Crecí con la ingenua convicción de que mi país, la ciudad donde vivía, la universidad donde estudiaba, no era racista. Hablo de convicción, pero en realidad la cosa no llegaba a tanto, ni mucho menos. No nos sentíamos racistas simplemente porque vivíamos en un aburrido y pálido monotono.
Cruzarse con alguien de otro continente, ver un niño de otro color en el patio del colegio, coincidir con un compañero de trabajo que hubiera nacido a más de 300 kilómetros de distancia era tan excepcional que se miraba con sorpresa más que con recelo. España era blanca.
Pobre o rica, pero blanca. Del Norte o del Sur, pero blanca. Desigual y machista, pero blanca. El racismo era algo que creaba conflictos en las novelas y las películas. Un sentimiento lejano que martirizaba únicamente a otras sociedades, otros países. Podíamos estar tranquilos, la cosa no iba con nosotros.
Dennis Lehane, el autor de la maravillosa Mystic River, guionista de The Wire o Boardwalk Empire, contaba hace unos días en una entrevista cómo su infancia y su adolescencia habían sido golpeadas terriblemente por la continua tensión de la segregación y el conflicto racial. Tanto que su nueva novela recién publicada, Golpe de gracia, también nace de esos años oscuros. Le leo y me sigue pareciendo otro mundo, aunque nuestro país afortunadamente ha cambiado y se ha enriquecido con orígenes, culturas, formas de ver la vida muy distintas.
Quizá con la misma ingenuidad, pienso que, aunque ahora nuestra sociedad es mucho más compleja, aunque hay quien enarbola la lucha contra la inmigración en sus programas políticos, aunque mirar con desconfianza al que no es como nosotros es una tentación de la que nadie estamos libres, España ha cambiado y la diversidad también nos ha traído tolerancia.
Hace unos días, mi hijo fue con unos amigos a una discoteca. Mi hijo nació en Rusia, es rubio y tiene los ojos azules. Uno de sus amigos, A. nació en España y es negro. Entraron todos menos A. La explicación que dio el portero es que aplicaban lo que llaman «el ojo crítico». Una especie de triaje que previene los clientes problemáticos. Tú entras, tú no. Casualmente, A. y un grupo de chicos latinos se quedaron fuera. Le dije a mi hijo que idiotas hay en toda partes. Y que, seguramente, sería una cosa puntual y aislada.
Parece que no, parece que el ojo crítico prolifera y que a A. le pasa en muchos otros sitios y se acerca resignado a las puertas, vestido como para ir a una boda, a ver si tiene suerte. Y como a A., a la mayoría de los chavales que no son como mi hijo, blancos y rubios, y son colocados en la fila paralela de descartes que determina el ojo crítico.
El ojo crítico parece una práctica salida de la novela de Lehane, pero no, es la inquietante realidad de nuestro país, de nuestros jóvenes, que aprenden así que en la vida unos entran y otros no, tal y como ha pasado tantas veces en la historia para nuestra vergüenza.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?