Brigitte Macron «Los franceses no me querían, lo sé perfectamente»

A pocas semanas de que el presidente francés se juegue la reelección en las urnas, su esposa habla desde El Elíseo sobre la violencia contra los niños, los valores por los que lucha y sus auténticas pasiones.

Brigitte Macron, el triunfo de lo improbable./Matias Indjic

Brigitte Macron, el triunfo de lo improbable. / Matias Indjic

V. Chocas, A.f. Schmitt y S. Zaizoune

Accesible, culta, divertida, esta antigua profesora de Literatura, cuya historia de amor podría ser el argumento de una novela es, desde hace cuatro años y medio, la primera dama de Francia . En este tiempo, ha demostrado su talento y empatía para comunicar y conectar con los franceses, tanto en los encuentros cara a cara como en los escasos programas de televisión en los que ha aceptado participar, y ha sabido crear una extensa red de contactos formada por personalidades populares pero también por activistas sociales. Brigitte Macron nos recibe en el El Elíseo, abriendo de par en par las puertas del ala izquierda del palacio, en su despacho lleno de flores.

Faltan pocas semanas para las elecciones presidenciales, en las que el presidente Emmanuel Macron se juega la reelección para un segundo mandato (el 10 de abril se celebra la primera vuelta), pero su esposa se ha volcado en los últimos meses en otra campaña. Esta es solidaria y ha sido organizada por la Fondation des Hôpitaux [Fundación Hospitales], que preside desde 2019 y cuyo principal objetivo es mejorar el día a día de los pacientes, especialmente de los niños y adolescentes, y de los cuidadores en los hospitales y las residencias de ancianos.

Emmanuel Macron celebrando su victoria electoral en 2017 junto a su esposa, Brigitte, la nieta de esta, Emma, y su hija, Tiphaine Auziere (detrás, a su derecha). / getty images

La esposa del Jefe del Estado es consciente de la simpatía que ese trabajo ha despertado entre los franceses. En su gran mesa de trabajo, de madera y cuero beis, se acumulan fotos familiares y libros. Molière, pero también La decisión, de Karine Tuil, y Adaptarse, de Clara Dupont-Monod, son algunos de ellos. Con su estilo franco y directo, la primera dama habla en esta entrevista de los niños hospitalizados pero también de feminismo, del riesgo del ciberacoso y del peso que supone lo que se considera normal. Brigitte Macron no elude ningún tema, aunque quizá no revela todo lo que sabe. Un auténtico acto de equilibrio.

Mujerhoy. ¿Con qué palabra describiría mejor su estado de ánimo actual?

Brigitte Macron. Luchadora. Porque nuestro trabajo [el de la Fondation des Hôpitaux] va dirigido a los niños, niñas, adolescentes y familias que luchan. Se necesita mucho coraje para luchar contra una enfermedad. También los cuidadores luchan día a día, con voluntad y determinación, por sacar adelante a sus pacientes. Nuestro papel es ayudarles a superar las dificultades que están viviendo, apoyar su lucha.

«Los niños que sufren acoso hablan muy poco de lo que están viviendo, por vergüenza y culpa. Pero podemos detectarlos y dar la voz de alarma».

Usted fue elegida presidenta de la fundación en junio de 2019. Y solo ocho meses después llegó la pandemia y el confinamiento. ¿Cómo fue ese período?

El primer confinamiento fue un período muy duro para todos. Con el equipo de la fundación, pasábamos los días colgados del teléfono, no paraban de llegar llamadas de particulares, empresas, artistas... Unos enviaron dinero, otros organizaron acciones para recoger donaciones... Nunca se reconocerá bastante la generosidad que mostraron los ciudadanos.

Gracias a esas ayudas, pudimos financiar respiradores y otros equipos y materiales para los hospitales. También ayudamos a centros de salud mental y a residencias de ancianos, a los que donamos 40.000 tablets para que pudieran mantener el vínculo con las familias, mediante videollamadas. Además, varios chefs nos ayudaron a preparar y distribuir comidas... Gracias a las donaciones también hemos creado espacios donde el personal médico puede descansar y recibir atención.

La pareja presidencial, en un acto oficial en El Elíseo, el 5 de julio del pasado año.

Durante el primer encierro, se produjo un aumento de la violencia contra los niños. ¿Qué información tenía usted?

Me alertaron rápidamente de ello. Maltrato, violencia física y psicológica dentro de las familias... Los psiquiatras infantiles denunciaron auténticos horrores. Por ello, hemos puesto en marcha un programa de detección, diagnóstico y seguimiento de niños que son víctimas de malos tratos. Todos acaban yendo al hospital en un momento u otro; el reto es identificarlos entonces y decirles: «Te cuidaremos, física y psicológicamente, y te acompañaremos», a veces incluso frente a un juez.

Hemos creado unidades móviles, formadas por un médico con formación específica, un psicólogo o un enfermero, y un asistente social. Estas unidades ya existen en varios hospitales y estamos estudiando la posibilidad de crear otras más. Estos equipos se desplazan de un hospital a otro, pero también acuden a las escuelas en caso de que se produzca un intento de suicidio o un caso de acoso. Este proyecto forma parte de un gran plan para cuidar a los niños y a los adolescentes que están en los hospitales, y tiene también un componente educacional.

¿Cómo están abordando el problema del acoso escolar?

El Ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, está muy preocupado en este tema y me pidió que me uniera a él. Yo también recibí muchas cartas y correos electrónicos de estudiantes que habían sufrido acoso o de sus padres. Sin duda piensan que, como profesora, conozco el problema.

¿Es así? ¿Qué recuerda de su experiencia en las aulas?

Las víctimas hablan muy poco sobre lo que están sufriendo, porque sienten una especie de mezcla de vergüenza y de culpa. Pero podemos detectarlos. La mirada de los niños acosados cambia radicalmente, y eso a veces sucede de la noche a la mañana. Su mirada es diferente, algunos de repente se visten con más capas de ropa o descuidan su vestimenta...

«En El Elíseo he descubierto que tenía más paciencia de lo que pensaba y he aprendido a no hablar abiertamente, algo que para mí es un esfuerzo».

Pero sus trabajos escritos también lo reflejan, se nota al corregirlos. Los profesores de educación física se dan cuenta cuando algunos de esos niños se niegan a ponerse ropa deportiva o el bañador, el personal de comedor ven que algunos ya no comen... y las enfermeras del colegio o los bibliotecarios también pueden dar la voz de alarma. Hay que aprender a detectar todos estos signos, incluso cuando se trata de ciberacoso, un problema creciente y en el que he trabajado desde 2017.

Usted ha tenido encuentros con los responsables de Google, Facebook, YouTube, Instagram y TikTok. ¿Qué les ha dicho?

Les he dicho que es hora de actuar. No pido la Luna, solo que se respete el límite legal de los 13 años [la ley francesa impide que un niño se registre en las redes antes de esa edad], la contratación de moderadores que hablen en francés y programas de apoyo para niños y adolescentes. También necesitamos herramientas para eliminar rápidamente ciertos contenidos. Muchos son niños que no tienen suficientes recursos, que no saben dónde pueden pedir ayuda.

Los responsables de las redes sociales dicen que entienden la magnitud del problema, pero están empezando a actuar ahora, sin duda en respuesta a los numerosos estudios sobre el terrible impacto que las redes sociales están teniendo en los más jóvenes. El acoso es un gran problema en la escuela secundaria y, a menudo, incluso en la primaria; es algo extremadamente preocupante. ¿Estoy haciendo suficiente? No lo sé, pero tengo una certeza que me empuja a actuar. No tengo cuenta propia en las redes sociales, pero no estoy en contra de ellas.

Los jóvenes también encuentran en las redes sociales información, apoyo, consuelo...

Sí, desde luego. Es como el doctor Jekyll y Mr. Hyde. A menudo hablo del segundo, pero no me olvido del primero: internet y las redes sociales pueden aportar muchas cosas buenas. Pero, desafortunadamente, la novela de Stevenson termina mal: Mr. Hyde toma el relevo y el Dr. Jekyll ya no puede ser él mismo. Ese mismo desafío surge también en el mundo digital.

Brigitte Macron en una visita al Gustave Roussy Institute, un centro oncológico con una unidad infantil, al sur de París, en junio de 2020. / getty images

El acoso está ligado a lo que se considera normativo y al rechazo hacia el diferente. ¿Cómo abordaba esta cuestión en sus clases?

Puedes acercarte a esas cuestiones al tocar un texto sobre moralidad o tolerancia: así entras en contacto con lo que es bueno y lo que es malo. Pero es cierto que no me siento necesariamente cómoda con esta noción de lo que tiene que estar dentro de la norma, nunca lo he estado. Yo no me siento facultada para juzgar lo que está en la norma y lo que no. Incluso me rebelo contra esa gente que quiere decirnos, todo el rato, lo que está bien y lo que no, lo que debemos pensar.

Usted misma ha tenido una vida que está bastante fuera de la norma.

Cierto, pero no lo busqué, me tocó en suerte. Excepto, por supuesto, cuando tuve que decidir. Hay momentos en la vida en los que tienes tomar decisiones que afectan al resto de tu vida. Una elección implica decidir y eso, a veces es doloroso. Cuando llega ese momento, solo te apoyas en quienes sostienen tu vida, quienes forman tu estructura.

¿Cuál es la suya?

Siempre he estructurado mi vida en torno a Emmanuel -digo Emmanuel porque aquí me refiero a mi marido, no al presidente- y a mis hijos. Siempre ha sido así. En los momentos difíciles, nunca estaba sola, estaban los niños. No quiero hablar demasiado sobre mis hijos, porque eso los expondría. Mi vida no es ordinaria, soy la esposa del presidente de la República, pero los valores fundamentales que articulan mi vida son sencillos, siempre lo han sido.

«Preservar la privacidad es esencial para nosotros. Tenemos un apartamento que es como un santuario. Nadie tiene acceso a él, nunca».

¿Esos valores vienen desde su infancia, como hija de una familia numerosa?

Éramos seis niños nacidos a lo largo de 22 años, y yo soy la menor. Esta es la razón por la que, cuando mis hermanos y hermanas mayores me sermoneaban, les recordaba que ¡no eran ni mi padre ni mi madre! Nuestros padres fueron extremadamente protectores, nos amaban profundamente. Podían ser muy abiertos también en ciertas áreas: salíamos, hacíamos lo que nos gustaba... pero el respeto por el otro era fundamental.

Dejaban pasar todo, todo menos eso. Tengo buen carácter y vivo muy fuertemente anclada en el momento presente. Estoy profundamente convencida de que la muerte está al acecho en todo momento, por lo que no existe nada más que esto, aquí y ahora. He tenido esto en mente desde que tenía ocho años [perdió a una hermana en un accidente de tráfico a esa edad]. Tengo la impresión de que no tenemos tiempo, de que tenemos que ir rápido. Lo que no haces ahora, tal vez nunca lo hagas. Es el carpe diem de El club de los poetas muertos.

¿Esa filosofía de vida también la aplica, de una forma u otra, en El Elíseo?

A pesar de todo, aquí he descubierto que tenía más paciencia de lo que pensaba. He aprendido a no hablar abiertamente con nadie, en cualquier lugar y en cualquier momento, algo que para mí es un esfuerzo colosal porque ¡hablo con mucha facilidad! Todo lo que digo, e incluso lo que no digo, puede ser recogido e interpretado. Soy la esposa del presidente de la República, que es el presidente de todos los franceses. Los franceses no me querían, lo sé perfectamente. Así que depende de mí encontrar mi lugar y ayudarlos en lo que pueda, y en particular en los campos de la salud, la cultura y la educación.

¿Cómo surgió su pasión por la literatura?

Siempre he leído mucho, pero leía un poco como Madame Bovary: me encantaban las novelas históricas, las de capa y espada, las historias que me alejaban del día a día. Luego, poco a poco, empecé a entrar en la novela clásica. Este género sigue siendo un buque insignia para mí. Siento una enorme pasión por Flaubert, que aprisiona el lenguaje en sus frases. En poesía, mis favoritos son Baudelaire y Rimbaud, que tienen una genialidad arrolladora, absoluta. También me gusta mucho el absurdo, Jarry, Ionesco, que nos llevan al otro lado del espejo.

¿Ser maestra es una vocación?

Es un trabajo difícil, físico, que casi llevas dentro de tu cuerpo... Sin embargo, fue una vocación que descubrí bastante tarde. Al nacer mi tercer hijo, ya no pude manejar esa famosa carga mental. Yo tenía un máster en Literatura en el bolsillo y en Estrasburgo buscaban profesores... Y ahí empezó todo para mí, en una clase de Bachillerato, hablando de subordinadas circunstanciales y conjuntivas.

Brigitte Macron dictando a los alumnos de un colegio cerca de Versalles, en octubre de ese mismo año. / getty images

Antes de dejar su cargo, en diciembre, Angela Merkel, tras varias décadas eludiendo la palabra, decía, sobre el escenario de un teatro y junto a la escritora Chimamanda Ngozi Adichie: «Sí, soy feminista». ¿Cómo se declara usted en ese sentido?

Yo digo que soy feminista con los hombres. Es decir, estoy muy feliz de que las mujeres por fin hablen, digan quiénes son y muestren todo lo que pueden hacer. Pero también sé que esta lucha debemos pelearla junto a los hombres.

¿Qué les pide a los hombres?

Que nos escuchen, que nos comprendan, que nos apoyen. Porque los necesitamos en esta batalla. No quiero que los hombres se imaginen que nos ponemos en su contra. A mí me gustan los hombres. Y para mí, el feminismo es una lucha de las mujeres y de los hombres juntos.

¿Cómo ve a esas jóvenes que, a los 15 o 20 años, militan en el feminismo liberando un enfado contenido, incluso una especie de rabia?

Toda forma de violencia me preocupa. No la juzgo, pero me asusta. Sobre la relación entre hombres y mujeres, sobre la ecología, sobre el mundo que se ofrece a esta joven generación y que no siempre les agrada. Puedo entender que intenten modelar el mundo que viene con otros códigos.

En su vida diaria, ¿qué lección ha sacado de estos casi cinco años que ha pasado en El Elíseo?

Preservar la privacidad es esencial, hay que ser inflexible sobre eso. El presidente también se toma eso muy en serio. Tenemos un apartamento, dentro del palacio, que es como un santuario. Nadie tiene acceso a él, nunca. Nos reunimos allí, solos, para desayunar y a veces para cenar, cuando no tenemos ningún evento oficial en la agenda. También he aprendido a vivir con escolta. Al principio, cuando me decían que no porque quería salir a hacer un recado o sacar a pasear a Nemo, nuestro perro, respondía: «Pues va a ser que sí». Negociamos y encontramos un modus vivendi. Entiendo su responsabilidad también.

«Somos responsables de lo que nos unirá mañana», decía Simone Veil. En su opinión, ¿qué cree que nos unirá mañana?

Confío en que el diálogo. Contra viento y marea, no debemos abandonar nunca el diálogo. Creo profundamente en la conversación y en la escucha.

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