El Sha de Irán, Mohammed Reza Pahlavi, se casó tres veces antes de poder formar la familia que deseaba y tener un heredero. Su primer matrimonio con la princesa Fawzia de Egipto , arreglado por las familias, acabó en divorcio, tras el nacimiento de una hija, al igual que el segundo, con la princesa Soraya , a la que repudió, tras ocho años de convivencia, porque supuestamente no podía darle un hijo. Farah, su tercera esposa, fue la definitiva, la que finalmente le dio un heredero, Reza, y tres hijos más.
Farah Diba sabía que el motivo principal de su boda con el Sha de Irán era engendrar un varón que heredara el trono. Pero no se arredró. Se casaron y consiguieron su objetivo, pero también vivir un matrimonio feliz y crear una familia aparentemente modélica. Farah estudió arquitectura en París con una beca. Procedía de una familia acomodada, privilegiada, pero alejada de los círculos de la realeza iraní. Conoció al Sha en un viaje oficial de este por Europa. En París le presentaron al mandatario a un grupo de estudiantes iranís afincados en París, entre ellos a Farah. Pero el sha no reparó en ella en esa ocasión.
Dos años después, la joven – Farah solo tenía 20 años– regresó a Teherán para visitar a su familia. Tenía además que renovar su beca y la persona responsable era Ardeshir Zahedí, el marido de la única hija del Sha, Shahnaz. El alto funcionario la invitó a tomar el té en su casa, con su esposa. Y, allí mismo, apareció el Sha. Venía a visitar a su hija. El encuentro había sido preparado. Luego llegó una cena a palacio. En un aparte, el Sha y Farah charlaron. Tras algunos encuentros más, ella se enamoró profundamente. Ya no volvió a París. el Sha le pidió matrimonio y ella aceptó de inmediato.
Farah solo regresó a París para preparar su guardarropa, digno de una emperatriz. La prensa la perseguía. Saltó a todas las portadas. En Irán gustaba que fuera de ascendencia iraní, a diferencia de sus predecesoras. Se la veía moderna, parte de una generación educada que quería cambiar el país. Las jóvenes querían ser como ella, peinarse como ella. La boda se celebró el 21 de diciembre de 1959. La novia había escogido un diseño de Dior, bordado con motivos persas en hilo de plata y decorado con strass y perlas. Lo había diseñado Yves Saint Laurent. Su diadema, una pieza de Harry Winston, pesaba dos kilos. A los diez meses, el 31 de octubre de 1960, nació el tan esperado heredero. El niño se llamó Reza. Y luego nacieron tres más: Farahanaz, Leila y Alí Reza.
En 1967 se celebró la coronación de El Sha y Farah como emperadores. Ella lució una espectacular corona de Van Cleef and Arpels originalmente diseñada para Soraya. La ceremonia, un derroche de pompa y lujo, tomó como modelo la coronación de Napoleón Bonaparte. Tras imponerse la corona, el Sha coronó a su esposa, arrodillada, a la que sujetaban su manto las damas de honor. Pero en el país, con índices de pobreza y analfabetismo dignos de la edad media, y en el que las mujeres eran consideradas seres inferiores y todavía sobrevivían enfermedades como la lepra, crecía un profundo descontento, con huelgas y protestas constantes. En 1979, la Familia Real iraní tuvo que dejarlo todo. Irán se convertía en una república Islámica, gobernada por el ayatolá Jomeini, que hasta entonces había estado en el exilio. Los Pavlavi abandonaron el país llevando consigo una fortuna que algunos cifran en 20.000 millones de dólares.
Pero, una vez fuera del trono, la vida de Pahlavi y su familia se convirtió en una dura prueba. El ex Sha sufría un cáncer y la familia no encontraba un destino apropiado para instalarse. Primero se refugiaron en Egipto, luego en Marruecos, en México, en Bahamas y en Panamá. Querían afincarse en Estados Unidos, con el objetivo de que el Sha siguiera un tratamiento allí, pero no lo consiguieron. Reza Pahlevi murió en Egipto en 1980.
Entonces Farah sí pudo establecerse con sus hijos en la costa este de Estados Unidos, donde estudiaban. El mayor, Reza, era el heredero de un trono que ya no existía. Y la tragedia de la vida de Farah no hizo más que incrementarse: sus dos hijos pequeños, Leila y Alí Reza, acabaron suicidándose. La primera, víctima de la depresión, el segundo por las adicciones que marcaron su temprana juventud. Farah siempre dijo que la culpa era de la tristeza del exilio. Leila fue encontrada en el Hotel Leonard de Londres. Tenía 31 años. La joven, incapaz de olvidar la muerte de su padre, era adicta a los sedantes, sufría trastornos alimenticios y depresión y había intentado suicidarse varias veces. Ese día, había tomado una sobredosis de barbitúricos.
Diez años después, Ali Reza, el hijo menor, fue encontrado en su apartamento de Boston. Se había disparado con una pistola. Como en el caso de Leila, se habló de una depresión que arrastraba desde hacia años. Hoy, cuando han pasado más de cuarenta años desde la última vez que vio Irán, la ex emperatriz de Persia, afincada en París desde hace años, sigue atesorando los recuerdos de una vida de leyenda en la que quedó atrapada siendo casi una niña.
20 de enero-18 de febrero
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