La librería de Laura

Mi amiga Laura ha abierto La Cultural 22, una librería preciosa en Madrid, al lado de la plaza de San Cayetano, en el barrio en el que viví la felicidad de mi primera casa, con el añadido de las gambas de los domingos en el bar de Mauri y los cruasanes calientes de la panadería del mercado. La librería de Laura, inaugurada en plena debacle, tiene un escaparate a la altura de los niños lleno de libros de Tintín, una planta baja con joyas antiguas de encuadernaciones alucinantes, un piano y una Vespa clásica colgada en la pared. Los vecinos, a los que Laura llama por su nombre, van y vienen, se recomiendan entre ellos o a ti si te ven con el libro equivocado en la mano.

Hace dos semanas, fui a comprar Encrucijadas de Jonathan Franzen y salí con El nudo Windsor (una novela policiaca en la que el detective es la reina Isabel II de Inglaterra), aconsejada por una habitual muy fan de la literatura americana que se pasa por la librería día sí y día también; El caso de Betty Kane, una rarísima historia policiaca escrita por Josephine Tey, el pseudónimo de la escritora escocesa Elisabeth Mackintosh; La embriaguez de la metamorfosis, de Stefan Zweig, cogida por impulso del montón de las novedades; La trilogía del Abismo, una historia gótica de las que leía sin parar hace veinte años.; y Los siete maridos de Evelyn Hugo, de Taylor Jenkins Reid, un encargo de mi hija adolescente.

Llegué de vuelta a mi tercera casa, contenta y un poquito nostálgica. Con la alegría que proporciona darse cuenta durante un momento de que las cosas han ido bastante bien si hemos conservado los amigos, el gusto por el aperitivo los domingos y el placer de ver una montañita de libros nuevos encima de la mesa.