Arianna Huffington, en el Museo de la Acrópolis, en 2014.

El estoicismo es pop

«Del estoicismo bebe ahora la autoayuda, se viraliza en redes e inspira a Bill Gates o Arianna Huffington».

Jules Evans, filósofo, escritor, divulgador, explica muy bien por qué el estoicismo se ha convertido en el nuevo budismo. Cómo la corriente filosófica que nació en Grecia y nos ha llegado a través de las obras de Séneca o Marco Aurelio es ahora una referencia de la que bebe la autoayuda, se viraliza en las redes, sirve de eje argumental a Bill Gates o fascina a Arianna Huffington.

El estoicismo, dice Evans en su libro Filosofía para la vida, nos enseña que no podemos cambiar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, pero sí encontrar felicidad y serenidad, un sentido moral a la vida, si nos enfocamos «en lo que está bajo nuestro control, en nuestras creencias y nuestras acciones».

Dicho así, entendemos lo que el conductismo y los psicofármacos le debe Zenón de Citio, el filósofo que nos recomendaba no anticipar el dolor, porque nada es bueno ni malo por sí mismo, y nos enseñaba que lo que no sale como esperábamos no es necesariamente un fracaso.

El control, la autodisciplina, la templanza en lo bueno y en lo malo son, todos ellos, conceptos muy instagrameables, así que no es extraño que los leamos destacados en casi todos los formatos que nos redescubren la industria del estoicismo en estos tiempos convulsos.

Pero hay un detalle que suele escaparse y que leo en un artículo de Nancy Sherman, profesora de filosofía en Georgetown: «Los estoicos siempre entendían el mundo como una comunidad, como la aportación al bien común y no a nuestra propia individualidad». La autoayuda, muchas veces, no tiene lugar para el otro, pero si se nos olvida, y por decirlo estoicamente, viviremos con un poco más de miedo y un poco menos de esperanza.