«Torturad a las mujeres. El problema de hoy en día es que no las torturamos lo suficiente», dijo Alfred Hitchcock cuando alguien quiso saber por qué había obligado a una espantada Tippy Hedren a rodar la icónica escena de 'Los pájaros' (1963). La actriz había sido herida en un ojo por uno y estuvo una semana bajo sedación recuperándose del shock. El consejo del maestro del suspense no cayó en saco roto: no pocas películas memorables incluyen violencia de algún tipo sobre las mujeres. De hecho, resulta inquietante cantidad de violaciones, implícitas o explícitas, que se pueden ver en todo tipo de películas, desde los 'westerns' para todos los públicos que aún ponen en televisión a películas de autor. Algo está, sin embargo, cambiando.
Paco León se disculpó por la semana pasada por «romantizar una violación sistemática» en su película 'Kiki. El amor se hace' (2016), donde un hombre droga a su mujer para practicar sexo con ella. También se disculpó por haber «frivolizado con el tema»: «Todos tenemos una responsabilidad con lo que hacemos y los valores que transmitimos. Con la mejor de las intenciones te das cuenta de que tú también estás colaborando en la cultura de la violación ». 'El último duelo', la segunda película que Ridley Scott estrena este mes (la otra es ''La Casa Gucci'), también propone un giro en lo que a la representación de la violación se refiere.
«No existe lo correcto. Solo el poder de los hombres», dice la madre de Sir Jean de Carrouges (Matt Damon), el noble y soldado que ve cómo otro caballero (Adam Driver) se queda con sus tierras y honores familiares y viola a su mujer (Jodie Comer), una propiedad más en la que no cabe deseo, placer ni consentimiento. 'El último duelo' narra un caso real, el de Marguerite de Carrouges, cuyo honor fue resuelto en un duelo en 1386 y ante el rey de Francia Carlos VI. Ridley Scott no puede evitar mostrar la escena de violación, pero al menos no funciona como una decoración morbosa en l a trama, sino que es el centro de ella. Más aún, el filme muestra cómo el abuso sexual forma parte del contrato matrimonial, pues las esposas deben quedarse embarazadas lo quieran o no. Sin embargo, lo más relevante de su propuesta es cómo desgrana los argumentos y subterfugios que socavan la credibilidad de las mujeres gracias, sobre todo, a la solidaridad entre hombres. Al salir del enfoque criminal habitual, el director ilumina la estructura que permite normalizar esta violencia y pone sobre la mesa lo poco que las mujeres hemos conseguido en este terreno desde el Medievo. Una novedad, sobre todo en películas dirigidas por hombres.
La discusión sobre cómo representar la violación en las pantallas está hoy más viva que nunca, sobre todo después de la indignación que suscitó la cantidad y crueldad de violaciones que se vieron en 'Juego de tronos' . Solo diez años antes, los nueve minutos de más que gráfica violación de 'Irreversible' encontraron oposición únicamente por su crueldad. Solo Peter Bradshaw, crítico de 'The Guardian', hizo notar que el punto de vista femenino estaba absolutamente ausente de la escena: «Lo único que le interesa es la ira masculina. El Noé director tiene una vena macho inconfundible en todo lo que ofrece. Parece estar diciendo: «¿Quién es el jefe aquí? ¿Eh? ¿Quién es el director?».
Por suerte, hoy, podemos comprobar cómo también las directoras se acercan a la representación de la violación en películas como 'Una joven prometedora' (2021), donde por cierto la directora Emerald Fennell no muestra la violación sobre la que gira toda la trama. Puede que una violencia tan compleja y entreverada en el funcionamiento mismo de nuestras sociedades encuentre más holgura para explicarse en los libros. Por ejemplo, en «Tengo un nombre» (Blackie Books), donde Channel Milller relata cómo fue violada en el campus de la universidad de Stanford y su violador, gracias a la solidaridad judicial, cumplió tres meses de cárcel. Su caso no está tan lejos, nada lejos, de el de Marguerite de Carrouges.
20 de enero-18 de febrero
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