Cuenta Ana Obregón (Madrid, 1955) que estas Navidades su vida ha sido pura contradicción. «En Nochebuena estaba con toda España gracias al programa Telepasión y una semana después en las campanadas , pero yo no celebro la Navidad. No tengo nada que celebrar. Ni los cumpleaños, ni los premios, ni nada. Así que pasé una semana en un retiro espiritual. Sola. Abrazando el silencio», cuenta Ana García Obregón, que acaba de ser madre mediante gestación subrogada por vientre de alquiler a los 68 años.
Ya le ocurrió durante los ensayos del programa de RTVE que se emitió el 24 de diciembre justo después del discurso del rey, en el que Ana y Boris Izaguirre ejercían de conductores de un espacio lleno de bailes, canciones y alegría. «En una canción, tenía que decir: «No me lo puedo explicar que tanta felicidad haya llegado hasta mí». ¿Cómo iba a cantar yo eso? Me pasé la noche llorando. Pero llegaba al set y lo hacía. El director, Juan Luis Iborra, que me conoce bien, me decía: « Nunca te he visto con la energía tan alta» Otra contradicción. Será porque tengo ayudas por todas partes…», asegura mientras levanta la mirada hacia el techo de su casa de La Moraleja, donde vive al lado de sus cuatro hermanos –Juan Antonio, Celia, Amalia y Javier– en cinco chalets contiguos, que su padre, Antonio García Fernández, les regaló después de que en 1969 comprara las 700 hectáreas del antiguo coto de caza de Carlos III y, sobre ellas, levantara una de las urbanizaciones más exclusivas de Madrid.
También le ocurrió durante la sesión de fotos para este reportaje que se realizó hace unas semanas en el hotel Santo Mauro. En agosto de 2003, este palacete quedó ligado a su nombre y al de David Beckham, cuando coincidieron alojados allí –Ana estaba pintando su casa; el futbolista acababa de fichar por el Real Madrid y aún no tenía residencia en la capital– y mantuvieron un breve romance que ella contó en sus memorias, Así soy yo (Planeta).
Pero para Ana y su familia este lugar significa mucho más. Allí, los García Obregón han celebrado bodas, bautizos y comuniones y allí festejaron la última comida de Navidad antes de fallecer su hijo. «Estaba vestida y maquillada para hacer las fotos para esta portada y por dentro todo eran recuerdos de dolor: aquel día, el salón donde comimos… Pura contradicción». Ana está destemplada y una chimenea calienta la habitación. Ayer se puso la vacuna de la gripe y hoy la de la Covid-19. «En cuanto acabemos la entrevista me meto en la cama», anuncia, pero antes se toma un Gelocatil. Ana Obregón se ha contagiado de covid y ha tenido que renunciar a las que habrían sido sus sextas Camapanadas de Nochevieja en Televisión Española. «No sé dónde me he contagiado porque no he salido de casa. A lo mejor en alguna reunión de la tele», nos explica.
Además de su hijo Aless, fallecido a los 27 años el 13 de mayo de 2020 tras luchar dos años contra el cáncer, la otra «ayuda» le viene de su madre, Ana María, que se marchó el pasado 22 de mayo a los 85 años. « No he derramado ni una lágrima por ella. La primera fase del duelo es la negación, así que para mí, mi madre está». Quien también tiene dudas sobre el destino de Ana María es su viudo, Antonio, que a sus 95 años mantiene una salud precaria y sigue preguntando por su esposa. «Cuando se lo contamos a los 10 minutos se le olvidó y, desde entonces, cuando pregunta por ella le decimos que está en el hospital, que se acaba de ir… ¿Para qué le vamos a hacer pasar el duelo 20 veces al día? Un mes después de morir él y mi madre iban a hacer 68 años de casados».
MUJERHOY.¿Está pasando las navidades con él?
ANA OBREGÓN. No puedo, es superior a mis fuerzas. Cuando no trabajo estoy con él todos los días. Pero no puedo estar en su casa en Nochebuena, donde la pasaba con mi madre y mi hijo.
¿Cómo era la relación con su madre?
Era mi mejor amiga, mi confidente, mi cómplice. Cuando empecé a ser actriz, mi padre no quería, y ella me ayudaba a ocultárselo, me escondía. Mi madre lo era todo.
Al final su padre terminó aceptando su decisión.
Sí. Y ahora está súper orgulloso. Pero al principio... Recuerdo cuando me fui a París a rodar mi primera película, Me olvidé de vivir, con Julio Iglesias, que era íntimo amigo de mis padres. Yo hacía un papel mínimo y la única que lo sabía era mi madre. Tuve tan mala suerte que durante el rodaje nos hicieron unas fotos que salieron en la revista Paris Match. La hermana de mi padre, que se casó con un francés y vive en París, lo vio y le llamó: «Ay, qué mona sale Anita en Paris Match con Julio». Mi padre flipó, claro, porque yo le había dicho que me había ido a un curso de cinegética.
Ana se acomoda en el sofá y da una calada a su cigarro. Hoy su vida está en las antípodas de aquellos años, aunque este mes un acontecimiento asombroso le ha transportado a aquella época. «Robert de Niro se ha puesto en contacto conmigo», cuenta alucinada con las carambolas de su propia vida. Conoció al actor en 1981, cuando este vino a Madrid a presentar Toro salvaje y mantuvieron un breve romance cuando ese mismo año ella se instaló en Nueva York para estudiar interpretación en el Actors Studio. Desde entonces, poco más. Hasta hace unos días, cuando una española que trabaja en vestuario y está haciendo una película con el actor, le escribió para contarle que, charlando con él, éste le comentó que hace años había conocido a una actriz española que se llamaba Ana. «Y tirando del hilo llegaron a mí. ¿Te lo puedes creer? ¿Volver a hablar con Robert de Niro 38 años después? He flipado en colores. Te lo juro».
Más allá de esta sorpresa, este mes de grabación ha sido diferente, pero normalmente sus días consisten en meditar, ir a ver a su padre, leer, ver series e ir al cementerio de La Paz, en Alcobendas, donde descansan Aless y su madre. «Sé que ellos no están ahí, que está solo el cuerpo y su alma está en otra dimensión, pero a mí me reconforta ir. Así me acuerdo de lo que ha pasado, porque no lo quiero borrar».
Desde que falleció su hijo, Ana casi no duerme. «Me meto en la cama a las doce y me pongo a ver series para anestesiar el cerebro». Las ha visto todas. Cuanto más largas mejor. «Estoy viendo series latinas que tienen como 700 episodios. Son buenísimas además: La reina del flow, Narcos... Primera temporada: 96 capítulos. Adelante. ¿No ves que no duermo?». Y en un giro psicológico inesperado, ha heredado los gustos de su hijo. «A él le encantaban los kiwis y el gazpacho, pero a mí nada. ¡Pues ahora los como todo el rato! Solo en invierno he parado un poco con el gazpacho».
La presencia de Aless no es solo espiritual, también es física. Ana no quiere guardar el abrigo que su hijo dejó sobre el respaldo del sofá del salón, el día que, después de ocho meses limpio, tuvo que volver a ingresar porque el cáncer reapareció tras unas pruebas rutinarias: «La ITV lo llamaba él». Ni ha deshecho la maleta de Aless que se llevó a Barcelona, la ciudad del último centro donde estuvo ingresado.
Todo lo que Ana hace está encaminado de manera consciente o inconsciente a seguir conectada de forma irremediable con su hijo. Por eso hace unos días, en plena vorágine de trabajo, recibió encantada la visita del grupo de amigos que Aless había hecho en la universidad de Duke donde estudió Ciencias Políticas y Filosofía. Allí, en Carolina del Norte, su hijo pasó los mejores años de su vida. «Tenía un grupo de amigos íntimos y se vinieron todos.
Uno viajó de Nueva York, otro de Londres... Se sumaron sus amigos de toda la vida de aquí, del cole, que son como una piña y que antes prácticamente vivían en esta casa. Yo era como su segunda madre». En total la visitaron un grupo de 10 amigos y Ana les cocinó el plato favorito de Aless: albóndigas con tomate. «Hice 65 albóndigas. No sabes cómo come esta gente». Y pasaron el día recordándolo: «Hablamos mucho, lloramos juntos... Subían al cuarto de mi niño, que está tal cual, bajaban con lágrimas… Fue muy bonito y me contaron muchas historias divertidas. Eso es lo que quiero recordar, cosas bonitas».
Cuando no trabaja, la rutina de Ana es sencilla. Se despierta pronto, sobre las siete de la mañana, y lo primero que hace es intercambiar un mensaje con su exmarido recordando a su hijo. «Luego salgo a caminar. Necesito contacto constante con la naturaleza. A veces me abrazo a los árboles. Si me ven los de la urbanización deben pensar: «Esta mujer...». También va al gimnasio que hay al lado de su casa. «Está vacío. Hay una terraza maravillosa que da a un campo de golf que tiene lagos y patos. Aunque haga diez grados bajo cero me voy ahí a desayunar. Me tomo mi café, medito, escucho los patos, el agua, el silencio…».
Solo viste de negro y blanco –el color del luto en el budismo–, y tiene un montón de prendas de esos tonos amontonadas en su cuarto sobre una silla. «No entro en mi clóset desde hace años». Y reflexiona consigo misma en voz alta: «Aunque de ir tanto de blanco me voy a convertir en la novia de España». Tampoco quiere pastillas, ni psicólogos. El chocolate –«como media tableta cada noche y antes ni lo probaba; dicen que genera endorfinas»– y la meditación se han convertido en su tabla de salvación.
Gracias a esta última, asegura, ha sido capaz de volver a trabajar después de un año y medio en un programa repleto de bailes y canciones: «Yo, que en todo este tiempo no he podido volver a escuchar música...». Y parece solo el principio. «Me están ofreciendo cosas increíbles de series, de programas, pero me faltan fuerzas. Aunque tengo dos proyectos muy gordos firmados para este año de los que aún no puedo contar nada». El más importante, sin embargo, es poner en marcha la Fundación de su hijo, que presentará el 3 de febrero. «Ya tengo todo en regla».
Aunque no va a poder dar las Campanadas este año, ¿cuál es su mensaje para el año nuevo?
Están siendo unos años muy difíciles para toda España. No solo por la pandemia. Se están perdiendo trabajos, la gente está en la ruina... Y hay mucha violencia. Hay demasiado odio, demasiada ira, demasiada rabia. No sé si ayudan programas donde todo el mundo está con un nivel tóxico de enjuiciar, de criticar... Probablemente pida que se acabe con la violencia en todas sus variantes: la machista, la homofobia, los padres que matan a sus hijos, la violencia en las calles... Espero que la próxima pandemia sea la del amor.
Me ha hecho pensar en Verónica Forqué. ¿Se conocían bien?
Rodé con ella un peliculón, La vida alegre, de Fernando Colomo. Fíjate qué alegre ha sido la vida para las dos. Era un ser maravilloso, una actriz cómica inmensa, generosa, sencilla, bondadosa, increíble. Demasiado sensible. ¿Pero ves lo que pasa en este país? Una mujer con cuatro Goyas y medio olvidada por la profesión. Y ahora todo el mundo a recordarla. ¡Haberos acordado antes! ¡Haberle escrito un papel!
Cuenta Ana que la idea de no estar le pasa un millón de veces al día por la cabeza. «El duelo son cinco etapas: la negación, la ira, la negociación, la desolación y la aceptación. Y vuelta a empezar. Como un bucle. Lo tengo muy estudiado. Es un pozo sin fondo de emociones y sentimientos». Y continúa. «Gracias a las redes sociales hablo con muchos padres que pierden a sus hijos. Si al año mueren entre 20 o 30.000 niños y adolescentes de cáncer, imagínate. Y yo les digo: «Todo el mundo dice que el final del duelo es la aceptación. Pues cuando pierdes un hijo, asumes que no lo vas a aceptar nunca, y eso ya es una relajación».
Cae la noche y enciende otro cigarrillo. La chimenea sigue ardiendo, reina la calma y Ana se queda ensimismada en sus recuerdos. Da una calada y aún absorta en sus pensamientos, la actriz toma de repente conciencia y suelta: «Oye, me encuentro fenomenal. Me ha sentado de maravilla el Gelocatil».
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?