El Coq au vin, el optimismo

A las personas que no sabemos cocinar y que no estamos genéticamente dotadas para la ligereza nos encanta leer recetas y oír hablar sobre el optimismo y la esperanza. Es un mecanismo compensatorio y relajante, y nos hace pensar que no somos un caso perdido.

Ahí están los ingredientes y los pasos, perfectamente descritos, así que el día menos pensado, nos decimos, podemos sorprender al mundo con el coque au vin de Julia Child. Y si no, será porque no queremos y no porque seamos incapaces de reducir o espesar.

La semana pasada, escuché al doctor Rojas Marcos en la entrevista con la que cerrábamos nuestro summit, Santander WomenNOW. Luis Rojas Marcos, psiquiatra, profesor universitario, director durante años de los servicios de salud pública de la ciudad de Nueva York, habló de miedo, pero también de alegría, de la manera en la que nos explicamos a nosotros mismos las cosas, de cómo podemos convertir el mismo suceso en una molestia temporal o en un drama sin fin.

Cuando le escucho o cuando le leo, pienso que hago muy mal muchas cosas. Otras me parecen tan inabordables como ligar una salsa holandesa, Pero también, siempre, guardo una frase que hace un clic en mi cabeza, útil, inteligente, razonable, lejísimos de los consejos vacíos con los que sentimos que se suma a momentos tristes, un insulto a nuestra inteligencia.

El optimismo, dijo, es la esperanza activa. La confianza en nuestros recursos, nuestros amigos, nuestra familia, Es decir, en nosotros mismos y en que podemos cambiar lo que no nos gusta o lo que nos duele. Es, literalmente, lo contrario, explicó, al «que sea lo que Dios quiera» que siempre me ha parecido el principio de nuestras derrotas. Tan consolador como el pan recién hecho.