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Una a una fueron subiendo al podio. Pero el gesto de todas ellas era serio y sombrío. Tras una victoria épica ante Noruega en semifinales, acababan de perder la final contra Holanda con un penalti dudoso a seis segundos para el final. A medida que recibían la medalla de plata, el rostro de las jugadoras de la selección nacional de balonmano se transformaba. Primero, eran sonrisas tímidas. Después, diáfanas. Segundos más tarde, besaban las medallas; otras las mordían a lo Nadal. Y entonces, estalló la alegría colectiva.
Las Guerreras acababan de proclamarse subcampeonas del mundo. “Aunque puedes pensar que la plata viene con una sensación agridulce, te juro que cuando me colgaron la medalla me supo a oro. Todo el esfuerzo y trabajo habían merecido la pena. Nadie se lo esperaba. Ni siquiera nosotras mismas. Es un sueño cumplido”, explica la portera Silvia Navarro, capitana de la selección.
merche castellanos
Dos meses después de aquel momento épico, las Guerreras están desperdigadas por media Europa, en países como Hungría, Rumanía o Francia, compitiendo en las ligas más importantes del continente. Y mientras Navarro vive y juega en Canarias, donde es la portera del Rocasa Gran Canaria, en San Sebastián cuatro jugadoras del combinado español se preparan en los vestuarios. “Me encanta el maquillaje, la moda, las fotos... ¡Estoy encantada!”, confiesa Elisabet Cesáreo, la más joven de todas. Hoy cambian las zapatillas y la ropa deportiva por un look más sofisticado. Las sesiones de fotos no son su hábitat natural, pero después de un rato siguen disciplinadamente las indicaciones de la fotógrafa y la estilista. “Esto de posar es mucho más difícil de lo que parece”, reconoce entre risas Silvia Arderius, central del Super Amara Bera Bera, el equipo donostiarra en el que juegan cuatro de las subcampeonas del mundo: Cesáreo, Arderius, Maitane Etxeberría y Merche Castellanos.
Ahora, este equipo histórico recibe el premio Mujerhoy a la excelencia deportiva. “Es muy especial para nosotras. No estamos acostumbradas a este tipo de premios. Es un chute de energía”, explica Arderius. Desde el Mundial, la proyección mediática de la selección femenina de balonmano ha crecido de manera exponencial. “Nos siguió gente que no había visto un partido de balonmano en su vida”, recuerda Castellanos. Especialmente, las niñas. Muchas niñas y adolescentes que por fin tienen un espejo en el que mirarse: deportistas que salen en la televisión, ganan medallas y, sobre todo, son profesionales. “Cuando yo era pequeña, todos mis referentes eran hombres. Tenía claro que quería jugar a balonmano, pero no sabía cómo”, rememora Castellanos. “Yo ni siquiera sabía que existía la posibilidad de dedicarse a esto de manera profesional. Porque lo que no se ve, no existe... Por eso, es fundamental que las niñas tengan referentes, que sepan que cuesta, pero que se puede llegar aquí. Que si quieren practicar un deporte al más alto nivel está a su alcance”, afirma Arderius.
No es, desde luego, un camino sencillo. Los éxitos del equipo nacional no han impedido que la precariedad sea la norma entre las profesionales de este deporte en España. El sueldo medio de una jugadora de la División de Honor ronda los 700 u 800 € al mes. Y, tristemente, cobrar 1.000 € se considera un “buen salario”. ¿El mayor sueldo de la liga? No pasa de los 2.000 € y está reservado para las dos o tres mejores jugadoras de la competición. “Hay muchas diferencias entre unos clubes y otros. Hay jugadoras en condiciones muy precarias: sin cotizar o con contratos de apenas unas horas a la semana. Estamos consiguiendo avances despacio. Por ejemplo, que todas las jugadoras tengan un contrato y que al menos seis de cada equipo tengan que estar contratadas a media jornada. Peleamos poco a poco. Una huelga como la de las futbolistas no tendría efecto en nuestro caso. No tenemos medios para eso”, valora Silvia Arderius.
Aunque los clubes hacen esfuerzos, la realidad es que la inversión no es suficiente. “Es el pez que se muerde la cola. Los clubes no tienen dinero porque no consiguen patrocinadores importantes porque no tenemos el suficiente tirón mediático”. Por eso, la visibilidad es uno de sus caballos de batalla. “Tenemos el mismo derecho a salir en televisión y prensa que los chicos. Trabajamos tanto como ellos o más. En la selección tenemos los mismos derechos, pero en la liga la diferencia es abismal. Estamos a años luz”, explica Navarro. Por eso, algunas de las mejores jugadoras nacionales han emigrado.
Es el caso de las estrellas de la selección Nerea Pena, Lara González o Shandy Cabral. En Noruega, Francia, Hungría o Rumanía las condiciones son mucho mejores. “En España es impensable que una jugadora gane 4.000 € al mes, pero en algunas ligas extranjeras sí ocurre”, asegura Navarro, que jugó en la rumana durante la crisis. Todas se lo han planteado en algún momento. Elisabet Cesáreo tiene claro que su futuro está fuera: “Quiero irme. Soy muy joven y dentro de unos años me gustaría vivir esa experiencia. El balonmano es mi vida. Y aunque me dé pena decirlo, el nivel de la española no es igual al de otras ligas”, cuenta. No es la única. “Siempre se te pasa por la cabeza. Dedicarte exclusivamente al balonmano es imposible aquí”, sentencia Etxeberria, que hace equilibrios para estudiar Empresariales en el poco tiempo que le dejan los partidos, los entrenamientos y los viajes.
Ese es el otro gran problema que afecta a estas deportistas. La dedicación exclusiva es una quimera. “Me gustaría ver a Messi trabajando por las mañanas y entrenando por las tardes. Deberían ponerse en nuestro pellejo”, se lamenta Silvia Navarro. Efectivamente, muchas jugadoras tienen un segundo empleo. Otras estudian. Algunas tienen varias carreras. Y todas, las más veteranas pero también las más jóvenes, la mente puesta en la retirada. El eterno “¿y después qué?”. Esa pregunta incómoda marca toda su carrera. “Es nuestro principal problema. Del balonmano se puede vivir, pero no da como para ahorrar. Hay mucha gente que deja de jugar porque les preocupa su futuro. Después del deporte, te queda toda la vida por delante y te preguntas qué va a ser de ti. Si yo me retiro con 35 años, lo haré sin tener ninguna experiencia laboral. Y así es muy difícil encontrar un trabajo”, expone Arderius, que estudió Magisterio Infantil y Administración de Fincas. Merche Castellanos, que también está licenciada en Magisterio y Educación Física, coincide: “Yo ya tengo 32 años y empiezo a plantearme ciertas cosas. He dedicado toda mi vida al balonmano y no tengo ahorros. Es complicado enfrentarte al mundo laboral por primera vez a esta edad”.
Además, existe otro factor añadido. En el caso de las deportistas, la maternidad llega con un peaje adicional. “Es complicado porque puedes estar uno o dos años sin jugar. No sabes cómo te va a afectar físicamente. Te planteas si después te va a querer algún equipo, pero también que si lo pospones demasiado luego sea muy tarde”, explica Castellanos. Silvia Navarro es madre de un niño, pero su experiencia ha sido positiva. “Es difícil compaginar la maternidad con los entrenamientos, los viajes y las ausencias, pero no me arrepiento de nada. Tanto mi equipo como la Federación me han apoyado mucho en ese aspecto. No puedo quejarme, al contrario”.
Mientras luchan por conquistar nuevos derechos y reivindican más visibilidad, este año la cabeza de las Guerreras está en otro sitio. Apenas quedan cinco meses para los Juegos Olímpicos de Tokio. Mencionar la cita olímpica provoca un repentino ataque de humildad y cautela entre las jugadoras dirigidas por Carlos Viver.
De momento, no están clasificadas. Por eso, repiten el clásico mantra de cualquier deportista frente al micrófono de un periodista: no será fácil, las rivales son duras, habrá que ir “partido a partido”. Y tienen razón: entre el 20 y el 22 de marzo disputarán el torneo preolímpico, que se celebrará en la localidad valenciana de Llíria. “ Primero, tenemos que clasificarnos. Y si lo conseguimos, no hay que marcarse metas. El nivel está muy igualado entre muchas selecciones. Los pequeños detalles marcarán la diferencia”, analiza Arderius. Sin embargo, soñar es inevitable. “Para una deportista, unos Juegos Olímpicos son lo más. Desde pequeña los he vivido pegada a la tele: viendo todos los deportes, emocionándome con el desfile de la apertura... Se me ponen los pelos de punta. ¡Ojalá!”, confiesa Castellanos.
Más allá de las virtudes físicas y técnicas de la selección, y aunque pueda sonar a topicazo, uno de los fuertes que tiene este conjunto es el grupo humano. “ Somos una piña. Y el equipo funciona gracias a eso. Somos muy compañeras y remamos todas en la misma dirección. Al final, se convierten en tu segunda familia”, afirma orgullosa su capitana, Silvia Navarro. Una familia que aspira a todo. También a volver de Tokio con una medalla. Pero, sobre todo, a dar la batalla. Ese es el trabajo (y el compromiso) de estas auténticas guerreras.