Se encontraba deprimida e invadida por un profundo desasogiego. Aunque estaba trabajando a pleno rendimiento (en su exitosa serie de Netflix Grace and Frankie), Jane Fonda (Nueva York, 1937) sentía un enorme vacío. La estrella icónica y combativa que se manifestó contra la guerra de Vietnam en los 70 (y también la de Irak en los 2000), que defendió la causa feminista mucho antes de que estuviera de moda y convirtió los derechos de los indios americanos en su cruzada personal se había quedado sin causa.
Aunque había dejado de comer carne roja, conducía un coche eléctrico, no utilizaba plásticos de usar y tirar y tenía paneles solares en su casa desde hacía tres décadas, sabía que nada de eso era suficiente. La revelación definitiva le pilló en la costa californiana de Big Sur, durante un fin de semana junto a sus amigas, las actrices Rosanna Arquette y Catherine Keener. Allí terminó de leer el último libro de Naomi Klein sobre la emergencia climática. “Tuve una epifanía sobre el estado del planeta, que me hizo tomar la decisión de mudarme a Washington y que me cambió la vida. No creía que eso pudiera ocurrirme a mi edad, pero así fue y no pienso echarme atrás”, contaba recientemente en sus redes sociales.
Y sucedió exactamente así. “Aunque apenas tenía wifi en Big Sur, logró ponerse en contacto con Annie Leonard, directora ejecutiva de Greenpeace USA y le dijo que quería mudarse a Washington para protestar contra la inacción climática. Annie me llamó y nos pusimos en marcha para hacer realidad su plan”, explica Madeline Carretero, directora de eventos especiales y apoyo a los influencers de Greenpeace en EE. UU. Carretero es quien ha llevado a Fonda de la mano en este viaje. Aquella llamada fue la semilla de Fire Drill Fridays, un movimiento inspirado en los Fridays for Future de Greta Thunberg y que llama a la desobediencia civil para reclamar un plan de transición ecológica (Green New Deal). Primero, se articuló como una manifestación semanal a los pies del Capitolio. La pandemia obligó a transformarlo en un pequeño púlpito climático virtual en el que Fonda charla con otras estrellas combativas, activistas y científicos medioambientales.
Se ha pasado el año estudiando, leyendo informes científicos, hablando con expertos y escuchando a los afectados por el impacto del clima. Y desde el principio, tiene muy claros sus objetivos: quiere llamar la atención sobre la emergencia climática y la necesidad de actuar, y también normalizar la protesta para que más gente se sume al movimiento. Le inspiraron mucho las activistas jóvenes”, explica Carretero.
Para Fonda, el activismo siempre ha sido el motor de su vida. También lo que más alegrías (y más disgustos) le ha proporcionado. “No sabes cuántas mujeres me paran por la calle y me dicen: “Empecé a ir a las manifestaciones gracias a ti” Que yo no tuviera miedo a alzar la voz durante la guerra de Vietnam tuvo un gran impacto en muchas mujeres. Más adelante, me decían: “Empecé a hacer deporte gracias a ti”. Y eso es maravilloso porque cuando yo empecé, las mujeres no podían sudar, no podían tener músculos. Y los gimnasios eran solo para hombres”, me contó Fonda durante una entrevista en Los Ángeles en 2014.
Ahora, la actriz quiere que esas mismas mujeres se impliquen también en esta lucha. Es lo que valora Jamie Margolin, fundadora de la organización ecologista Zero Hour y una de las activistas jóvenes más famosas del mundo: “Tiene mucha influencia fuera del movimiento medioambiental y puede crear conciencia entre personas que normalmente no prestan atención a estos problemas”.
Y para eso, Fonda tenía que predicar con el ejemplo. En otoño, hizo las maletas y se plantó en Washington. No quería, ha contado, tener que volar más de lo estrictamente necesario. Cuestión de principios y coherencia. Y así empezó a manifestarse cada viernes a las puertas del Capitolio, acompañada por otras activistas y estrellas como Arquette y Keener, pero también Gloria Steinem y Sally Field. La campaña se volvió icónica en cuestión de días. Un viernes tras otro, hasta en cinco ocasiones, la policía detuvo a la actriz. En noviembre, llegó a pasar una noche en el calabozo. Carretero estaba allí con ella: “Jane se arriesgó para atraer la atención hacia el trabajo de los activistas. Tenía 81 años cuando le pusieron las esposas. ¿Te imaginas a tu abuela haciendo algo así? Fue un momento cargado de emoción y empoderamiento”.
El abrigo rojo que lució en las protestas también se ha convertido en un símbolo. Pero no del glamour de Hollywood (que a Fonda se le supone), sino de la sostenibilidad. Fonda ha anunciado que será la última prenda que se compre, a excepción de la ropa interior y los calcetines.
Fonda es una activista sin complejos, que conoce el terreno que pisa y que no se autocensura. Ha comparado los crímenes del nazismo con la industria del combustible fósil y le han caído palos. Pero está curada de espantos. Para un sector de la población norteamericana siempre será Hanoi Jane, la mujer que posó en 1972 junto a una batería antiaérea (usada contra los aviones estadounidenses) en Vietnam. “Me he convertido en anatema para muchos”, contó recientemente a The Guardian. Pero también es un símbolo para otros tantos. Y eso podría tener un efecto político inmediato. “El 95% de las mujeres mayores de 50 años van a votar en las elecciones presidenciales. Es una bendición que entre ellas haya tantas fans de Jane”, afirma Carretero.
Efectivamente, el otro catalizador de su revitalizado activismo político tiene nombre y apellidos. Fonda ha explicado que cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca la depresión se apoderó de ella. “Vi que había que volver a las barricadas”, ha explicado. Hasta tenía un plan para convencerle de que debía ocuparse de la emergencia climática: ir al despacho oval con “dos o tres mujeres muy guapas, voluptuosas y brillantes” para hablar con él de la crisis medioambiental. “Nos pondríamos de rodillas y le diríamos: “Presidente, puede ser el héroe del mundo entero, el mejor, el más grande, si protege el planeta”, contó Fonda en tono irónico durante una entrevista en la CNN.
Fonda está ligando todos sus proyectos personales a la causa. Acaba de presentar una colección sostenible de la mano de Gucci y en septiembre, publicará un libro sobre esta etapa como activista medioambiental (What can I do?, Penguin Press). “Jane ya es una líder del movimiento. Está normalizando la protesta, la presión social. ¡Es increíble que todo empezara con una llamada de teléfono hace un año! Jane era una luchadora mucho antes de que yo naciera, pero lo que ha hecho por el medioambiente es su mayor contribución hasta la fecha”, explica Carretero.
También ha sido su tabla de salvación personal. “ El activismo te da esperanza. Cuando haces algo que puede marcar la diferencia en compañía de otras personas, y no simplemente como individuo, el desasosiego desaparece”, contó la actriz en una entrevista con la cadena ABC. Un año después de aquella epifanía, ya no está deprimida. Está movilizada. A sus 82 años, se ha embarcado en la cruzada más ambiciosa de su vida: salvar el planeta.
20 de enero-18 de febrero
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