Lo malo, a veces, es malo

Prefiero recordar los momentos brillantes y cálidos, ver el resto como el accidente que ocurrió entre ellos.

Leo un artículo de Leila Guerriero que viene a decir, de forma brillante como siempre, lo absurdo de empeñarnos en buscar a toda costa el lado bueno. Y lo leo con mucho alivio, harta de la obligación social de darle la vuelta a las cosas, intentar sacar enseñanzas de las decepciones, atemperar la frustración con el ineludible será para mejor.

Porque el caso es que no. No siempre es para mejor. A veces las cosas son malas y producen dolor, y ya está. Y la verdad, el esfuerzo de convertirlo todo en eso que llamamos «aprendizaje vital» me resulta una exigencia añadida y agotadora.

Pienso en amigos que han pasado temporadas difíciles y no creo que hayan aprendido gran cosa ni que hubiera gran cosa que aprender. Me veo a mí misma en momentos de tristeza y tampoco creo haber sacado mucho en limpio, aparte del alivio casi físico cuando el dolor empezaba a diluirse. No estoy tan segura de que podamos elegir nuestra actitud cuando vienen mal dadas. Ni de que el consuelo esté garantizado por la aceptación. En realidad, siento que siempre he crecido en momentos de felicidad, de desafío, de alegría, de ilusión. Lo demás, ha sido el rato que pasamos intentando protegernos de la tormenta con un periódico mojado y rezando para que deje de llover.

Perdónenme si parezco una persona sin conciencia de mí misma y proclive a la frivolidad. Es solo que prefiero recordar los momentos brillantes y cálidos, ver el resto como el accidente que ocurrió entre uno y otro. Que me alivia decir en voz alta que algo es una mierda, cuando lo es. Y que creo que la felicidad es demasiado preciosa como para embarrarla con resignación. Por lo demás, hacemos lo que podemos.