas señoras que asumían la menopausia con normalidad, rodeada de infusiones y feliz de convertirme en otra persona. Pero, claro, eso era porque nadie me había explicado lo de los insectos. (Me doy cuenta de que no he mencionado a los insectos hasta ahora pero es que me he olvidado ¿vale?. Ya he dicho que la premenopausia te vuelve olvidadiza. Es igual). Esto de los insectos es una cosa conocida como “el hormigueo”: una repugnante sensación de que tienes bichos recorriéndote el cuerpo por debajo de la piel. Por supuesto, yo no había oído hablar del tema hasta que me lo explicó la especialista haciéndome sentir triste, cabreada y con ganas de rascarme, todo a la vez.

En fin, ya ha pasado un año de todo esto y ahora estoy mucho mejor. No siento ningún insecto bajo mi piel, mi pelo ha decidido seguir conmigo otra temporada y vuelvo a sentir un picazón, esta vez más agradable, cuando veo una foto de Mark Ruffalo. Resulta que un chute masivo de estrógenos y progesterona, y un poco más de sol, pueden hacer maravillas por ti. Si la angustia del Brexit fuera tan fácil de curar...

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