CARTA DE LA DIRECTORA
CARTA DE LA DIRECTORA
Una mañana llegas directamente al trabajo después de una noche en blanco y te das cuenta de que la madurez, o como quieran llamarlo, era esto. Encender el ordenador sin haber pegado ojo, no porque la fiesta se ha alargado como pasaba antes (¿de verdad hace tanto?) sino porque has acompañado a tu padre enfermo a urgencias.
Por supuesto el cuerpo no responde como antes, cuando los jóvenes del equipo aparecíamos en la redacción tras una tonelada de cafés y una juerga. ¿ Cómo y cuándo ha pasado todo este tiempo? Es casi imposible decirlo, parecen cinco minutos, pero te ves ahí, sosteniendo a tu padre anciano en lugar de unas cuantas copas.
O al bebé con el que había que salir en plena noche a otras urgencias, que olían de otra manera y tejían otras inquietudes, todas ellas luminosas de alguna manera. La diferencia es el gran abismo que hay entre abrir la persiana en un día brillante y caluroso o apagar la luz de una casa familiar, pero medio olvidada, en una tarde fría y oscura.
« Detente, instante» es el título de la maravillosa exposición sobre la historia de la fotografía que ha albergado estas semanas la Fundación Juan March. Recorre París, Egipto, momentos en los que la fotografía se detenía en los cuerpos, en los detalles o en las invenciones del surrealismo.
Habla de muchas cosas, pero sobre todo, creo, habla del tiempo. De cómo se enreda sin hacer ruido, de cómo se escapa sin darnos respiro, de cómo de pronto parece pararse en un gesto, en un momento, en una imagen. Y nos deja, por ejemplo, el ojo de Man Ray, inquietante y precioso, con sus lágrimas sólidas e indiscutibles. Eternas.