En Estados Unidos es una estrella. Sexóloga y terapeuta de parejas –o “relationship & sex guru”, como la llaman allí–, Esther Perel lleva 30 años atendiendo a pacientes en su consulta de Nueva York. Lo hace todas las semanas, a pesar de las numerosas invitaciones a conferencias, las giras promocionales de sus libros o las sesiones de coaching para empresas, porque gracias a sus pacientes sigue conservando el contacto con la vida de la gente, sus bloqueos y sus interrogantes, tanto en la cama como fuera de ella.
Los discursos de esta terapeuta belga de 61 años sobre la sexualidad son también divertidos y muy sinceros. Sus dos conferencias TED –la primera sobre el deseo, la segunda sobre la infidelidad– acumulan casi 20 millones de reproducciones en YouTube. Su libro La inteligencia erótica (Ed. Martínez Roca) fue un fenómeno mundial; y Te amo, te engaño (publicado recientemente por Planeta con el título El dilema de la pareja), ha sido también un best seller.
Ahora, se interesa por el futuro (que es el presente) de la identidad masculina, su nuevo objeto de análisis y un tema crucial para repensar y transformar las relaciones de pareja. Sin embargo, en lugar de diagnosticar que la masculinidad está en “crisis”, como hacen otros expertos, Perel nos habla de un modelo en “transición”. Las relaciones estarían cambiando tan rápidamente que nos vemos en la tesitura de negociar por primera vez aspectos que antes eran estructuras fijas e incuestionables. Estamos a finales de 2019 y el hombre debe cambiar, sí, pero para que eso ocurra, la terapeuta plantea como necesaria una condición sine qua non: que la mujer sea cómplice de ese cambio y permita al hombre poder hacerlo. Planteamientos que pueden resultar incómodos, puesto que hablan no solo de las dificultades de los hombres para evolucionar, sino de las contradicciones y la ambivalencia de las mujeres respecto a esos cambios. En esta entrevista, Perel nos hace una síntesis sobre sus polémicos y enriquecedores puntos de vista sobre temas como el #MeToo, la nueva paternidad y la sexualidad falocéntrica.
“La vida de las mujeres no va a cambiar de forma fundamental, mientras los hombres no tengan la oportunidad de cambiar también. El mundo está muy preocupado por el poder de los hombres y lo que hacen con él, pero en realidad no es su poder lo que hay que tener en cuenta, sino su miedo a la impotencia. Un hombre vive bajo el reinado de su pene, con pavor de no ser un hombre si su sexo no funciona como él desea. Ese es el motivo de que haga todo lo que está en su mano para mostrarse poderoso y viril. Y eso pasa por la negación de sus emociones, el desarrollo de un agudo sentido de la responsabilidad y del honor, y el sacrificio de su vida para ser un héroe…”.
“Desde siempre, los hombres han tenido acceso a la juventud y a la sexualidad a través del poder o la fortuna. Por el contrario, las mujeres han tenido acceso al poder y al estatus público a través de su juventud o su sexualidad. Cada parte ha utilizado los recursos a los que habría tenido acceso para negociar. Pero el #MeToo dice: las mujeres ya no quieren este intercambio ni jugar con las reglas impuestas por los hombres o las mujeres de generaciones precedentes. En ese sentido, creo que el #MeToo habla más de una distancia entre las mujeres de diferentes generaciones que de una separación entre los hombres y las mujeres. Lo que las mujeres de mi edad aceptaron como el precio que había que pagar, las de 25 años ya no lo toleran. El movimiento del #MeToo es más una cuestión de generación que de género, y de saber cómo se negocian las relaciones de poder”.
“Hasta los cinco o seis años, un chico no es diferente de una chica. Está conectado a su vulnerabilidad, sabe responder de manera afectiva y está en contacto con sus emociones y las de los demás. Pero entre los seis y los siete años, sucede algo. En la escuela, de manera inconsciente, el niño se da cuenta de que esa sensibilidad no es lo que se espera de él y empieza a asumir el código tradicional de la masculinidad. Comprende que para ser hombre hay que ser fuerte, no tener miedo, no ser vulnerable y sí autosuficiente; hay, además, que participar en ciertos juegos aunque se sienta dolor. Creo que esa falsa autonomía, este miedo de la dependencia, lo sitúan en una trayectoria que se acaba estableciendo sobre el rechazo de lo femenino”.
“En los años 80, los hombres hablaban mucho sobre la ausencia del padre. Hoy, al contrario, hablan de la presencia del padre, pero del padre que quieren ser. Uno de los grandes cambios de la masculinidad tiene que ver con la paternidad. El hombre de hoy no está solo ahí para ser el garante de la disciplina o para llevar dinero a casa, también puede ser una entidad afectiva. Los roles se han redefinido. Y eso trastorna sobre todo a la mujer, que siempre ha creído que ella era el progenitor numero uno, la experta número uno, que no tenía poder en el ámbito de lo público, pero sí todo el poder en el privado. Hoy, esta misma mujer, quiere acceder al poder público, pero no está dispuesta a renunciar al poder privado. Quiere que su hombre sea más vulnerable, pero tampoco demasiado. Porque si eso sucede, se dice a sí misma, parecerá un niño: ¡y niños ya tiene!”.
“No somos iguales, no somos los mismos, y el objetivo no es serlo. Un ejemplo tonto: hay muchos hombres que serían mejores amos de casa que sus mujeres. ¿Pero sus parejas están preparadas para decir: “Le veo igual de hombre” si se queda en el ámbito de lo doméstico? Esa es la hipocresía de las mujeres. Hoy las mujeres aceptan verse de forma distinta, pero todavía no están listas para verle a él de forma diferente. Y, de hecho, él tampoco. El modelo patriarcal no está muerto. Hay incluso un resurgimiento de ese modelo. Históricamente, cada vez que los hombres han visto que su vida se volvía más precaria, con menos certezas respecto a su papel, y sentían amenazados su autoridad y su poder, muy a menudo se ha producido en paralelo un auge del fascismo. Un sistema autoritario con el que los hombres pueden llegar a sentirse identificados porque se les dice lo que es correcto y lo que no, lo que tienen derecho a hacer. Y eso va acompañado de una emergencia de líderes de cierto tipo: erdoganes, putines, trumps…”.
“En un programa de televisión australiano, una mujer me preguntó qué podía hacer con su marido impotente. Pero la solución estaba en implícita en la propia pregunta. Hasta hoy, la industria de la pareja está centrada en que el pene haga lo que se espera de él. Un momento... ¿Es que el hombre no tiene manos, piel, cabellos, sonrisa, ojos? ¿O es el pene el que decide? Esto es lo que debe cambiar en la sexualidad masculina. Y también esa idea (falsa) de que la sexualidad femenina es psicológica, subjetiva, multidimensional, contextual, en oposición a una sexualidad masculina natural, automática, con un pene siempre preparado. La sexualidad masculina es todo menos sencilla, también es muy psicológica. La sociedad debe tomar conciencia y dejar de hablar de sexo según un modelo fálico, de penetración en un acto sexual que se acaba cuando el hombre “termina” y se duerme. La sexualidad son muchas cosas, no solo un acto. Escucho a muchos hombres decir: “Nada me da más placer que verla a ella, ver su placer”. El hombre ya no tiene ganas de recibir un “servicio”, quiere que su pareja esté presente y sienta placer. Al contrario, es rarísimo escuchar a una mujer decir: “Nada me gusta más que verle a él sentir placer”. Lo que la excita es cómo se siente con respecto a ella misma. Y eso contrasta totalmente con los roles tradicionales de hombres y mujeres. Mientras él tiende, conforme a su rol social, a ser autosuficiente en la vida pública; en la relación sexual busca la complicidad. La mujer, por el contrario, está programada socialmente para pensar en los demás antes que en ella; pero en la relación sexual, para acceder al erotismo es necesario que deje de pensar en los otros. No hay que preguntar nunca a una mujer qué la excita, sino cómo elige ella excitarse. El hombre puede hacer todo tipo de maravillas, pero si la mujer está desconectada de sí misma, no conseguirá sentir placer”.
20 de enero-18 de febrero
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