EDITORIAL
EDITORIAL
Mi amigo Javier Pérez de Albéniz es uno de los periodistas con más talento que conozco. Lean su blog, el Descodificador, o cualquiera de sus libros, si les gusta la música, los viajes, los descubrimientos, las historias inesperadas, la gente interesante, las cosas buenas de la vida.
Es también probablemente la persona con el sentido del humor más inteligente y ácido (una cosa suele llevar a la otra) que he tenido la suerte de cruzarme. Durante una época trabajamos juntos y nos reímos mucho. Nos seguimos riendo cuando nos vemos aunque haga meses que nos hemos perdido la pista.
Les hablo sobre él para recomendarles el libro que acaba de publicar. Se llama ' Los reveses' y cuenta la historia de cómo su diagnóstico de Parkinson le ha llevado a convertirse en subcampeón del mundo de ping pong.
No esperen autoayuda ni aprendizaje. 'Los reveses' no va, como él mismo advierte, de nada parecido a conocerse mejor gracias a la adversidad. Así que los que lo que busquen un relato de superación personal, no lo compren. Albéniz, así le llama todo el mundo, cuenta otras muchas cosas.
'Los reveses' habla de un gran revés vital. De la mierda que significa vivir con una enfermedad crónica, cuando se es todavía joven. De aprender a construir una realidad cotidiana distinta de la que teníamos y que tango nos gustaba. Y, sobre todo, de cómo el deporte, la disciplina, la pelea contra el propio dolor, la ilusión, la amistad, una familia maravillosa, la voluntad y las ganas atemperan la rigidez de los músculos y mejoran días que habían amanecido feos y puñeteros.
Los reveses, en el ping pong y en la vida, son importantes y determinan nuestro juego, para bien o para mal. De eso va este libro. De una aventura que empieza con muy mala pinta pero te coloca en la semifinal de un campeonato del mundo con tu camiseta lavada la noche anterior en el hotel porque nadie preveía que pasaras del primer partido y no hay recambio.
De compañeros de juego, de compañeros de vida, de apoyos, de valentía, de temeridad. De música, porque Albéniz, sabe de muchas cosas, también y sobre todo de música. De cómo a veces una canción nos salva. Y si no, por lo menos nos acompaña, nos mece, nos impulsa. Como la gente que queremos, como la gente que nos quiere.