Juan Carlos I con Queca Campillo durante un acto. /
Juan Carlos I con Queca Campillo durante un acto. /
Salvar al Rey, el documental de HBOMax que recorre las circunstancias más complicadas y reprobables de la biografía de Juan Carlos I, nos ha descubierto a Queca Campillo, la fotógrafa que mantuvo una relación de 30 años con el emérito y que dejó grabado un diario lleno de detalles. Nos la ha descubierto (la serie podría llamarse Las cintas de Queca) y la ha convertido en protagonista.
No me extraña, porque nació para serlo y esa condición le resultaba tan cómoda como la minifalda vaquera con la que pasmaba a media profesión. Queca aconsejaba al Rey, que era muy aficionado a la fotografía o eso decía, sobre cámaras y otras cosas.
De las Infantas a Corinna. Y el Rey la escuchaba. Yo la conocí en mi primer trabajo como becaria en la revista Tiempo. Era una mujer poderosa en una redacción potente, con medios y con ambición. Pienso en la naturalidad con que Queca, la estrella, hacía tándem conmigo para cubrir un reportaje o una entrevista y me parece que, lo que ahora se llama sororidad y ella entendía como compañerismo con la novata aterrorizada, es precisamente eso.
Lo de Queca y el Rey lo sabíamos todos porque ella le cogía el teléfono con total tranquilidad en mitad de una reunión y nos hacía gestos divertidos a los demás de «hay que ver cómo se está enrollando». «Que no, cómprate la Canon, la otra no», le decía. Lo sabíamos todos y nadie lo contaba.
Algunas portadas hablaron en los 90 de Marta Gayá o de la corte de Mallorca, pero no de Queca. Y me alegro, porque merecía esa discreción y esa lealtad de sus compañeros. Su relato es el de una relación vergonzosa para la otra parte, no para ella, claro. Una pincelada en el retrato lleno de comportamientos con un punto de ignominia que aún nos asombra. Queca tenía los ojos más azules y el sentido del humor más destroyer que he conocido nunca. Y merecía mucho más que una furgoneta aparcada a las afueras de El Pardo.