Detalle de las vajillas creadas a mano por Andrea Zarraluqui. / instagram @azarraluqui

entrevista exclusiva

Andrea Zarraluqui, la artista de vajillas que te enseña a poner la mesa como la alta sociedad

Hablamos con Andrea Zarraluqui sobre el arte de recibir en casa y los desafíos de ser empresaria, pero también sobre cómo una ex suegra puede cambiarte la vida…

Hay pocas cuentas de Instagram tan hipnóticas como la de la Andrea Zarraluqui. Sus vajillas de flores, pájaros, plantas tropicales, setas, frutas o cáctus pintadas a mano son una invitación tan peligrosa como placentera al scroll infinito. Normal que tenga más de 150.000 followers. La inspiración, dice, la encuentra en todas partes. «Tengo muchos libros de botánica, pero también de pájaros, encuentro ideas en revistas de decoración y siempre estoy haciendo fotos: cuando paseo por el campo, pero también si estoy en la calle y veo una mancha en una pared que me parece estética».

Con clientas como Nuria March, Alejandra Rojas, Eugenia Martínez de Irujo o Laura Ponte, Zarraluqui se ha convertido en la diseñadora de vajillas preferida de las celebrities y la alta sociedad. Hija de Manuel Zarraluqui, que dirigió las Bodegas Croft, y de Beatriz Pardo Domecq, la suya es la historia de una vocación tardía. Y de una increíble reinvención profesional. Hasta 2016, Zarraluqui había trabajado en empresas como Antena 3, Telefónica o AC Hoteles, donde llegó a ser directora de marketing. Hasta que decidió tirarse a la piscina. Y atrincherarse en su taller del barrio madrileño de Prosperidad, donde empezó su aventura como artesana y empresaria y sigue pintando cada día. Sin miedo a los desafíos, Zarraluqui acaba de escribir su primer libro: Save the date. Recibir en el siglo XXI, un manual de consejos prácticos para poner la mesa y ser una anfitriona tan virtuosa como ella.

¿Qué no debe faltar nunca en una mesa y que no debería haber jamás?

No me gustan las fuentes de comida sobre la mesa. Es preferible tener una mesita de apoyo, aunque sea en otra habitación. Lo que nunca deben faltar son flores, que siempre aportan frescura y alegría a una mesa. ¡Y saleros, muchos saleros! El punto de la sal es algo muy personal.

¿Se recibe igual a todo el mundo, a la familia política y a las amigas de toda la vida?

No. Cuando organizo una comida con amigas, por ejemplo, preparo un menú especial porque las mujeres nos cuidamos más y no quiero que se coman solo la ensalada y dejen todo lo demás. Y con la decoración pasa igual: con mis amigas, puedo escoger una vajilla más divertida y con la familia política o en un encuentro de trabajo, prefiero algo más tradicional.

La artista y diseñadora de vajillas Andrea Zarraluqui. / Carlos ruiz

¿Y de quién aprendió usted el arte de recibir en casa?

De mi madre. En Jerez siempre ha habido mucha tradición de recibir porque las familias son muy grandes. En casa de mi madre, que eran doce, siempre había comida para un regimiento. Suelo decir que mi TOC es que cada vez que me mudo a una casa nueva lo primero que hago es comprar un gran congelador. El de mi madre siempre estaba lleno. Si venían dos o 20 a comer no importaba. Se abría el congelador y estaba solucionado. Yo siempre tengo el «por si acaso» en la cabeza.

A primera vista, su infancia suena casi novelesca: nació en Londres, creció en Jerez de la Frontera, estudió en un internado en Ascott… ¿Cómo la recuerda usted?

Mis hermanos y yo nacimos en Londres porque mi padre trabajó allí durante una época, pero mis raíces y mi casa siempre han estado en Jerez. Cuando mi hermano mayor y yo teníamos siete y cinco años mi padre vio que éramos unos inglesitos y dijo: «Se acabó». Y nos fuimos a Jerez. El internado fue una experiencia estupenda y después ya me vine a Madrid a estudiar la carrera y la terminé en Nueva York, que fueron años buenísimos porque conocí a gente nueva, entraba, salía… Aquello era otro mundo.

Creo que en su casa no le dejaron estudiar Bellas Artes y tuvo que escoger una carrera más práctica…

Mi padre, que siempre ha sido muy generoso, me dijo: «Tú estudia una carrera seria y luego si quieres yo te financio cursos de arte en verano y te vas a hacer tus pinturitas» (risas) Ahora se ríe, porque la cabra tira al monte y al final ese lado artístico ha terminado aflorando y, gracias a Dios, puedo vivir de ello.

Zarraluqui en su taller. / Carlos ruiz

Hace siete años decidió aparcar su carrera. Entonces, trabajaba como directora de marketing en una importante cadena de hoteles. ¿Cómo se toma una decisión tan radical como esa?

Mi vida dio un giro muy grande hace diez años: me separé, tuve un cáncer y empecé a replantearme muchas cosas porque te das cuenta de que nunca sabes cuánto tiempo vas a estar aquí. Mi familia me apoyó y mis jefes se portaron muy bien conmigo. Me dijeron que si salía mal, siempre tendría un sitio allí. Eso te da mucha seguridad porque dejar lo que has hecho toda tu vida y embarcarte en una cosa nueva, da muchísimo vértigo.

¿Cómo empezó a pintar porcelana?

Yo pintaba, hacía algunas exposiciones y vendía mis cuadritos, pero fue mi ex suegra la que me animó a pintar porcelana. Estuve un par de meses aprendiendo la técnica y me encantó. Seguí pintando en mi tiempo libre, hacía regalos de vez en cuando y parecía que a la gente le gustaba lo que hacía. Monté mi cuentita de Instagram y… ¡Me lancé a la piscina! Tenía 43 años, una edad en la que todavía puedes reciclarte. Pensé: «Lo intento un par de años y si no va bien, con 45 vuelvo». Ya he cumplido 50, aquí sigo y no podría estar más contenta.

¿Y qué tal lleva la vida del autónomo?

Hay meses mejores y meses peores. Eso te obliga a ser más ahorradora, a tener siempre un colchoncito, a no volverte loca en las vacaciones de verano, a saber que aunque junio sea un mes estupendo, enero y febrero siempre son malos... Vivo con el nervio de saber si te confirman o no un pedido. A veces, te encargan un solo plato y otras, una vajilla entera. Mi día a día es precario, porque nunca tienes algo fijo. Sé que no me voy a hacer rica con esto, pero hago exactamente lo que quiero. Trabajo mucho, pero aunque un día me den las once de la noche pintando, otro me puedo ir a comer con mis amigas tranquilamente. Para mí eso no tiene precio.

Andra Zarraluqui acaba de presentar el libro Save the date: recibir en el siglo XXI (Espasa). / Carlos ruiz

¿Le incomoda que digan de usted que es la diseñadora de vajillas de la alta sociedad?

Ni me incomoda ni me gusta especialmente. Es verdad que hay mucha gente muy conocida que pertenece a ese mundo que me ha encargado cosas, pero me gusta tener todo tipo de clientes y que lo que hago le guste a gente muy diferente. ¡No solo a la jet! Todo lo que sea tener clientes, me encanta.

¿Artista caótica o metódica?

¡Caótica! Mi estudio es reflejo de quién soy. Soy lo anti-mininal, excesiva en todo: tengo 2.000 pinceles, millones de pigmentos, platos por el suelo… Eso sí, soy muy seria con los encargos y si me comprometo a tener algo en una fecha concreta, nunca fallo. Pero es lo único. Con las facturas también soy bastante desastre... Una gestoria es un dinero bien invertido.

Ya se reinventó una vez, ¿alguna vez siente la tentación de volver a hacerlo?

Uy, no. Además, siempre estoy haciendo cosas diferentes: he diseñado papeles de pared, packagings, me ha divertido mucho hacer el libro... Ahora, por ejemplo, estoy diseñando una flores de loza para decorar mesas. Si un artista siempre hace lo mismo, termina aburriéndose.