Cuando imaginamos el pensamiento y el entendimiento humano, solemos perfilarlo como un proceso individual. /
La tecnología ha democratizado el acceso a la cultura , pero ese enriquecimiento cultural acarrea un exceso de información que es necesario filtrar. Ha sido el deseo de conectar, compartir y evaluar la cultura la que ha hecho que modifiquemos nuestro paladar cultural. Cuando imaginamos el pensamiento y el entendimiento humano, solemos perfilarlo como un proceso individual. Sin embargo, los científicos cognitivos Steve Sloman y Philip Fernbach muestran al lector en el libro Knowledge Illusion que lo realmente destacable del ser humano no es su habilidad para pensar , sino su capacidad colectiva para hacerlo y sacar partido de las redes sociales de conocimiento.
«Si pensamos en cómo se construía el gusto o la cultura entendida como erudición antes de la aparición de las redes, nos damos cuenta de que era un proceso mucho más homogéneo. Ahora existen muchas más formas de acceder a contenidos diferentes», explica el escritor y filósofo Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes de Madrid. A lo largo de las últimas décadas, la tecnología ha sido responsable de que todos podamos participar en las conversaciones culturales. Al extenderse la conversación más allá de los expertos, nos topamos con una inmensa dificultad para encontrar prescriptores realmente válidos.
«Hay tantos canales que no sabes dónde buscar información. Por eso es esencial tener capacidad crítica, saber en qué canales buscar para que tus creencias no sean sesgadas», explica la directora de la Fundación Banco de Sabadell Sonia Mulero, que en esta amplia oferta cultural no advierte tanta heterogeneidad. «Leemos el diario que nos da la razón y buscamos prescriptores que al final nos condicionan en lo que ya sabemos, por lo que tendemos a cerrar el abanico de posibilidades al no salir de una misma línea de pensamiento», señala. «Es verdad que las redes sociales generan el efecto muro espejo, que nos hace creer que estamos en un mundo ilimitado en el que no vemos barreras. Tenemos apariencia de infinitud, pero lo que vemos es un reflejo de nuestra propia imagen, por lo que no es una genuina alteridad. Aún así, de manera fácil y accesible, ayudan a complejizar el discurso sobre la cultura y permiten justamente una mayor reflexividad y una mayor demora a la hora de expresar nuestras prescripciones«, valora Rocco.
¿Es esa demora un ejercicio de reflexión o la muestra de la pérdida de confianza en nuestro criterio? ¿Confiamos demasiado en nuestro criterio o hemos dejado de creer en él? «Si la cultura, la expresión artística y el estudio de la filosofía se incluyeran en el programa educativo desde bien temprano, tendríamos más capacidad crítica y de tener un pensamiento propio. Hablamos mucho y decimos poco, las palabras se usan muy mal. Cada vez dudamos más de nuestro instinto porque el instinto trabaja desde la emoción y pensamos que nos van a juzgar», indica Mulero.
Cada vez es más complicado que alguien exprese su opinión respecto a una película, obra artística o lectura de forma inmediata. Impera la necesidad de reflexionar e incluso de investigar acerca de lo que otros han opinado antes para formarse una opinión. Rocco no cree que se trate de una forma de posicionarse o de resultar más reflexivo, pero tampoco de un gesto que denote la desconfianza en nuestro criterio, sino que es un reflejo del miedo a ofender que sentimos al expresarlo. «Vivimos en un mundo en el que tememos que nuestras opiniones resulten ofensivas. Al expresar nuestras preferencias y ejercer de prescriptores, cuando hablamos de algo de forma positiva devaluamos aquello que no recomendamos, y eso puede suponer un acto de violencia», explica. La artista Laura Cano coincide en que el miedo es la causa de que no nos atrevamos a mostrar una valoración sin haberla contrastado. «Los que opinan siempre son los más osados, y los más osados son los que normalmente no tienen ni idea. En el mundo del arte hay mucho de »traje nuevo del emperador« ; alguien decide que algo es arte y la masa le rinde pleitesía. Una obra de arte te gusta porque provoca en ti una reacción física. Tampoco hay criterio, porque el gran problema de hoy en día es la ausencia de referentes y las pocas ganas de buscarlos. La falta de curiosidad es el octavo pecado capital», sentencia.
«Cuando alguien no te quiere dar una respuesta rápida es porque esa opinión puede provenir de la emoción. Queremos ocultar nuestras emociones, y si preparamos un mensaje más trabajado e impostado, creemos que será más correcto», cree Mulero. No cabe duda de que el criterio es cada vez más subjetivo y líquido. Atrás ha quedado la época de los grandes intelectuales y formadores de opinión, y ha emergido una conversación más plural a medida que el público ha comenzado a formar su opinión sin atender demasiado la autoridad del gran crítico. Sin embargo, por más que la proliferación de prescriptores y la capacidad de moldear nuestro criterio resulten liberadoras, si no perdemos el miedo, seguiremos atrapados no ya en un muro de espejos, sino de acero.
20 de enero-18 de febrero
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