Retrato de archivo de Nora Ephron en su despacho. / getty

La carta de la directora Janatomo

«Nora Ephron habla del paso del tiempo, cocina. Cremas, empastes, jerseys de cuello vuelto que ocultan arrugas».

Lourdes Garzón
Lourdes Garzón

A quienes disfrutaron No me acuerdo de nada, la delicia de Nora Ephron que Libros del Asteroide publicó hace unos meses, les recomiendo y mucho No me gusta mi cuello. También a quienes, me incluyo, odien algunas de sus obras míticas como Cuando Harry encontró a Sally o Tienes un email.

Los artículos, las reflexiones, los divertimentos de esta guionista, que conocíamos sobre todo por películas en las que Meg Ryan se enamoraba y desenamoraba y se volvía a enamorar rebozada en almíbar, son un descubrimiento que tiene poco que ver con la sensiblería noventera.

¿ De qué habla Nora Ephron, esta señora con la que nos encantaría ir a cenar pollo frito al estilo sureño en su casa de Manhattan después de leerla? Pues de todo y de nada, como suele ocurrir en los buenos libros. Del paso del tiempo, de lo que nos parecía importante hace diez años y ya no lo es tanto. De lo contrario. De cocina. De cremas, de empastes, de jerseys de cuello vuelto que ocultan arrugas. De nostalgia. De amigos que mueren y nos dejan mucho más solos, más tristemente conscientes de lo frágil que es todo lo que nos rodea. De la alegría de vivir. Del miedo a la vida, de la pasión, del aburrimiento.

La semana pasada cerró Janatomo, el único restaurante al que he sido fiel durante 25 años. Un japonés que abrió en Madrid cuando el rollito de primavera nos parecía el colmo de la sofisticación oriental y que prosperó, creció, cambió de local y mantuvo siempre una carta deliciosa, la papiroflexia con la que la dueña lo decoraba y el mejor sushi de la ciudad. Lo conocía antes de que mis hijos nacieran y seguimos yendo los domingos cuando ya se habían convertido en adolescentes devoradores de Udon.

La familia propietaria les ha visto crecer y nosotros les hemos visto prosperar, cambiar de local, pasar los mandos a la siguiente generación. Nos despedimos de ellos el domingo pasado, tristes y nostálgicos, y la actual propietaria me dio un beso y me confesó que siempre había querido dedicarse en realidad a la moda y que el cierre no era para ella un drama, sino un respiro. Estaba contenta y ligera y, al parecer, no veía el momento de traspasar el local.

Ay, lo que habría hecho Nora con esa historia. Los cambios de guión nos dejan a veces con cara de tontos y a veces, por suerte, con las ilusiones perfectamente engrasadas.

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