
sigue siendo el rey
sigue siendo el rey
Es el primer lunes al sol de Boris Izaguirre (Caracas, 1965) tras la cancelación de Más vale sábado, el programa que estaba presentando en LaSexta y que le impidió participar, por incompatibilidad entre cadenas, en la reunión de Crónicas Marcianas. Está de buen humor y con la mejor disposición, y se sube tanto a un sofá como a la azotea del hotel donde tiene lugar la sesión de fotos.
Sin embargo, no puede ocultar un punto de melancolía. «Los famosos estamos a punto de volvernos dinosaurios –reflexiona–. Entramos en esa categoría en la que están las películas, los cines o los discos... cosas que se extinguen».
MUJERHOY. Me decía antes que, además de famoso, había sido líder de opinión. ¿Cómo sabe uno que lo es? ¿Y que ha dejado de serlo?
BORIS IZAGUIRRE. Uno se aferra a la idea de que todavía lo es, pero la opinión se ha vuelto tan porosa... Incluso comercia con la mentira, la falsedad y la polarización, elementos con los que no me siento cómodo. También el populismo. Son lugares que me provocan rechazo.
Llevamos más de 25 años escuchándole, pero ¿sabemos realmente lo que piensa?
No te lo puedo decir porque entre mis grandes intenciones vitales está que algún día se escriba una tesis sobre mí con este material. Hasta entonces no pienso desvelar nada.
Dicho esto, Boris sonríe de esa forma tan característica suya: labios entreabiertos, párpados entrecerrados y deslizando el gesto suavemente. Que no quiera resolver su propio enigma es comprensible. Ha sido la clave para ser celebrado en los hogares de millones de telespectadores y bienvenido en las inauguraciones y fiestas más exclusivas. «Cada vez estoy más de acuerdo con una frase que he dicho a menudo: « Decir la verdad no es de buena educación».
Conversador nato y fuente inagotable de anécdotas, las verdades incómodas le llevan a Truman Capote –«La esencia es la esencia, es mi formación»–, continúa con su amigo Terenci Moix –«Recuerdo como si fuera ayer su funeral, sentado junto a Nuria Espert y sonando la música de Blancanieves y los siete enanitos»– y de repente aparecen los Javis. «Hace poco me recordaron que, siendo estudiantes en la universidad, mucho antes de ser conocidos, me convencieron para que pusiera la voz en su tesis final, una idea divertidísima sobre los concursos de belleza. Me llevaron tan lejos a grabarlo que, en un principio, pensé que me iban a secuestrar».
Boris Izaguirre lleva traje de Polo Ralph Lauren, jersey de Loro Piana y slippers de Manolo Blahnik. Pulsera, sortijas y reloj de Cartier. Fotografia: Elena Olay / Estilista: Almudena Carnicero.
Como Terenci Moix en usted, ¿ve en Javier Calvo y Javier Ambrossi su relevo generacional?
Sí, y tender ese puente lo entiendo como un reto. Las cosas no surgen de la nada, hay que procurar una continuidad, que los que llegan se sientan reconocidos y también conozcan de dónde venimos.
¿Cómo lleva hacerse mayor, ahora que parecemos abocados a seguir siendo siempre jóvenes?
¡Es que lo estamos! En 2025 cumpliré 60, que es una buena edad, pero creo que es mejor 70. Loles León me dijo una vez que lo más difícil es pasar de 40 y 60, y he comprobado que tenía razón. He visto con mis propios ojos florecer intelectualmente, como líder y como figura pública, a una mujer maravillosa en los 70.
¿Quién es esa mujer?
Piénsalo dos veces y te vendrá el nombre. Lo que me molesta no es cumplir años, sino el edadismo, porque es de mal gusto, propio de una educación machista. El estilo, todo lo que encierra tu conducta y pensamiento, mejora con la edad.
«La frivolidad es un asunto muy serio». ¿A quién adjudicaría la autoría de esta frase: Oscar Wilde, Diana Vreeland o Carmen Lomana?
Adoro a Carmen, podría haberla dicho ella, pero creo que hay una mía mejor: «La frivolidad es un colirio y una lupa». Limpia la mirada y te permite ver hasta donde otros no pueden. Si tú te quieres quedar en el mundo, si tú te quieres quedar en tu casa, en tu partido, en tu esquina, pues sé serio, Pero si quieres ir al universo tienes que ser frívolo, porque el universo es inequívocamente frívolo.
De nuevo, Boris enlaza unas cuantas referencias a nombres que irían en negrita. De Madonna recuerda aquella vez que la entrevistó y se sintió sobrepasado por su intensidad: «Era como ver un edificio caminando». Su fijación por fotografiarse cruzando puertas le viene de Lucía Bosé, que le reveló que eran en realidad portales interdimensionales; también que mientras ella estuviera viva a él nunca le faltaría un plato de pasta en la mesa. A Carlota Casiraghi se la presentaron en dos ocasiones, pero cuando iban a hacerlo en una tercera la hija de Carolina de Mónaco contestó: «Ya le conozco».
«Muchas veces se empeñan en adornarme cuando quieren explicar quién soy, dudando si con escritor y presentador es suficiente, y creo que es un error. Mi madre [la bailarina Belén Lobo, fallecida en 2014] siempre me decía que no hacía falta que llamase la atención porque yo ya la llamaba. Tardé algún tiempo en entenderlo, pero me vino muy bien esa enseñanza», rememora.
¿Qué más aprendió de ella?
Cuando tuve mi mayor fracaso, presentando mi propio programa, El anfitrión, en 2000. Creo que duró seis semanas. Fue un golpe fuerte, era muy joven y estaba muy acelerado. Mi mamá me dijo: «Tienes que extraer todo lo que puedas de esto para el resto de tu carrera». Y lo intenté, aunque me he equivocado muchas otras veces. Al menos aprendí a disciplinarme, a controlar mejor el dolor y lo que te lleva a hacer a otros, como soltar un manotazo a alguien, enfadarte contigo mismo o pelearte con tus amigos. También me enseñó a ponerme en pie de nuevo. Mucha gente minimiza el fracaso, pero te aporta una gran lección: las cosas no terminan, se detienen, y tú continúas.
¿Qué tiene la televisión que todo el mundo la critica y quiere salir en ella?
La televisión es la televisión. Cuando era muy niño, en mi casa había unas discusiones horribles sobre la televisión, diciendo que era una cosa horrible, diabólica, manipuladora. Yo no entendía nada, porque me parecía genial. Pasaba tantas horas delante de la televisión que la escondieron en un armario. Yo nunca he estado en un armario, pero la televisión que me enseñó a mí ser quien soy la pusieron en un armario. Cuando por fin me contrataron en la cadena de televisión, le dije a mi papá: «¿Te das cuenta de que tú me quitaste eso en lo que voy a trabajar?». Aposté por la televisión porque me encanta como medio de comunicación, me encanta como industria y me encanta como ideología.
En todos estos años en España, ¿quién no ha dejado de interesarle?
Isabel Preysler. Tiene una capacidad innata para sorprenderte, que eso es lo que uno siempre le pide al gran personaje de entretenimiento. Yo espero también poder tenerla.
¿Cuál ha sido el momento más surrealista que le ha proporcionado la fama?
Siempre recuerdo la primera vez que fui a firmar libros el día de Sant Jordi en Barcelona. Había muchísima gente y lo viví como algo aterrador, intimidante. De repente, apareció una señora que se sacó los senos y los puso sobre la mesa. «Mi marido quiere que me los firmes», me dijo. Sabía que a Truman Capote le habían pedido su autógrafo en un pene. Capote contestó que si las iniciales o el nombre completo, pero a mí no se me ocurrió una frase tan genial. Así que puse «Love» en una teta y «Boris» en la otra. Me evité la coma, porque no sabía dónde ponerla. Evidentemente, eso no es algo que le pasa a María Dueñas.