Y ¡por fin!

Este año preparo la maleta con una mezcla de cansancio infinito, alegría infantil y desconcierto acumulado. Imagino que muchos de ustedes reconocen una sensación que va más allá de la fatiga pandémica, una mezcla de ritmo vertiginoso y tiempo estancado. Hemos corrido tanto… Y sí, hemos avanzado, pero con tantos rodeos, tantas idas y venidas, tantas subidas y bajadas, tantos bucles que, a veces, parecía que la realidad se doblaba sobre sí misma, como un sándwich con nosotros dentro.

Todo esto para decir que me voy de vacaciones. Espero que a la casa que nos espera en Portugal, porque ahora los planes tienen una caducidad también vertiginosa. Estoy muy cansada pero también muy necesitada de hacer cosas. Otras cosas. Caminar, ver el mar, comer percebes sin medida, reirme de tonterías, leer novelas policiacas, ver muchos lugares bonitos, hablar con los amigos mirando al Tajo, levantarme despacio por las mañanas, acostarme sin prisa. Pensar en el otoño sin angustia.

Oalá tengan un verano estupendo. De esos lentos, sin sobresaltos, pero con aventura. Sin imprevistos molestos, pero con pasión inesperada. Sin muchas estadísticas en las noticias. Sin muchas noticias, en realidad. Presto este espacio durante algunas semanas a invitados a los que siempre gusta recibir en las tardes de verano. Amigos de esos que te hablan de sitios a los que inmediatamente quieres viajar. Disfruten.