Blanca Paloma muestra el trofeo como ganadora del Benidorm Fest 2023. /
El viaje de Blanca Paloma Ramos hasta ser elegida este fin de semana en Benidorm como la representante de España, que puede hacernos ganar el próximo festival de Eurovisión con la canción Eaea, comenzó en un cuartito de su casa de Elche. Allí nació en 1989 (tiene 33 años) en el seno de una familia con raíces sevillanas (por parte de su padre, bombero de profesión) y con pasión por la música.
En ese cuartito, con suelo de moqueta y repleto de vinilos y casetes, sus hermanos y ella se disfrazaban, cantaban y bailaban. Su hermana pequeña, Sara Ramos, es cantante también. Optó a participar en la primera edición de Eurovisión Junior en 2003 con la canción Navegando por la red, como miembro del grupo Trébol.
Como todo viaje, a veces en la vida nos paramos a descansar o tomamos un desvío. En el caso de Blanca Paloma, antes de que el amor por el flamenco guiase su camino, decidió estudiar Bellas Artes en la Universidad Miguel Hernández, en Barcelona y, finalmente, en la Universidad Complutense de Madrid, y dedicarse a la escenografía y el vestuario teatral. Fue en Madrid, donde paseando por el mercado de Antón Martín, escuchó un taconeo que cambió su rumbo.
El sonido procedía de la escuela de flamenco Amor de Dios, donde Blanca Paloma se apuntó a las clases de Lina Fonteboa, quien le recomendó formarse como cantante. «Creo que fue raíz de que faltaron mis abuelos, que eran los que traían el flamenco a la familia, cuando sentí esta llamada del flamenco para estudiarlo, cantarlo y hacerlo mío», reconoció a Europa Press. Su abuela, la yaya Carmen que tantas veces menciona Blanca Paloma, era una costurera sevillana, «el alma de la fiesta y una artista de sobremesa», que le transmitió el amor por el flamenco.
«Hay profesiones que no eliges, te eligen a ti, y esta es una de ellas«»«, reconoció en la rueda de prensa posterior al Benidorm Fest. Una vez en la senda de la música, Blanca Paloma comenzó a escribir y cantar canciones propias y a cantar con formaciones como Afalkay, una banda de fusión magrebí-flamenco-jazz.
Canciones como Plumas de nácar (inédita, de momento), Secreto de agua (que forma parte de la banda sonora de la serie documental Lucía y la telaraña, de RTVE) a Niña de fuego, una versión de la Canción del fuego fatuo, de Manuel de Falla.
Su participación con Secreto de agua en el Benidorm Fest el año pasado (cuando Chanel hizo historia) no pasó inadvertida. Terminó quinta y, cuando presentó dos canciones para volver a competir este año, eligieron Eaea, que el pasado sábado logró la primera posición gracias a 169 puntos (94 del jurado, 35 del voto demoscópico y 40 del televoto).
Por tanto, el próximo 13 de mayo representará a España en Eurovisión una nana a compás de bulerías fusionada con sonidos electrónicos que a unos les recuerda a la primera Rosalía y otros encuentran tintes lorquianos. La canción está compuesta por ella misma, con arreglos de José Pablo Polo y parte de la letra, del poeta Álvaro Tato.
Blanca Paloma se sube así a la barca de Remedios Amaya, la artista flamenca cuya actuación descalza en 1983 en Munich ha hecho historia porque no logró ni un solo voto con el tema de flamenco-pop Quién maneja mi barca. «Europa no estaba preparada para algo así, ella era una adelantada a su tiempo», defiende la última ganadora del Benidorm Fest. En su momento, los comentaristas la acusaron de «demasiado étnica» sin adivinar la cantidad de etnicidades (entiéndase como propuestas únicas) que llegarían después.
Desde que Eaea fue seleccionada para televisión, la alegría de los pichones (los seguidores de Blanca Paloma) se ha visto ensombrecida por agoreros comentarios como «En Europa no se va a entender y vamos a quedar de los últimos» o con trending topics como Spain cero points. Cuando las reacciones de eurofestivaleros de toda Europa han sido de entusiasmo por el trance del estribillo, la puesta en escena, la capacidad vocal de Blanca Paloma y la fusión de flamenco y electrónica.
Rosalía nos tenía engañados. Más que el fantasma de Remedios Amaya, estas reacciones han dejado en evidencia el desconocimiento del flamenco, Patrimonio inmaterial de la Humanidad desde 2010, en muchas partes de España, y la pervivencia de trasnochados prejuicios entre comunidades. Ante la dominación de los ritmos latinos, el flamenco pide paso.