Cuando va al médico o al banco, la escena y las miradas incrédulas están garantizadas. Es lo que tiene llamarse Erin y apellidarse Brockovich. Aunque han pasado 20 años desde el estreno de la película que contó su historia (y que le valió un Oscar a Julia Roberts), ella sigue siendo un icono del activismo ambiental en todo el mundo. Su historia tiene casi tintes de leyenda. La de la treintañera divorciada y madre de tres hijos que, aunque no fue a la universidad (y sí participó en un par de concursos de belleza), convenció al abogado que la representó tras sufrir un accidente de tráfico de que la contratara como asistente legal en su despacho.
Así terminó en Hinkley, un pequeño pueblo de California cuyas aguas subterráneas fueron contaminadas por la compañía eléctrica PG&E en los años 90. Brockovich abanderó una querella colectiva con más de 600 demandantes que denunciaban abortos espontáneos, sangrados y graves casos de cáncer, y que terminó con una indemnización de 333 millones de dólares. Steven Soderbergh la retrató tal y como era: taconazos, escote, minifalda y tendencia a soltar tacos. Y Roberts se olvidó de ella en su discurso, aunque le mandó caviar y una nota afectuosa al día siguiente. Dos décadas más tarde, Erin Brockovich ha cumplido 60 años, tiene su propia firma de consultoría, da conferencias y sigue recibiendo cientos de correos electrónicos de todo el mundo denunciando casos de aguas contaminadas por residuos químicos derivados de actividades industriales. Acaba de publicar un libro, Superman no va a venir, en el que denuncia las prácticas fraudulentas de algunas empresas, imparte un máster sobre calidad del agua y exhorta a la movilización individual y colectiva.
Erin Brockovich. Nunca. Me ha costado 20 años procesar todo lo que pasó. De hecho, todavía lo estoy haciendo. Es realmente extraño... Para empezar, yo era una protagonista insospechada que carecía de la formación que se espera de alguien que termina trabajando en un caso como el de Hinkley. ¡Imagínate cuando te dicen que Julia Roberts va a interpretarte en el cine! Me levantaba preguntándome qué estaba pasando. Fue abrumador y llegué a sentir miedo. Nunca aspiré a nada. Ni siquiera sabía vestirme acorde con el papel de abogada...
Me sorprendieron mucho. Obviamente, juzgaban el libro por su portada en lugar de leerlo. Nunca olvidaré una entrevista muy desagradable con Bill O’Reilly. Había publicado un libro que se titulaba: Hazme caso: la vida es una lucha, pero puedes ganar. Y él me preguntó: “¿Por qué deberíamos hacerte caso? Estás arruinada, te has divorciado dos veces, eres una madre soltera con tres hijos, no tienes educación superior y vistes de manera inapropiada. ¿Por qué deberíamos escucharte?”.
Le dije: “Precisamente por todo eso. He estado ahí, he superado todas esas circunstancias y he llegado al otro lado”. Y eso tiene un valor.
Fui al cine y la sala estaba llena. Me senté en la última fila y, cuando terminó, empecé a escuchar los comentarios. “¡No sabía que el agua podía estar contaminada de esa manera. Me pregunto si nuestra agua también lo está”. Otra chica comentaba que no había podido terminar la universidad y que mi historia le había inspirado... La película desencadenaba algo en cada persona. Me encantó ver aquella reacción.
Lo más frustrante es que, 20 años después, no han cambiado tantas cosas respecto a la contaminación del agua, no estamos mejor. En 1960, los incendios del río Cuyahoga, en Ohio, ocupaban la portada de la revista Time y la conservacionista Rachel Carson ya alertaba de que la situación era muy grave. ¡Y mira el tiempo que ha pasado! Y ahora hace 20 años de Hinkley y no ha cambiado casi nada. Eso me entristece mucho.
Sin duda. He trabajado en muchos países: desde Australia hasta Grecia, pasando por Italia, Sudáfrica... El cromo-6 es un producto químico que contamina las aguas de muchos países y puede provocar cáncer. Lo mismo ocurre con el ácido perfluorooctanoico (PFOA o C8), presente en el Teflón. A veces, pensamos que somos diferentes porque vivimos en lugares y circunstancias distintas, pero una de las cosas que compartimos es el agua contaminada.
No, la película fue una plataforma maravillosa y no hizo más que potenciar y ensanchar mi trabajo. Y 20 años después, lo sigue haciendo. A veces, me encuentro artículos de prensa sobre la “Erin Brockovich de Kenia” o la “Erin Brockovich de los alérgenos” o de la comida... Si la película consiguió que esas mujeres creyeran en su potencial y decidieran pasar a la acción o estudiar Derecho, ese es mi mayor orgullo. Erin Brockovich nunca ha sido sobre mí, sino acerca de todas ellas.
A menudo, las personas y las comunidades depositan su fe en que alguien o alguna agencia gubernamental venga a resolver su problema. Pero eso nunca ocurre. Superman no viene a salvarte, por ejemplo, si hay una fábrica en tu pueblo que hace vertidos tóxicos.
Es que nadie conoce el agua que bebes cada día o la tierra en la que vives mejor que tú. Tienes que darte cuenta de que la persona que puede arreglarlo eres tú. Hay que tomar conciencia e involucrarse con las administraciones locales, porque así se puedan cambiar muchas cosas. Este mensaje no pretende adoctrinar, sino inspirar. Puedes convertir tu frustración y decepción en acción. Pero para eso hay que creer en uno mismo.
La dislexia convirtió mi paso por el colegio en una experiencia muy difícil. Pero sabía que era inteligente y podía aprender. Mi madre me decía: “Que seas diferente no quiere decir que seas inferior”. También me enseñó que, aunque todo el mundo tenía derecho a tener su opinión, lo que importa es cómo te ves a ti misma.
Como no aprendía, me catalogaron como alumna de educación especial. Eso me hizo daño, pero me obligó a buscar un camino alternativo. Aprendí a comunicarme con mis profesores y algunos me ayudaron mucho. Tras suspender un examen escrito, una de ellas me preguntó si quería hacerlo oral. Saqué sobresaliente. Siempre pensé que la dislexia sería mi ruina, pero se convirtió en un regalo inesperado. Nunca queremos abrazar nuestras imperfecciones, pero pueden ser nuestra mayor fortaleza. Y cuando llegué a Hinkley, me di cuenta de que a aquellas familias les pasaba lo que me había ocurrido a mí.
Pensaban que, como no tenían formación, no podían decir ni hacer nada. Pero la gente enfermaba y moría, el agua era verde, los árboles agonizaban... ¡Y las ranas tenían dos cabezas! Se dieron cuenta de que la salud de sus hijos estaba en juego, empezaron a investigar para entender el problema, a hacer preguntas y a trabajar juntos. Cuando eso ocurre, es como una bombilla que se enciende. El sentido común y el instinto se desacreditan, como la inteligencia emocional. ¡Y no se puede desestimar a nadie por decir tacos o llevar una falda demasiado corta! Tampoco por no tener un título.
Es frustrante, porque además el cambio climático está directamente relacionado con el agua. Lo estamos viendo: sequías cada vez más graves y frecuentes, pero también inundaciones. Pero distribuir las culpas, señalar a los responsables, nunca nos ha llevado a ningún sitio. Lo primero es admitir que tenemos un problema para trabajar hacia una solución. Y mejor si es hoy. A veces me siento exhausta, pero nunca derrotada. Siempre veo el vaso medio lleno, siempre hay una forma de encontrar un camino. Hace siete años, estaba quemada, pero el nacimiento de mi primera nieta lo cambió todo.
Fue un chute de energía, me di cuenta de que tenía que seguir peleando. Es una niña con necesidades especiales y el ser más especial del planeta, la alegría de mi vida. Aprendí que encontrar la motivación es clave. Es normal sentirse derrotado. El pasado nos produce ansiedad y el futuro, incertidumbre. Por eso hay que disfrutar del momento: apaga el teléfono, tómate un fin de semana libre, disfruta de tus hijos, tu pareja... Date cuenta de que estás vivo.
La pandemia nos ha forzado a desacelerar, a mirar a la naturaleza en vez de tratar de dominarla. Como decía Rachel Carson, el ser humano tiene el poder de alterar la naturaleza, pero cuando hacemos eso, entramos en guerra. Y no solo contra ella, sino contra nosotros mismos. Esta crisis nos obliga a hacer examen de conciencia. Necesitábamos parar y mirar alrededor. Es difícil ver algo positivo en esta situación por la gente que se ha quedado atrás, pero espero que emerjamos siendo más empáticos y fuertes, con más paciencia y tolerancia con nosotros mismos, con quienes nos rodean y, sobre todo, con el planeta en el que vivimos.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?