Francia no es un país aficionado a las apuestas, pero cuando Nicolas Sarkozy y Carla Bruni decidieron casarse, en 2008, tras un noviazgo de solo dos meses, comenzó a pronosticarse la fecha de su divorcio. Ella amaba el poder; él amaba a las mujeres jóvenes. Aquello no podía durar. Trece años, una presidencia y dos derrotas electorales (en 2012 y en las primarias republicanas de 2017) más tarde, Bruni y Sarkozy siguen casados y, según todos los informes, más cerca que nunca. Eso a pesar de que la pareja se enfrenta a la última prueba de su relación: una serie de causas legales auspiciadas, afirma Sarkozy, por “jueces activistas” y que él ha negado rotundamente.
Ninguna de las investigaciones judiciales, una media docena, había llegado lejos. Hasta el pasado marzo, cuando al expresidente se le acabó la suerte y fue condenado a tres años de prisión por corrupción y tráfico de influencias, por intentar sobornar a un juez en 2014, dos años después de dejar el poder. Según la Fiscalía, que intervino sus teléfonos y los de su abogado durante meses, Sarkozy le había sugerido al juez que podía conseguirle un trabajo prestigioso a cambio de información sobre un caso. Es la primera vez que un expresidente francés ha sido condenado.
Sarkozy apareció entonces en el informativo vespertino de la televisión pública TF1. Acorralado, con una agresividad apenas contenida que rara vez se ve en la televisión gala, anunció que apelaría contra este “error judicial”. Su mujer recurrió a Instagram: “Qué persecución sin sentido mi amor @nicolassarkozy... La lucha continúa, la verdad saldrá a la luz #injusticia”, publicó, con una guirnalda de emojis de la bandera francesa y un pequeño corazón roto. La pareja huyó del confinamiento en París y lo pasaron con la madre y la hermana de ella en el château Faraghi, la villa de su familia en Cap Nègre, en la Riviera. “Es una casa grande, ¡pero no estoy acostumbrada a vivir 24 horas al día, siete días a la semana con mi madre y mi hermana!”, bromeó la cantante.
Sarkozy y Bruni se conocieron en una cita a ciegas en 2007. Lo suyo fue amor a primera vista; “literalmente”, dijo ella. Abandonado públicamente por Cécilia, su segunda esposa, tras 19 años de vida en común y semanas después de haber sido elegido presidente, Nicolas Sarkozy estaba “dando vueltas por el Elíseo, atacado’’, dice su amigo, el publicista Jacques Séguéla. Así que decidió organizar una cena. “Carla había mencionado que quería conocer a un soltero. Llamé a Nicolas y lo invité a cenar a mi casa. Éramos ocho personas: tres parejas y ellos dos”. Según todos los relatos, aquella noche solo tenían ojos el uno para el otro. Cuando la fiesta llegó a su fin, Sarkozy le ofreció a Carla regresar juntos al centro de París. Minutos después de que la dejara en casa, la exmodelo y cantante estaba hablando por teléfono con Séguéla: “¡Tu amigo es muy raro! ¡Ni siquiera subió a tomar un café!”.
Para entender al expresidente es imprescindible rescatar una cita de su libro de memorias: “Siempre anhelé tener la familia que no tuve”. Nacido en 1955, Sarkozy es el mediano de tres hijos. Su padre era un aristócrata húngaro que huyó del régimen comunista en 1948, creó una exitosa agencia de publicidad y abandonó a su esposa francesa, Andrée, tras ocho años de un matrimonio cada vez más conflictivo. Nicolas tenía cuatro años. La madre, decidida a mantener ella sola a la familia, se sacó la carrera de Derecho, aprobó su examen de abogacía, encontró trabajo y alquiló un piso en el rico barrio de Neuilly. Pál veía a sus hijos dos domingos al mes, cuando los llevaba a almorzar a una pizzería en París. Su deporte favorito era regañar a Nicolás: “Tus notas en la escuela son terribles, eres bajito y tienes un apellido extranjero; así no llegarás a nada en la vida”, le repetía. “Lo que me hizo ser quien soy ahora es la suma de todas las humillaciones sufridas durante la infancia”, ha explicado el político en más de una ocasión.
A los 28 años, Sarkozy se convirtió en alcalde de Neuilly, pero realmente saltó a la fama 10 años después, cuando negoció una toma de rehenes en una guardería. Un hombre llamado Eric Schmitt se había atado cartuchos de dinamita al cuerpo y exigía un rescate de 100 millones de francos franceses. Mientras la policía rodeaba la escuela, Sarkozy entró solo, negoció con el secuestrador y sacó a los niños ilesos. La policía finalmente se hizo cargo y mató a tiros al hombre-bomba.
Gracias a esa mezcla de osadía e imprudencia, la opinión pública francesa descubrió en él una personalidad completamente diferente a la de los tecnócratas habituales de la política gala. En buena medida, gracias a su creciente popularidad, se convirtió en ministro del Interior del Gobierno de Jacques Chirac en 2002, un cargo que terminó por definirlo como el candidato de la derecha francesa que podía imponer la ley y el orden en una república cuyos valores esenciales parecían más inestables que nunca. Cinco años después, se postuló para presidente.
Carla Bruni, 12 años menor que Sarkozy, no habría tenido ojos para él en aquella época. Nacida en el seno de una familia burguesa de izquierdas, vivió una infancia privilegiada, dividiendo su tiempo entre un palacio del siglo XVI en las afueras de Turín y un gran apartamento en París. En 1974, cuando tenía solo siete años, su familia se vio obligada a huir de Italia a causa de las amenazas de secuestro de las Brigadas Rojas, el grupo terrorista de extrema izquierda. Se mudaron a Francia y, para mayor seguridad, ella fue matriculada en un exclusivo internado en Suiza.
Con 19 años, abandonó los estudios de arquitectura en París para ser modelo y llegó de inmediato a la cima a través de una combinación de belleza, determinación férrea y buenos modales. En los 90, se colocó entre las 20 modelos mejor pagadas del mundo, con unas ganancias de 7,5 millones de dólares en su mejor año. Después de una década, decidió volcarse en la música, una pasión que le venía de familia: su madre era pianista; su padre, Alberto Bruni-Tedeschi, fue un destacado compositor y exitoso industrial. Su álbum de debut vendió dos millones de copias en todo el mundo.
En resumen, la suya podría ser la historia de una mujer liberal mimada, pero con eso que una vez llamó “grietas”. A los 28 años, mientras el hombre que ella creía que era su padre agonizaba, su madre le confesó que su padre biológico era en realidad un antiguo amante, Maurizio Remmert.
“No me sorprendió –reconoció Bruni–. Mis padres se querían, pero tenían vidas separadas. Fue extraño darme cuenta de que mi hermana mayor, Valeria, lo sabía. De vez en cuando todavía comentamos por qué creían que era mejor que yo no lo supiera‘’. Desde entonces, ella ha conocido a toda su otra familia: Remmert es un exitoso empresario brasileño y fue a la boda de su hija en 2008. De hecho, la medio hermana de Bruni, Consuelo Remmert, trabaja como asesora del propio Sarkozy.
La exmodelo y cantante ha acudido a terapia desde hace más de 15 años. Quizá por eso le fue posible reconocer en su marido “grietas” similares a las suyas. Lo plasmó en una canción titulada Un garçon triste [“Un niño triste”], en la que le describía de forma compasiva pero reveladora: “Se da grandes aires para no ahogarse, le gusta jugar a ser el rey”.
Ambos se encontraron creciendo en un entorno acomodado, en el que se los percibía como ligeramente diferentes, y cada uno construyó una personalidad para lidiar con esta inseguridad. “Estoy seguro de que los dos piensan íntimamente que el otro es demasiado bueno para ellos, de verdad, y que no acaban de creerse la enorme suerte que han tenido encontrándose”, opina un antiguo colega político del expresidente.
La condena por soborno de Sarkozy es sin duda el punto más bajo en su trayectoria pública. Sin embargo, ni siquiera sus más acérrimos detractores, los que expresan que políticamente está acabado, están convencidos de que suponga el final de su carrera. La sabiduría popular francesa creó un dicho: “Si hay caos, es Sarko”. Es decir, si el país se encuentra en una coyuntura catastrófica (terrorismo, crisis financiera, pandemia), él seguirá siendo el único líder en el que confiarían para lidiar con algo así. Esa alargada sombra proyectada sobre el actual presidente, Emmanuel Macron, amenaza su segundo mandato cuando el país regrese a las urnas el año que viene.
Ahora mismo, Sarkozy está inmerso en la siguiente causa judicial abierta en su contra, relacionada con los gastos de la campaña electoral de 2012, en la que fue derrotado por François Hollande. Los analistas políticos creen que será otra gran prueba de fuego. Los franceses tienen poca tolerancia a los escándalos financieros, pero suelen aceptar mejor las irregularidades si no hay enriquecimiento personal. Ahora, todos los ojos están puestos en su próximo movimiento. Casi no hay probabilidades de que se postule para un cargo por tercera vez; sería necesaria una situación caótica para que Sarko decidiera volver. Pero tal como están las cosas y con el auge de la extrema derecha de Marine Le Pen, podría apoyar a uno de los candidatos conservadores. Ni siquiera se descarta que pida el voto para un centrista como Macron, que sigue cayendo en picado en las encuestas. Los franceses, desgastados por una gestión de la pandemia muy cuestionada (y las restricciones derivadas de ella), no le perdonan una arrogancia que en cambio valoraban positivamente en Sarkozy.
Licenciado en Derecho como su madre y especializado en asesorar sobre acuerdos comerciales internacionales, el expresidente se prepara mientras tanto para reincorporarse al Colegio de Abogados de París. También forma parte de varios consejos de administración y pertenece al Washington Speakers Bureau, en el que también está su antiguo amigo, el ex primer ministro británico Tony Blair. Se estima que ambos se embolsan más de 100.000 € por conferencia.
“Preferiría que, por una vez, ganase un poco de dinero”, aseguró Bruni cuando se le preguntó sobre las futuras ambiciones políticas de su marido. “Nunca lo ha hecho, ¿sabes? Creo que le gustaría”. Ella fue decisiva para que él abandonara la política en 2017. Ese mismo año dijo en otra entrevista que si su esposo quería presentarse de nuevo a unas elecciones no debería extrañarse ante su posible petición de divorcio. “La política vuelve a la gente muy extraña. Se ponen muy agresivos o muy sumisos, no hay término medio”. Mientras se decide si el final de una carrera supone la continuidad de una relación, solo para la pareja más extraña e improbable una condena podría ser a la vez una bendición.
20 de enero-18 de febrero
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