Sin decir una palabra, Peter Jackson ha resuelto el inagotable enigma de la separación de The Beatles, probablemente la banda pop más influyente del siglo XX. El director de 'El señor de los anillos' ha ensamblado en un documental de casi ocho horas las 150 horas de audio y 60 de vídeo que Michael Lindsay-Hogg (ridículo con su puro a lo Alfred Hitchcock) rodó durante los 22 días de composición de 'Let It Be' en 1969, un 'tour de force' en el que los cuatro de Liverpool aceptaron dejar constancia de su proceso creativo. El 'streap tease' de los músicos es total, a pesar del evidente autocontrol que los cuatro Beatles tratan de imponerse para engañar a la cámara, o quizá precisamente por eso.
Paul McCartney es el jefe que nadie quiere tener: brillante, controlador, obsesivo y obsesionado con los plazos. John Lennon nos tortura con un personaje de payaso sin gracia que solo puede deberse al hachis (o a algo más: atención al cameo de Peter Sellers). George Harrison, sorprendente 'fashion victim', se traga como puede los desprecios de la pareja, presa de un 'bromance' que, a pesar de su descomposición, aún despide magia. Ringo Starr, callado por si acaso, habla justo cuando debe: para defender el concierto final sobre la azotea de Apple Corps. que ha pasado a la historia como a última actuación en directo de The Beatles. En este punto, Jackson es tremendamente compasivo: una conversación grabada con micrófono oculto permite congraciarse con McCartney y Lennon, los 'malos' de todo esto. Ambos admiten que sus respectivos egos son el principio del fin.
¿Merece la pena tragarse las casi ocho horas de duración de 'Get Back'? La respuesta es no: la repetición de 'Don't Let Me Down' es especialmente insufrible. Por eso Peter Jackson reúne en su primer capítulo casi todo lo mollar de su propuesta de réquiem por The Beatles y deja los otros dos sólo para muy fans. En esa primera entrega vemos lo sustancial: cómo la banda inicia su proceso de disolución cuando sus miembros ya no pueden atenerse al reparto de poder originario y las agendas de sus cuatro miembros empiezan a divergir. Harrison ya no puede tolerar que McCartney desprecie sus ideas (sobre todo cuando son tan buenas como 'All Things Must Pass') ni la complicidad que solo reserva para Lennon (como si The Beatles fuera un duo con dos apoyaturas). McCartney no puede soportar que el vehículo de su gloria prefiera fumar porros con Yoko Ono que producir hits con él. Lennon no entra por el aro de tomarse la música como un trabajo de 9 a 5: se ve a sí mismo no como un obrero, sino como un Artista. El único que continúa varado en la experiencia adolescente de The Beatles es Ringo Starr, pero su presencia tranquilizadora no logra calmar las aguas turbulentas en las que chapotean sus compañeros. Todo lo que, seguramente, The Beatles quisieron hurtar a la mirada de la cámara queda expuesto por los requerimientos del proceso creativo: el exacto largo y ancho de sus egos, sus deseos y sus miedos, expresado en reproches y silencios.
La que sí logra mantener todo el misterio de su inquietante figura es Yoko Ono, presencia casi fantasmal a lo largo de las ocho horas del documental. Sentada silenciosamente al lado de Lennon, parece llevar a término su propia performance, una obra dentro de la obra en la que una mujer ignora a 'los genios' para leer el periódico, hacer crucigramas, revisar notas y facturas o pintar caligrafía japonesa. La declaración de intenciones es maravillosamente total, y queda subrayada por el propio Jackson, quien introduce en el prólogo del documental una reveladora escena en la que, con una sola frase, Ono deja para sentencia el origen de las diferencias en el seno de The Beatles: 'There are so many father figures' ('Demasiadas figuras patriarcales'). Convertirse en testigo mudo de las tediosas sesiones de composición de 'Let It Be' debió ser una propuesta irresistible para la artista, sabedora de que su presencia sería una disrupción sacrílega en ese club solo para hombres que era (¿es?) el pop.
Yoko Ono no solo impugna un espacio horriblemente androcéntrico como mujer, sino como creadora. Uno de los momentos más memorables del documental, un brillante rasgo de sensibilidad de Peter Jackson, tiene como protagonista a Ono y a Heather, la hija adoptiva de McCartney que acude a las sesiones finales de grabación en el estudio Apple. La niña de seis años observa entre hipnotizada y asombrada cómo Yoko Ono se coloca ante el micrófono y comienza a gritar-cantar durante una improvisación de la banda. Minutos después, durante un descanso del grupo, vemos como Heather se dirige decidida a un micrófono. No canta las sedosas estrofas 'Let It Be'. Grita y chilla como Yoko Ono.