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Tom Ford ha llegado temprano para reorganizar los muebles de la habitación. Está convencido de que la elegante suite del San Vicente Bungalows, el club privado en el que hemos quedado para la entrevista, podría ser mejor. Así que el club ha puesto a su disposición a ocho personas para transportar macetas y colocar velas según sus indicaciones. El propio diseñador ha rehecho los arreglos florales, expurgando las rosas y dejando los ranúnculos en los jarrones, porque, dice, no le gusta mezclar. Cuando llego, lo encuentro aún perdido en sus pensamientos y fantaseando con rehacer la habitación con tonos de su paleta de colores favorita.
¿Cómo quedarían unas cortinas de terciopelo marrón chocolate? En la vida, si lo piensas, todo podría ser más hermoso y sensual. Y Ford siempre lo piensa. De hecho, a los seis años, a la edad en la que fue lo bastante fuerte como para arrastrar muebles, empezó a reorganizar su casa y a decirle a su madre todo lo que pensaba acerca de su pelo y sus zapatos. Ser Tom Ford debe de ser algo horrible porque es un hombre capaz de detectar todo lo que está mal. “Soy súper súper virgo: perfeccionista, controlador, aparentemente distante y definitivamente hogareño. Los virgo amamos estar en casa”, dice. En su caso, en cualquiera de las seis que posee.
En las tres horas que pasamos juntos para esta entrevista, Ford –que es conocido por ir al rodaje de sus películas vestido con traje y por rehacer las camas… incluso en hogares ajenos– no ha consultado su móvil ni una sola vez. Es un hombre que camina erguido y conserva los viejos modales del sur, como levantarse de la mesa cada vez que vuelves del baño. Su voz, como uno de sus fans escribió en Youtube, suena a chocolate fundido. Me encanta el aura dorada que le ha dado con las velas a la habitación, y le confieso que soy una obsesa de la iluminación y que en ocasiones he movido lámparas en una fiesta. “Oh, yo hago lo mismo –me dice conmovido–. En el Tower Bar, si vas a mi mesa, la de la esquina de la parte de atrás, podrás comprobar que las luces cenitales que caen sobre el resto de las mesas están apagadas en la mía. “O te deshaces de esas luces o no vuelvo”, les dije, y las apagaron”.
Ford se oculta a sí mismo tras el color negro: plantó un jardín negro en Londres con tulipanes y calas negras, piensa en la muerte constantemente y planea diseñar un sarcófago negro. Tiene 57 años, pero durante décadas ha dado la sensación de que el tiempo no pasaba por él. Siempre ha sido tan seductor como Cary Grant. Le digo que todos estos detalles le convierten en icono de mi culto favorito: el de los vampiros sexis. Su rostro se ilumina. “Lo primero que le pedí a mi madre que me cosiera siendo niño fue una capa de vampiro: era de satén negro por fuera y de satén rojo por dentro. Estaba obsesionado con ser uno de ellos: seres sin edad, sexis, con esa manera de hablar tan seductora. No me refiero a Nosferatu, ya sabes, sino esos vampiros que suelen ser ricos, viven en fabulosos castillos y visten de negro, los geniales”.
Lisa Eisner, una de sus colaboradoras, no está de acuerdo: “ Tom huele demasiado bien para ser un vampiro”. Y añade que aquellos que le conocen solamente por las famosas fotos donde aparece con actrices y modelos desnudas probablemente crean que es una especie de “pervertido sexual, alguien que piensa en el sexo 24 horas al día, siete días de la semana. Pero él no es así para nada; de hecho, está muy casado”. Richard Buckley, el marido de Ford desde 2013, es un veterano periodista de moda con quien tuvo un flechazo en un ascensor hace 32 años. Él mismo confirma que la reluciente fachada de laca negra del diseñador es solo una máscara. “Mucha gente tiene la sensación de que Tom es una especie de adicto a la fama, pero él es y siempre ha sido un hombre dolorosamente tímido –dice Buckley–. Lo que pasa es que a los 20 años estudió interpretación. Es buen actor y puede activar su personaje con facilidad ante los periodistas”.
Tom tiene un hijo de seis años que se llama Jack y cada día le lleva a la escuela; un niño singular, que ya prefiere el negro a un cajón lleno de colores. “ Las madres tienen que soportar la perfección de Tom Ford a las ocho de la mañana, cuando ellas parecen recién salidas del infierno”, cuenta divertida Lisa Eisner. Asus 70 años, Buckley afirma secamente que su vida con Ford no ha sido una sucesión “de caviar y champán”. En 1989, solo tres años después de que empezaran a salir juntos, al periodista le operaron de un cáncer de garganta y tuvo que luchar contra los efectos de la radioterapia. “Tom me ha visto pasar por mucho, desde un cáncer de garganta a innumerables brotes de neumonía, pasando por la muerte de mi hermano y de mi madre con una diferencia de 48 horas”, dice Buckley.
Durante el cáncer, Ford le confeccionó a su marido una pechera gris de lana merina –y cuello vuelto– con un hueco situado estratégicamente para el tubo de la traqueotomía. También le hizo una bufanda de seda negra con aberturas para los eventos formales. “ Tom es muy bueno cosiendo”, explica Buckley. Una habilidad completamente innecesaria para un diseñador en nuestros días.
El pasado mes de marzo, se anunció que Tom Ford sucedería a Diane von Furstenberg como p residente del Consejo de Diseñadores de Moda de América (CFDA), un puesto que acabó aceptando gracias a la persuasiva insistencia de Anna Wintour. “Tom es una mezcla de Rolls-Royce y “hombre Malboro” –me dijo Diane Von Furstenberg sobre su sucesor–. En un tiempo en el que la América de Donald Trump se está alejando del resto del mundo, él, que ha pasado la mitad de su vida trabajando y estudiando en Europa, tiene la capacidad de tender puentes”. Virgil Abloh, creador de la marca de streetwear de lujo Off-White y actual director artístico de la línea masculina de Louis Vuitton, cree que, en el CFDA, Ford no va a ser “solo un títere de la industria. Es un hombre con tanto rigor, en su trabajo y personalmente, que estoy seguro de que aportará ideas desafiantes”.
La casa del diseñador en Nueva York es un edificio modernista valorado en 18 millones de dólares. Es la misma casa donde vivió Halston, el diseñador fetiche del Manhattan de los 70, y allí se organizaron algunas de las fiestas más salvajes de la época, con invitados como Truman Capote, Jackie Kennedy Onassis y Liza Minnelli... “Incluso antes de comprarla, durante muchos años viví mentalmente allí” asegura Tom Ford. Es una mansión con techos de nueve metros de altura, tragaluces y un jardín en la azotea. A pesar de que, según dice, adora Los Ángeles, no puede evitar sentir una cierta devoción por Nueva York: “Quiero que Jack [su hijo] sepa cómo ponerse una chaqueta, ir a un restaurante, visitar un museo, caminar por la calle o ver una obra de teatro”. Ford se recuerda a sí mismo en una noche de los años 70, aburrido y desorientado en la residencia de estudiantes de la Universidad de Nueva York (donde estudiaba Diseño de Interiores) diciendo en voz alta: “Oh, Dios mío, por favor, por favor, no puedo más: haz que ocurra algo”. Justo en ese momento tocaron a la puerta. Toc, toc, toc. Y allí estaba Ian Falconer, un chico de mi clase de Historia del Arte, con un diminuto blazer azul, que me dijo: “¿Te apetece ir a Studio?”. Y yo le contesté: “¿Bromeas? ¿Quieres decir Studio 54?”. Y él me dijo que sí y que iba para allá con unos amigos”. Casualmente, uno de aquellos amigos era Andy Warhol, que pasó a recoger al grupo con una limusina Cadillac. “Lo que viví aquella noche fue literalmente como estar dentro de una película. Cuando llegamos a la discoteca, todo el mundo se hizo a un lado y entramos sin hacer cola. Fue mi primera vez en Studio 54, bebí y tomé mucha cocaína”.
Incluso entonces, Tom Ford siempre visualizó para sí mismo el tipo de vida cinematográfica que ha llegado a conquistar en el presente. En su casa de Nueva York cuelgan varios warhols, incluyendo un tríptico de vulvas y una Big Electric Chair. Y recientemente ha vendido en Sotheby’s un autorretrato de Warhol por 32,6 millones de dólares: lo hizo para pagar sus tiendas en China. Aquella noche en Studio 54 también fue la primera vez que estuvo con un hombre. Y se asustó: “Le dije que había sido estupendo, pero que yo no era realmente así. Y volví a la residencia de estudiantes a seguir mi vida. Supongo que estuve resistiéndome a aceptarlo unos seis meses. Piensa que yo venía de Texas. Y me preocupaba decírselo a mis padres. Pero al final no fue tan difícil, porque eran demócratas y fue antes del sida”, recuerda. “Más tarde descubrí, que en el fondo era un plus porque mucha gente creía que si no eras gay no podías ser un buen diseñador”.
A nuestro encuentro, Tom ha acudido elegantemente vestido, por supuesto, con prendas y complementos de su propia firma: lleva un reloj Tom Ford 002 negro, con una correa de cuero de quita y pon; una camisa francesa de algodón blanco (“Porque es una de las pocas cosas que un hombre puede tener en la vida: un par de gemelos”); pantalones sin raya; la chaqueta de terciopelo negro preferida de los magnates de Hollywood –con solapa de terciopelo– y un par de botines negros tipo Chelsea. No me siento seguro con unas zapatillas de andar por casa o con unas deportivas –añade el diseñador–. Supongo que es por culpa del clásico hombre texano que hay en mí. Jamás podría ir a una reunión de negocios con sneakers. Son demasiado suaves. Además, tampoco estoy cómodo llevando un suéter cuando estoy fuera. Me encuentro blando, vulnerable. Y necesito mi armadura”.
Entonces, ¿qué me puede decir de aquella vez que iba desnudo por la playa de St. Barts y se cruzó con Anna Wintour? Ford se ríe y, con gran talento para la imitación, reproduce aquella incómoda escena con la editora de Vogue: “Hola, Richard. Hola, Tom”. Y yo en plan: “Ah, ¡hola, Anna! Oh, estoy desnudo. Y solo fui consciente de ello en aquel momento. (Cuando le pregunté a Wintour al respecto, ella contestó alegremente: Estoy segura de que tenía un aspecto tan impecable como siempre”). Para Ford, los políticos también necesitan una armadura, por lo que se muestra encantado de comentarme cómo los ve y qué consejos les daría mientras va cambiando de canal en la televisión, de MSNBC a CNN, de CNN a la BBC... Sobre Hillary Clinton: “Me encanta Hillary, y la apoyé. Pero si te das cuenta, cuando habla con una cámara suele levantar la barbilla y, de repente, da la sensación de que ha adoptado una pose arrogante. Es lo contrario a lo que hacía la princesa Diana, que cuando respondía a una pregunta te miraba desde abajo, con ojos de cervatillo”. Sobre el presidente Trump: “Es un hombre muy alto, pero no está delgado. Le vendría bien llevar corbatas más alargadas, porque formarían una línea vertical que le haría verse más delgado en su cabeza. Tampoco se abrocha la chaqueta, lo que me parece muy extraño. De hecho, he recorrido las habitaciones de una fiesta abotonando las chaquetas de la gente porque eso te marca la cintura”. ¿Y qué le pareció aquella vez que Trump se pegó la parte de atrás de su corbata con un trozo de celo?. “Bueno, la cinta adhesiva hace milagros”, le concede Ford al presidente.
Tras ver el documental What the health (Netflix), Ford decidió volverse vegetariano, aunque reconoce que de vez en cuando se permite un trozo de salmón. Mientras charlamos, bebe una Coca Cola y toma una alcachofa a la parrilla y un bistec de coliflor. A veces también hace trampas con los pasteles y las gominolas para veganos. “ El azúcar es mi debilidad”, confiesa. El diseñador se pesa todos los días y desde hace años no supera los 74 kilos. Reconoce que hace una década dejó de beber alcohol. “Bebía mucho, así que casi todas las mañanas me tocaba mandar flores a esta o aquella persona para pedirle disculpas por haber hecho o dicho cualquier barbaridad. Además, el alcohol solía ser la puerta hacia las drogas. Después de tres copas, llegaban las rayas y cualquier cosa podía pasar”. Así que, cuando dejó Europa después de 17 años y se mudó a California, la tierra de los zumos verdes, vivió un choque cultural. “Estaba en una fiesta por la tarde en casa de un amigo y Martin Short me dijo: “¿No crees que tienes un problema con el alcohol?”. Fue el primer indicio que tuve de que tal vez lo que hacía no fuera tan normal”. Trabajó con un terapeuta y un día dejó de beber.
Animales nocturnos (2016) y Un hombre soltero (2009), las dos películas que ha dirigido, están tan inundadas de color que recuerdan a las fascinantes luminosidades de la pintura veneciana. “Tengo las ideas muy claras sobre lo que quiero expresar, así que me siento delante del ordenador durante horas y corrijo los tonos fotograma a fotograma. Puedes manipular los colores así que, en realidad, es como pintar”. Me cuenta que ha comprado los derechos de una novela de 600 páginas que lleva queriendo adaptar desde hace 12 años, pero se niega a decirme el título. Naturalmente, lo que quiere es tener todavía más control. “ En la moda, nunca diseñas algo para que otro lo venda como suyo. En estos años haciendo cine he aprendido que eso de que hay cosas mágicas que solo los profesionales saben hacer es un mito. No me lo creo. Tengo la sensación de que a veces puedo hacerlo mejor que ellos”. Me sorprendió saber que evitaba el color tanto en su ropa como en sus casas. Una vez, hizo que pintaran los tractores amarillos de su rancho de Santa Fe de color negro, con el fin de que combinaran con sus vacas Black Angus, sus caballos negros y sus retroexcavadoras negras. “ No me gusta llevar ropa de colores porque no me gusta gritar. Me sentiría un poco tonto con un color brillante”.
Dice que siente una gran empatía por las mujeres que tienen terror a que se desvanezca su belleza. “ No hay nada más poderoso en nuestra cultura que una mujer bella. El problema es que es algo insostenible. Lo he vivido con muchas de mis amigas. Las comprendo porque una parte muy importante de mi trabajo es imaginar la versión femenina de mí mismo”. Ford reconoce que su pelo es un poco más canoso de lo que parece y que “ siempre me ha parecido bien el bótox. Hay que ser cuidadoso con las cantidades. Yo lo hago una vez cada ocho meses”. Ahora que es padre (y ha dejado de ir desnudo por la casa, como solía hacer), ¿siente que debería moderar el tono sexual de sus anuncios de moda? “Oh, sí, absolutamente”, dice, añadiendo que no es solo el hecho de tener un hijo lo que le modera, sino también por “la cultura de lo hiperpolíticamente correcto en la que estamos viviendo. Ya no puedes decir nada. La semana pasada estaba rodando una campaña en la que el chico estaba besando en el cuello a la chica mientras le sujetaba las manos por detrás de la espalda. De repente, me di cuenta y dije: “No, no, tenemos que cambiar la escena”. La verdad es que no sé si alguno de nosotros logrará sobrevivir a este escrutinio”.
Tras compartir una tarta de merengue y limón, el diseñador me acerca a mi hotel con su Range Rover con chófer. En el vuelo a casa veo en una revista una fotografía de Priyanka Chopra con el mismo vestido de Tom Ford que yo había llevado para la entrevista. Y al verla, me doy cuenta con horror de que yo había llevado el cinturón al revés toda la noche. Pero por supuesto, fue demasiado educado para mencionarlo.