En la cárcel del miedo

No podemos imaginar cómo es la amenaza constante, que se hace cotidiana

Vuelvo convaleciente de esta pandemia, que oficialmente ya no existe, con la cabeza todavía un poco llena de arena y la constatación de que la gestión de nuestro sistema sanitario es una vergüenza. Dirán ustedes que el sistema está agotado. Seguramente. Los pacientes también y, además, enfermos. Y muchos añaden a la enfermedad el infierno de la desatención, el trato áspero por no decir maltrato y el surrealista laberinto burocrático.

Como ellos no pueden quejarse con este altavoz, pero yo sí, lo hago. Permítanmelo y perdonen esta digresión. La convalecencia es un estado esponjoso que afloja los músculos y difumina las palabras, pero vuelvo a lo que realmente quería decirles: me alegra muchísimo volver a encontrarme con ustedes. Me enorgullece especialmente la exclusiva que llevamos en nuestra portada. Entrevistar a Liubov Sobol no es fácil, porque su vida es la de una exiliada amenazada de muerte a diario.

Sobol es probablemente la disidente más perseguida de Rusia, abogada de Alekséi Navalni, el opositor de Putin casi asesinado, en prisión y con una condena que acaba de revisarse al alza. Vive en la cárcel de su propio miedo. Con cuidado de no tocar las paredes de las habitaciones que no son la suya y de no compartir ascensor con desconocidos. Pequeños y continuos gestos mentalmente agotadores y estresantes.

No creo que podamos imaginar cómo es la amenaza constante, tan habitual que se convierte en cotidiana. Desde lejos, todavía desde lejos, empezamos a a hacernos una idea de lo que es desayunar hoy con más miedo del que teníamos ayer. El miedo, ese encierro indeterminado pero permanente