Todavía tengo pesadillas con la escena de la muerte jugando al ajedrez en El séptimo sello que debí ver a los siete años de refilón en La 2. No me conmueve Liv Ullman y me desespero con el ritmo de Secretos de un matrimonio. Me agrede la violencia soterrada que hay en las relaciones, la irremediable soledad que termina siempre ahogando a personajes que, en realidad, lo único que quieren es no estar solos.
Tengo pendiente la nueva versión que ha estrenado HBO con la maravillosa Jessica Chastain. Sí, no hay nada más solitario que un mal matrimonio. Y de esto va Bergman y el remake, y muchas otras pequeñas y grandes obras, porque la infelicidad progresiva después del happy end es una de las paradojas más tristes de la vida. Lo tengo pendiente, pero remoloneo. Puesta a ver historias de parejas que se ahogan en ese estado asfixiante que se reduce a no estar mal pero tampoco bien, prefiero la mirada descreída de Dorothy Parker en La soledad de las parejas.
¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Nada. O casi todo. Un señor sueco en los años 70 y una señora americana en los 40 hablan de amor, de infancias descuidadas y mal queridas, de adultos con pasión y esperanza, del terror a quedarnos solos con nosotros mismos. De lo difícil que es rellenar silencios. O de lo maravilloso que puede ser no sentir la necesidad de hablar. De la vida, que siempre es más llevadera con un Martini y un collar bonito.