Como cada día durante las 12 jornadas que duró el juicio, Harvey Weinstein llegó el pasado 24 de febrero a la Corte Suprema de Nueva York arrastrando un andador, con aspecto frágil, rozando el patetismo. El juez James Burke le comunicó el veredicto: 20 años de cárcel por un acto sexual criminal en primer grado y tres años más por violación en tercer grado. A sus 67 años, era, prácticamente, una sentencia a cadena perpetua. Antes de pronunciar el veredicto, el magistrado dio la palabra al acusado. En contra del consejo de sus abogados, el que había sido todopoderoso productor de cine pronunció un alegato final de más de 20 minutos. “Me pasaré el resto de mi vida tratando de ser una persona mejor”, dijo. Hoy, dos meses y medio después de esa sentencia, el mundo se ha parado, pero Weinstein sigue pagando condena en la cárcel, mientras espera un nuevo juicio en Los Ángeles.
Según el diario New York Post, el productor intentó que sus ex mujeres, Eve Chilton y Georgina Chapman, escribieran cartas laudatorias sobre él para el juez. Ambas se negaron. “Decir que Harvey le da asco es quedarse corto”, explicaba una fuente cercana a Chapman a la revista People. A las infidelidades en serie y el consiguiente escarnio público, se sumaban detalles humillantes. La investigación de las periodistas del New York Times Megan Twohey y Jodi Kantor desveló, por ejemplo, que las asistentes de Weinstein tenían un protocolo especial para manejar a Chapman. Un manual, al que ellas se referían como “la Biblia”, para cuando la mujer del jefe llamaba preguntando por él.
Apenas cinco días después de que el New York Times publicara las primeras informaciones sobre el caso, Chapman anunciaba su separación de manera unilateral con un escueto comunicado. “Cuidar de mis hijos pequeños es mi prioridad y pido privacidad a los medios en este momento”. Los trámites fueron rápidos y en enero de 2018 el matrimonio alcanzó un acuerdo de divorcio, que según la prensa se saldó con 20 millones de dólares y la custodia de sus dos hijos en común para Chapman.
Georgina Chapman nunca aspiró a ser el centro de atención. Nació en Richmond, un suburbio rico de Londres y en el seno de una familia acomodada: su padre, un avispado emprededor, había fundado una compañía de café; su madre trabajaba como periodista en la revista Reader’s Digest. Con una dislexia severa, que no le diagnosticaron hasta los ocho años y que convertía cualquier lectura en una pequeño suplicio, y un defecto en la cadera que le provocaba constantes caídas, le costó encajar en el colegio. Le gustaba dibujar, le llamaba la atención la moda y con 11 años ya confeccionaba sus vestidos a partir de piezas de segunda mano. Aunque hizo sus pinitos como actriz y modelo, también trabajó como camarera o dependienta.
En 2003, conoció a Weinstein en una fiesta. Él estaba casado con su primera mujer, Eve Chilton, y ella vivía en Londres. Se mudó a Nueva York y fundó Marchesa junto a su amiga Karen Craig, a la que conoció en el Chelsea College of Art and Design. Admiradora de Galliano y McQueen, sus diseños no tenían nada de experimentales ni vanguardistas. Eran románticos vestidos de princesa, tan hiper-femeninos como, en muchos casos, trasnochados. Además del trampolín de lanzamiento proporcionado por Weistein, su inmensa fortuna y su extensa red de contactos, las diseñadoras encontraron mentoras en Tamara Mellon, fundadora de Jimmy Choo, la editora de moda Isabella Blow y estilistas como Rachel Zoe. Marchesa se convirtió en una marca ominipresente en las alfombras rojas. Hasta octubre de 2017.
Nada más estallar el escándalo, Chapman dejó Nueva York y se instaló junto a sus dos hijos en la casa de su amigo el actor David Oyelowo en Los Ángeles. Durante los seis meses posteriores apenas salió de allí y canceló su desfile en la Semana de la Moda de Nueva York en febrero de 2018. Cuando rompió su silencio, lo hizo como dicta cualquier manual de gestión de crisis: concediendo una entrevista y posando para una prestigiosa cabecera. La todopoderosa Anna Wintour decidió que esa revista fuera Vogue y escribía en el editorial: “No se debe responsabilizar a una persona de las acciones de su pareja. Georgina debería recibir nuestra compasión y comprensión”. Chapman aprovechó la oportunidad y habló de todo. De su primera reacción tras conocer las acusaciones contra Weinstein: “ Perdí cinco kilos en cinco días. La cabeza me daba vueltas. Los primeros artículos hacían referencia a historias que ocurrieron antes de que yo le conociera, pero luego me di cuenta de que no era un incidente aislado. Y supe que tenía que irme, sacar a los niños de allí”. Medio año después de que su idílica existencia saltara por los aires, describía así su estado de ánimo: “ Tengo momentos de ira, momentos de confusión, momentos de incredulidad. Y tengo momentos en los que solo lloro por mis hijos. ¿Cómo serán sus vidas? ¿Qué les va a decir la gente? Quieren a su padre. Me resulta muy difícil de soportar por ellos”.
Han pasado dos años de aquella entrevista y la diseñadora ha rehecho su vida. Ella y el actor Adrien Brody empezaron a salir en abril de 2019. En realidad ya se conocían, pero se reencontraron en Puerto Rico, durante la presentación de una línea de baño diseñada por Helena Christensen. Ninguno de los dos ha hablado y no hay fotos de ellos juntos. Solo se sabe lo que fuentes cercanas a la pareja han contado: que “comparten muchos intereses”, que ella le encuentra a él “interesante e inusual” y que su relación “distrae su atención del dolor que le ha causado su divorcio”.
Chapman ha conseguido que, poco a poco, su negocio vaya remontando. Marchesa ha seguido presentando cuatro colecciones cada año con puntualidad británica. Y en mayo de 2019, ella regresó a una alfombra roja. Lo hizo acompañada de la actriz Constance Wu, pertinentemente vestida de Marchesa, y en la cita neoyorquina más importante del año: la gala del MET, organizada por Wintour. Con un vestido plateado y más guapa que nunca, Chapman posó con ella y después posó sola. Mucho mejor así que mal acompañada.
Cuando todavía nadie sabía qué o quién era Marchesa, Renée Zellweger llevó uno de sus vestidos en el estreno londinense de la secuela de El diario de Bridget Jones. Sus diseños tomaban las alfombras rojas de Hollywood. En 2010, Sandra Bullock recogía su Óscar por Un sueño imposible con uno de sus diseños. Después Jessica Chastain o Jennifer Aniston contaron que el productor las presionaba para ponérselos. Scarlett Johansson se puso un Marchesa para la gala del MET de 2018. “Es un placer apoyar a una marca creada por dos talentosas mujeres”.
20 de enero-18 de febrero
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