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"Tengo 28 años, ¿y qué he conseguido?”. Morgane Polanski (París, 1993) grita esas palabras al viento mientras paseamos respetando el distanciamiento social por los tempestuosos jardines de Kensington, su lugar de paseo habitual durante el confinamiento. “Tengo que darme prisa. ¡A los 25, Orson Welles ya había dirigido Ciudadano Kane!”.
Envuelta con un abrigo militar vintage y calzada con unas botas Dr. Martens, exhibe un ligero acento francés y uñas pintadas con un surtido de colores, como su heroína Margot Robbie/Harley Quinn en Aves de presa. Al igual que Robbie, no solo pretende actuar sino también producir sus propios proyectos; de hecho, quiere escribir, producir, dirigir e interpretar. El lote completo. Es una mujer profundamente conocedora y apasionada del cine; me recuerda a Sofia Coppola en sus años de juventud, aunque es David Lynch con quien comparte cumpleaños.
A su edad ya ha acumulado unos cuantos logros. De entrada, se ha construido una vida en Gran Bretaña lejos de sus padres, el legendario director Roman Polanski y su musa, la actriz, cantante y belleza inmortal Emmanuelle Seigner. “He trabajado duro por todo lo que tengo –afirma–. Pasé cuatro años formándome en la escuela de teatro. Siempre he tenido claro qué camino debía seguir”.
Morgane llegó sola a Londres a los 17 años, más o menos cuando el caso judicial contra su padre cobraba nueva vida; sobre el cineasta pesa una orden de extradición a Estados Unidos desde que huyó de la justicia en 1978, tras admitir que había mantenido relaciones sexuales con una menor. Si vivir en París la había hecho sentirse como en una pecera, dado el constante escrutinio, Londres resultó ser como “un mar, enorme y emocionante”, recuerda. “Aquí impera el tipo de mentalidad abierta que no encontré en París, y me encanta”. En todo caso, le llevó “unos cinco años” adaptarse al cambio y hacer amistades duraderas mientras completaba el Bachillerato Internacional, un curso básico de teatro, y se licenciaba en la Royal Central School of Speech and Drama. Hoy, tras vivir allí durante 11 años, tiene permiso de residencia indefinido. “¡Hurra!”, grita.
Su “madre sustituta” en Gran Bretaña es Marianne Faith-full. “En realidad, tengo varias familias adoptivas. Pero me encanta pasar tiempo con Marianne; es una fuerza de la naturaleza, una guerrera”. Aun así, por supuesto, echa de menos a sus padres. Tener que verlos a través de Zoom durante la Navidad, mientras permanecía sola en Londres recuperándose de la Covid, fue “muy frustrante”, explica. “Tuve que apagar la cámara”.
Como actriz, Morgane es conocida sobre todo como la rebelde princesa Gisla en la serie Vikingos. Cumplió su sueño de trabajar con Wes Anderson después de mandarle una audición grabada por ella misma que le valió un papel minúsculo en su próximo largometraje, The French Dispatch. “Es increíble poder ser una pequeña pieza de ese rompecabezas”, confiesa acerca de la película.
También directora emergente, Morgane tiene en su haber varios sofisticados cortometrajes, viñetas psicológicas que tocan la fibra sensible. Junto a su mejor amiga en la escuela de teatro, Serena Jennings, rodó una reflexión sobre el trastorno obsesivo compulsivo titulada The Stroke, que se proyectó en nueve festivales internacionales. Su nueva película, Through the Looking Glass, es una meditación sobre la imagen que las mujeres tienen de sí mismas; y la ansiedad será el tema final de su próximo trabajo tras la cámara, con el que pondrá cierre a una serie de películas “sobre problemas que impiden expresar lo que sentimos”.
Ella misma sufre cierto Transtorno Obsesivo Compulsivo (TOC). “Soy demasiado ordenada, y así compenso el desorden en mi cerebro –confiesa–. He experimentado problemas de superstición e hipervigilancia que me hacían temer constantemente que lo peor iba a suceder. No deberíamos sentir vergüenza de los problemas mentales ni estigmatizarlos. Y todos podemos conectarnos a través del cine: el cine ofrece evasión a través de la fantasía, y permite mostrar aquello que las personas tienen en la cabeza y que les da vergüenza contar”.
Los trajes exquisitamente femeninos de la película, un vestido rojo clásico inspirado en el New look de Dior y uno lencero en color albaricoque, fueron diseñados y hechos a medida por Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior. “La idea de la película se me ocurrió después de asistir a la exposición de Dior en el museo Victoria&Albert –asegura Morgane–. Quería recrear el ambiente de un cuento de hadas: Blancanieves y sus labios rojos como la sangre, el espejo parlante. También El crepúsculo de los dioses estuvo entre nuestras influencias en términos de atmósfera. La idea era que la película tuviera un aire de feminidad exacerbada que es excesivo y fantasioso”.
La película es una conversación entre la juventud y la experiencia, y reflexiona sobre el desprecio que las mujeres nos aplicamos junto con el pintalabios. “Pasamos mucho tiempo regañándonos a nosotras mismas; me pasa a mí y les pasa tanto a mis amigas, como a cualquier mujer veinteañera con la que hablo. Quiero agitarme a mí misma y a quienes me rodean. Tendemos a juzgarnos a nosotras mismas según estándares de perfeccionismo muy altos”.
¿Peso, piel, belleza? “¡Todo eso! Cuando hablo con mujeres mayores, me dicen: “No te agobies, tienes un aspecto genial, en el futuro te verás en fotos antiguas y lo comprenderás. Estás en tu mejor momento”. Quizá esas inseguridades simplemente son parte del ciclo de la vida”. Morgane y yo nos detenemos cerca de la estatua de Peter Pan, junto al Lago Serpentine. Ella contempla a Peter Pan y a las hadas que lo rodean y dice: “¿Le diré yo lo mismo a mi hija algún día?”.
¿Qué opina al respecto la madre de Morgane, una antigua modelo? “Mi madre es muy parisina. Todos los días viste vaqueros y una camiseta de Blondie o los Rolling Stones, y nunca usa maquillaje ni jamás ha recurrido al botox. Ella me ayuda a aceptar lo natural, que es algo que a mí me cuesta, y me recuerda que menos es más...”. Morgane también dirigió a su madre en fashion film corto, L’Habit ne Fait pas le Moine, de visionado obligado para cualquiera que alguna vez haya fantaseado con encontrarse en la lavandería con Emmanuelle Seigner vestida de monja. Tener ese tipo de progenitores seguramente podría o bien destruir o bien fortalecer a un niño.
“Básicamente, crecí en sets de rodaje”, reconoce la joven. En efecto, existe una fotografía en blanco y negro en la que aparece de niña sosteniendo una claqueta de su padre. “Tenía un asiento de primera fila y aquello me encantaba”. Apareció por primera vez en pantalla en La novena puerta (1999), a los seis años. “Tenía una pequeña escena con Johnny Depp en un aeropuerto. En ella, él busca a mi mamá pero ella no está; y yo estoy allí, con una camiseta de Agnès B, mirándolo a él. A partir de entonces, ser una extra se convirtió en una costumbre para mí. Podías verme en todas las películas, como ¿Dónde está Wally?, pero en plan ¿Dónde está Morgy?”.
“El pianista fue la que hizo que me enamorase del proceso de hacer películas, cuando tenía ocho años. Ahí entendí el trabajo de todo el equipo de producción. Tenía ocho años y tomaba notas todo el rato. Me llamaban la pequeña detective”. Morgane aparece en la película durante la recreación de la destrucción del gueto de Varsovia, sosteniendo una jaula de pájaros vacía y llorando.
Aquella era la historia de la familia Polanski: el padre de su padre sobrevivió al campo de concentración de Mauthausen en Austria; su abuela fue asesinada en Ausch-witz. “ Es raro que alguien de mi edad esté tan cerca de esa historia –señala–. Los padres no suelen ser tan mayores como el mío! [Él tenía 59 años cuando ella nació]. Como vivió el comunismo polaco, también tengo esa parte de la historia. Mi papá es mi mejor amigo. Estamos muy unidos, hablamos mucho. Tengo un alma vieja. De niña siempre prefería estar con los adultos”.
Roman Polanski se perdió la escuela durante la guerra, y los nazis lo pusieron a trabajar haciendo bolsas de papel. “ Le encantaba hacer los deberes conmigo porque él no había podido ir a la escuela hasta que fue mayor. Se aseguró de que yo nunca diera nada por sentado. Mis padres salieron de la nada. Se aseguraron de que nosotros supiéramos lo afortunados que éramos por haber nacido con todo cuanto necesitábamos”.
“Nosotros” significa Morgane y su hermano, Elvis, de 22 años y también aspirante a actor. “Ese nombre le pega, es muy rock ‘n’ roll. No sé por qué a mí me llamaron Morgane; creo que mi madre quería para mí un nombre que fuera tanto masculino como femenino. Morgana le Fay es una bruja. Yo solía bromear y decirles: ‘Teníais a Elvis, deberíais haberme llamado Marilyn’”.
¿Será Morgane actriz o directora? “Dirigir es el sueño de mi vida”. Pero hay que ser fuerte para dedicarse a la dirección. “Cuando tenía unos cinco años dirigí a mis amigos en una versión del musical que mi padre acababa de estrenar en Viena, llamado El baile de los vampiros; de hecho, aún se representa. Cuando se equivocaban, yo les hacía esto”, afirma mientras simula dar un golpe a uno de sus amigos en la oreja.
Los directores pueden ser temidos o adorados. “Mi padre es muy querido por su equipo, y él los ama. Tiene el mismo equipo en cada película, y todos son muy leales. Así es como se logra sacar adelante un gran proyecto. Lo que sucede en el set se queda en el set”, dice, señalando una paloma que está picoteando y arrullando a otra. “Creo que podría estar cortejándola”.
Aunque asegura que le gustan los hombres británicos, deja entrever que está sola en estos momentos. Está feliz por no haberse puesto tacones en el último año –los únicos que le gustan son las cuñas Miu Miu, altísimas y de color rojo cereza–. Ha empezado a meditar recientemente, para ayudarse a sí misma a pasar el confinamiento. “Lo último que quería era que todo se detuviera y quedarme conmigo misma”. Lo que ahora anhela es ir al cine: “Estar ahí, vivir ese ritual. Guardas el teléfono, te entregas al cien por cien. Volveremos. Lo necesitamos”.