¿Por qué las celebrities de Hollywood están tan interesadas en invertir (y que tú inviertas) en el mercado de los NFT?

Tras un inicio entre la curiosidad y las dudas, mujeres artistas y coleccionistas toman posiciones en el mercado de los NFT para impulsar un cambio en el mundo del arte.

Obra de la serie Bored Are Yacht Club, del artista Yuga Labs. / D.R.

Noelia Fariña

Como sucedió en los inicios de Internet, cuando todos nos convertimos en sospechosos usuarios y nadie sabía con certeza si lo que tenía delante era bueno o malo, el fenomeno de los NFT (token no fungible) ha despertado el mismo cóctel de entusiasmo, escepticismo y confusión. Parecen estar por todas partes y, en realidad, forman parte de ese imaginario web del que llevamos haciendo uso todos estos años: ilustraciones, memes, fotos, vídeos...

Quizá por eso nos cuesta tanto entender que alguien pague por un gif de un gato cósmico una cantidad de dinero todavía más ridícula; o que famosas como Mila Kunis y Gwyneth Paltrow organicen eventos para animar a las mujeres a invertir en este tipo de arte y repartirse la riqueza que promete el criptouniverso. «Estamos viendo a los hombres ganar muchísimo dinero, nosotras también lo merecemos», alentaban las actrices desde una charla celebrada en Zoom el pasado mes de abril, sin entrar tampoco en muchos detalles como, por ejemplo, qué quieren exactamente que compremos en nombre de la igualdad.

Autorretrato Háptico, de Amparo Sard.

Si apartamos un momento las transacciones virales y los coleccionistas famosos, lo que queda de un NFT es más sencillo de lo que parece: consiste en una obra digital inscrita en una blockchain, una tecnología en bloque que permite registrar la autoría, propiedad y demás datos técnicos de un archivo. «No entiendo el criptoarte como un movimiento artístico, sino como otra forma de vender. Es prácticamente lo mismo, la única diferencia es la firma digital y su venta a través de las criptomonedas. Las obras se representan mediante un código único que autentifica su autoría», explica la barcelonesa Gala Mirissa, pionera en esta disciplina y, según BeInCrypto, una de las tres mujeres hispanas más influyentes de la industria.

Mirissa defiende que los NFT son una herramienta para reivindicar «un arte bastante menospreciado» y devolverle la autonomía a todos esos autores que han estado cediendo su obra a Internet sin condiciones. «Se han compartido masivamente por las redes sociales, de forma gratuita y, muchas veces, sin retribuir a los creadores ni su crédito. La aplicación de tecnología blockchain da nuevas oportunidades a estos artistas digitales: son ellos quienes generan su propios ingresos, sin depender de un tercero que lo explote».

Junto a estas líneas, obra de la serie Gaia, de la artista polaca Ada Sokol.

Lo dice por experiencia propia. Desde que recibió una invitación de MarkersPlace en 2018 para tokenizar su arte, sus delicados retratos femeninos han pasado de exposiciones virtuales dentro de Descentraland a llamar la atención de Hollywood. En los últimos meses ha colaborado con la actriz Jennifer Esposito para lanzar una serie de NFT exclusivos y financiar su primera película como directora, Fresh Kills. Lo cierto es que los creadores parecen haber encontrado en los NFT su billete dorado al complicado mercado del arte: cualquiera puede exponer sus creaciones, sin depender de galerías, criterios o condiciones.

«Otra ventaja es que el artista es partícipe del éxito que pueda tener su trabajo a medio y largo plazo. Es decir, antes podía vender su obra en la galería y esta pieza ir aumentando su valor al cambiar de propietarios; a partir de ahora, por cada transacción, el artista podrá cobrar un pequeño porcentaje. Ya podían exigir por ley un 1% de las obras físicas, pero los trámites era tan complicados que muchos acabaron por renunciar a ese privilegio», añade la artista mallorquina Amparo Sard, recién aterrizada de la feria de arte Expo Chicago, en donde ha expuesto su famoso Autorretrato háptico, el primer NFT táctil de la historia.

Ora digital en movimiento Kumiko, de la artista Gala Mirissa.

Esta obra, realizada en colaboración con la Escuela Universitaria de Bellas Artes Adema, diluye las fronteras del Metaverso y la realidad, y abre nuevas vías, permitiendo al espectador intervenir la escultura y sentir táctilmente todo el proceso. El problema es que, mientras unos exploran las oportunidades creativas de este nuevo soporte, otros se aprovechan de la libertad y falta de regulación para encontrar nuevas formas de lucrarse. Frente a los falsificadores tradicionales, aquí son los copy-minters los que se dedican a registrar la obra ajena para sacarse unos cuantos ethers (la moneda oficial).

Incluso Hermès ha tenido que intervenir, al ver que un ilustrador había recaudado 800.000 dólares con una serie de «metabirkin», inspirados en su icónico bolso. Un supuesto tributo «un tanto temerario, si tenemos en cuenta la cantidad de firmas como Gucci, Dolce & Gabbana, Prada o Louis Vuitton que han lanzado sus propias colecciones en el Metaverso», que ha acabado en denuncia por infringir la propiedad intelectual y los derechos de marca registrada. Son este tipo de malas prácticas los que aumentan la desconfianza, pero tampoco han servido para frenar el fenómeno: las ventas de criptoarte han generado en torno a 3.000 millones de dólares en 2021.

Imagen del teaser del Festival MMMad (hasta el 31 de mayo, Madrid), creado por Felina H.DB.

Curiosamente el primer NFT se registró en 2014, un octágono pixelado del artista Kevin McCoy. Pero no fue hasta el pasado verano cuando Christie´s revolucionó el mercado sacando a subasta, por 57 millones de euros, un collage digital de Beeple, el nombre artístico de Mike Winklemann. De la noche a la mañana, un diseñador gráfico corriente de Carolina del Norte se convertía en el creador más cotizado en vida, por detrás de David Hockney y Jeff Koons, con un compendio de fotos de su vida cotidiana.

¿Cómo resistirse a una narrativa tan jugosa? Todos podíamos ser Beeple o, al menos, encontrar al nuestro. «Lo curioso es que, al incluir obras digitales en un escenario que se asume tradicional, muchos de nuestros coleccionistas habituales se han ido interesando paulatinamente por el mundo del criptoarte. Hemos tenido una labor de formación, de explicarle a un cliente acostumbrado a comprar acuarelas del siglo XI lo que era una wallet [la cartera en la que se guardan las obras]», recuerda Ignacio Rubio, de Durán Subastas, la casa española más antigua y la primera en lanzar al mercado un NFT, obra del artista Solimán López.

Y advierte: «No ha llegado para sustituir nada, tan solo es una forma de creación que los artistas pueden utilizar». Entre la lista de coleccionistas figuran personalidades como Madonna, Serena Williams o Jimmy Fallon, y hasta Paris Hilton o The Weeknd han sacado merchandising en NFT. Lo que sí ha cambiado, en palabras de Olatz Díaz, diseñadora gráfica y creadora de NFTrends, una agencia de marketing especializada en esta escena, es la forma de percibir el coleccionismo. «Empezamos a entender que podemos ser poseedores de algo «no tangible» y que la propiedad no tiene que ser algo físico per se». Tampoco que lo público está reñido con la exclusividad.

Mila Kunis, impulsora de la inversión en NFTs. / getty images

El mejor ejemplo lo encontramos en los codiciados Bored Are Yacht Club, de Yuga Labs, una colección de simios aburridos prediseñados mediante un algoritmo aleatorio, que pueden llegar a alcanzar más de 200.000€. Famosos como Neymar los usan para reafirmar su estatus en redes sociales, pero son algo más que un avatar: sus compradores obtienen una llave acceso a un club privado y selecto en Discord. «A diferencia del arte convencional, un NFT puede convertirse en un utility token: un activo que te puede dar una serie de ventajas para fidelizar o recompensar a tu comunidad. Ya no solo compras arte, si no una experiencia más completa», explica Sergi Moral, de Mito Gallery, la primera galería de arte NFT dedicada a la comunidad hispana.

En palabras del experto, es una forma de recuperar la esencia del mecenazgo, en donde los NFT sirven para ayudar a los artistas a desarrollar sus proyectos y a recuperar la potestad de decidir cómo recompensar a sus seguidores. Faltaría por resolver cuántos de todos los criptoproyectos que florecen en la web pueden considerarse artísticos. Pero qué hay más inherente al arte que la duda.

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