Es la exposición de arte de la primavera: quien esté o pase por Madrid de aquí al 8 de agosto seguramente a se acercará al museo Thyssen-Bornemisza para contemplar a pocos metros las increíbles flores de la pintora estadounidense Georgia O’Keeffe (1887-1986), la más cotizada de la historia. Suyo es el récord de ventas para una artista femenina: 'Estramonio. Flor blanca n.º 1', tela realizada en 1932, se subastó en en 2014 por más de 36 millones de euros. En esta espectacular muestra retrospectiva veremos una panorámica completa de su carrera, 90 pinturas en total, cinco de ellas pertenecientes a la colección de museo.
"Jamás imitó a nadie. Su libertad y su decisión le llevaron a no seguir ninguna de las corrientes dominantes en su época. Fue una artista disidente, muy libre a nivel artístico y personal", destaca Marta Ruiz del Árbol, conservadora de pintura moderna del Thyssen y comisaria de la exposición. La biografía y la obra de Georgia O’Keeffe poseen recovecos suficientes para satisfacer sobradamente a curiosos y expertos, pero nos quedamos con con una anécdota fundacional: la que explica la polémica que suscitaron sus preciosas flores, convertidas ya en seña de identidad de Okeeffe y en icono feminista. Y el malentendido subsiguiente.
Sus icónicas flores llegaron en el comienzo de su carrera, cuando aún se ganaba la vida como profesora de arte y probaba sus pinceles fuera del campo de la abstracción. Estos primerísimos planos de pétalos que se abren y se cierran fueron interpretados desde el minuto uno como una metáfora de la genitalidad femenina, condimentada con todo tipo de referencias freudianas que no han dejado de tener eco. Recordemos: para Freud, el arte expresaba los deseos del inconsciente. Esta interpretación tuvo mucho que ver con cierto encorsetamiento de Georgia O’Keeffe como pintora de lo femenino y del sexo, una temática que jamás le interesó. "Cuando la gente lee símbolos eróticos en mis cuadros están hablando sobre sus propios asuntos", llegó a afirmar, contrariada.
¿De donde sale, entonces, esta clave interpretativa que Georgia O’Keeffe no logró disolver en vida y aún circula? De su marido, el fotógrafo y mecenas Alfred Stieglitz, en cuya galería 291 de Nueva York debutó. Stieglitz vio algunas de sus obras primerizas y comenzó a cartearse con O’Keeffe, que tenía 24 años menos que el ya entonces influyente maestro de la fotografía. En cuanto Georgia llegó a Nueva York este dejó a su mujer y comenzó a fotografiarla, para escándalo de la sociedad de la época, muchas veces desnuda. "Stieglitz y su círculo pertenecían a una tradición en la que la sexualidad como temática artística era considerada un síntoma de vanguardia", explica Randall Griffin, autor del monográfico sobre Georgia O’Keeffe en Phaidon.
"Stieglitz no solo había leído a Freud, sino que creía en la teoría de Havelock Ellis, autor de los seis volúmenes de los que se compone 'Estudios en Psicología del Sexo', que afirma que el combustible del arte es la energía sexual", continúa Griffin. "Para Stieglitz el sexo era una fuente liberadora de creatividad. Y las teorías de Freud fueron tan definitorias de aquella época, que llegó a dar igual si Georgia O’Keeffe las conocía o no. Estaban en el aire, tanto como lo están las tendencias de moda".
Stieglitz propulsó la identificación de las pinturas florales de Georgia O’Keeffe con las teorías de Freud, propulsando asimismo su cotización. La perspectiva de Stieglitz, como la de Freud, era ciertamente machista. "Las mujeres sienten el mundo de manera distinta a los hombres", afirmaba. "La mujer concibe el mundo desde sus entrañas. La mente viene después".
Aquella teoría fue económicamente afortunada: O’Keeffe jamás dejó de ganar dinero, mucho, con sus pinturas. Sin embargo, contribuyó al cliché de la artista pasional y emocional que no podía estar más alejada de la sensibilidad de Georgia, interesada sobre todo en el color y la forma. En 1929, después de que Stieglitz comenzara un romance con una joven asistente de su galería, O’Keeffe hizo las maletas y comenzó el gran viaje de su vida, una existencia nómada con destino base en Nueva México, paisaje en el que desplegó todo su potencial con inolvidables pinturas que dejaron atrás definitivamente sus icónicas flores. Muchas de ellas están en la exposición del Thyssen, una ocasión única: casi toda la obra de Georgia O’Keeffe está en museos estadounidenses.
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