En un día de sol invernal en Madrid, de cielo azul intenso, nos reunimos con Blanca Suárez (Madrid, 1988). Se intuye ya el espíritu festivo de las navidades que se acercan. Solo están a escasos días de distancia cuando se dispara la sesión fotográfica que ilustra esta entrevista. Lentejuelas, looks de una celebración elegante, un poco glam, algo rock.
La actriz está preparada, tranquila y relajada, esperando para recibir las fiestas entre amigos y familia. Pillar en la televisión Love actually o La princesa prometida, cada año cuando se acercan estas fechas, la va colocando en ese espíritu que no busca, pero acaba encontrándola. También acordarse del disco que cada Navidad suena en su casa familiar en bucle: «Versiones de villancicos cantadas por Mariah Carey o Michael Bublé, siempre de fondo porque tenemos que cenar, pero es una buena ambientación», se ríe. O de las manualidades «con algo rojo» que su madre confecciona para toda la familia. «Nos las tenemos que poner todos, incluido mi perro», afirma.
La actriz no se pone especialmente nostálgica en estas fechas, ni deposita mucha presión sobre el cambio de año. Es una enseñanza aprendida a lo largo de los tres lustros de carrera que celebrará en 2022, cuando se cumpla el 15 aniversario del comienzo de la serie que la catapultó a la fama, El internado. Casi media vida –para ella– delante de las cámaras y a través de nuestras pantallas del móvil, Blanca Suárez hace mucho que perdió el anonimato, pero en una profesión llena de giros inesperados, ella ha sabido y ha tenido la suerte de mantenerse siempre en un lugar estable, aunque eso no se traduzca en un equilibrio entre vida personal y trabajo, difícil de alcanzar.
Si algo caracteriza a la madrileña es su capacidad de adaptación; asegura que ha descubierto en los últimos dos años la importancia de saber parar. O al menos intentarlo. En este año que acaba estrenó la serie Jaguar en Netflix y ha rodado El cuarto pasajero, con Álex de la Iglesia –su tercera película juntos–, y El test, con Antonio Resines y Alberto San Juan. Además de un proyecto internacional del que aún no suelta prenda.
En las navidades, le toca descansar y aunque estén a la vuelta de la esquina, todavía no sabe qué pasará en este año en el que la normalidad se resiste a volver. «Me gustaría pasar fin de año con amigos y, a ser posible, fuera de Madrid. No es una fecha que me imponga, pero intento empezar el año siempre de una forma un poco especial».
MUJERHOY. 2020 fue como el año perdido para todos, en 2021 no se ha cumplido la recuperación que esperábamos. ¿Qué ha significado este tiempo para usted?
BLANCA SUÁREZ. Ha sido un paréntesis extrañísimo en mi vida. Se me han pasado volando estos dos años. No quiero decir que no hayan servido, porque de hecho han servido para mucho, pero siento que se me han ido porque no he hecho todo lo que me hubiera gustado.
¿Qué se le ha quedado pendiente?
Por ejemplo, quería ir a Japón, era mi viaje de 2020, luego en 2021…
¿Qué ha aprendido a hacer a cambio?
¡Muebles de cemento! En mi casa sola, claro [risas]. No podía hacer otra cosa. Me gusta mucho el interiorismo, las manualidades, trabajar con las manos... y me he puesto a ello. No he tenido mucho más tiempo de entregarme a otras aficiones.
¿Cuáles fueron las navidades más especiales que recuerda?
En general, siempre asocio el recuerdo de unas navidades especiales al fin de año, porque es donde abro la puerta a estar fuera de casa, a hacer un plan más ocioso. Ahora me viene un año concreto a la memoria, pero recuerdo fines de año muy especiales en la playa, bañándome en el mar. Aunque el año pasado también acabamos pasándolo de la forma más sencilla posible, en casa, con las zapatillas de andar por casa, entre amigos.
Si le pidiéramos que elaborase su top 5 de momentos del año en lo personal y profesional, ¿qué aparecería?
Seguramente serían momentos de este verano. He pasado mucho tiempo en Roma y he podido conocer la ciudad paseándola. También habría recuerdos en Nueva York, donde he estado hace poco… Todos los momentos que pueda destacar de 2021 son muy tranquilos, de esos en los que de repente el estrés no existe –porque yo suelo vivir con mucho estrés–, y es una maravilla. Estar tranquila, no tener prisa, no estar nerviosa, no estar ansiosa con el móvil, no esperar nada, solo estar viviendo ese momento… Me cuesta mucho llegar a esa tranquilidad.
¿Cuando se acercan estas fechas le gusta marcarse propósitos para el año que está por empezar?
No, no, para nada. De hecho, con los años, he ido quitándole bastante simbolismo a las navidades. No sé por qué, pero si te marcas solo propósitos en ese momento del año, me resulta raro. Intento que todo el año tenga un sentido más o menos estable. También es verdad que, por mi trabajo, las vacaciones y las fiestas son un poco irregulares. Ha habido navidades que me ha tocado trabajar, en verano suelo trabajar; y, de pronto, tengo que cogerme las vacaciones en marzo.
En 2022 se cumplen 15 años del estreno de El internado, que la dio a conocer. Prácticamente ya ha pasado la mitad de su vida en esta profesión frente al público.
[Se sorprende mucho] ¡No lo había pensado para nada! Ha pasado ya mucho tiempo... El internado no fue mi primer trabajo, fue una película muy pequeñita llamada Eskalofrío, pero la serie llegó inmediatamente después y… ¿Hace 15 años que trabajo? Ostras, es muchísimo.
También se han cumplido 10 años desde La piel que habito, su primer trabajo con Almodóvar, y su nominación al Goya como actriz revelación. ¿Qué queda de aquella joven?
Un montón de cosas. Supongo que menos inocencia, pero creo que sé más cosas, vivo todo desde un lugar diferente. Pero me queda mucho de la Blanca de entonces. Lo bueno y lo malo de esta profesión es que es una sorpresa constante porque no sabes qué va a ser de tu vida cuando acabes el último rodaje. Por eso, no tengo solo un sueño, ni lo he tenido en estos años, porque creo que tenerlo no te deja valorar las cosas que se te van cruzando por el camino. No hay solo un camino, hay 500, y a lo mejor todos llevan al mismo destino. Es simplemente que nuestra vida puede cambiar de un día para otro. A mí me ha pasado, de repente sucede algo inesperado y se te cae todo. Hasta que no estás con el pie en un set de rodaje, la vida cambia muchísimo.
Por suerte, con Instagram prácticamente tiene otro trabajo.
Hombre, si hablamos en el aspecto económico… No limitándolo a Instagram, a raíz de mi profesión, sale otro camino que es la publicidad en general. Es algo que llega por añadidura y te aporta muchas cosas, te ayuda a gestionar de otra forma tu profesión, a tener la posibilidad de elegir lo que quieres o no hacer. Te ofrece más tranquilidad y también otro tipo de proyección. Es algo en paralelo que no lo busco, pero de ahí surge Instagram como herramienta.
Hace 10 años decía que le gustaría «salir horrible, con prótesis...» en una película, algo que aún no se ha cumplido. ¿Tiene que luchar para que no la encasillen?
No se ha dado. Y me encantaría que sucediera. El porcentaje de atrevimiento por parte de las productoras o directores para arriesgarse… Estas cosas en España se hacen un poquito menos. Eso no significa que te estén encasillando, todos tenemos el físico que tenemos y no podemos pretender otra cosa. Pero, si me lo propusieran, diría que sí sin pensarlo.
No ha tenido el miedo a que el teléfono dejara de sonar: no ha parado de trabajar.
Tienes miedo a la nada, a pensar cómo vas a ser dentro de muchos años, porque este trabajo no tiene una lógica natural. Cómo va a ser tu vida, si vas a conseguir una estabilidad o no. Sobre todo, hay que intentar entender que esto es una montaña rusa y que es un trabajo sin lógica.
¿Se acuerda de cuando aún era anónima y podía pasear por la calle tranquila?
Hay rachas y rachas. Pero lo he hablado con algún amigo de la profesión, fue una de las cosas que descubrí después del confinamiento, cuando salimos por primera vez todos con mascarilla, pude reconectar con el anonimato, con algo que creía que no había olvidado, pero en realidad sí había dejado de experimentar. Es normal olvidarlo, porque te acostumbras, pero de repente, cuando vas por la calle sin que nadie te mire, vuelves a conectar con tu yo más personal, vuelves a ver normal que la gente no te mire y cuando te vuelven a mirar, te choca como las primeras veces [Risas]. Es un poco raro. Pero reconectas con algo muy personal. Te ves con todo tu yo más puro, antes de que los ojos de otra gente repararan en ti. Dentro de cinco años seré esa que seguirá llevando mascarilla [Risas].
¿La conciliación entre vida y trabajo es lo más complicado de su profesión?
Yo creo que es posible, pero aceptando que no vas a tener una estabilidad como esa a la que aspira o de la que disfruta la mayoría. Para mí, es lograr tiempo para mí, tener algún micromomento de estar tranquila en casa, que el horario no sea del todo diferente cada día, trabajar en Madrid para volver a casa a dormir... Puedes crearte un entorno estable, una casa estable, pero tu gente tiene que saberlo y ayudar a generar esa estabilidad que es bastante frágil, por no decir que es un espejismo… Los horarios son siempre distintos y cuando ruedas no te ven, desapareces. Hay mucha gente a tu alrededor que te tiene que echar una mano hasta en las cosas más tontas, como por ejemplo, hacer la compra.
Sin embargo, ha dicho muchas veces que necesita tener todo bajo control. ¿Cómo lo consigue con esa inseguridad?
Ese es mi conflicto, el choque mental de que de mí no dependen las cosas en gran medida. De que no puedo saber qué días voy a trabajar la semana que viene, no puedo quedar con una amiga, no puedo ir al médico y si quiero ir tengo que movilizar a mil personas… Vivo mucho así, pero creo que ya me he acostumbrado.