Gisèle Sapiro (Neuilly-sur-Seine, 1965) es una de las sociólogas más destacadas de las últimas décadas. Discípula de Bordieu, Sapiro ha investigado la relación entre los escritores y la literatura. Fruto de ese trabajo es ¿Se puede separar la obra del autor? (Clave Intelectual), un ensayo en el que aborda la relación entre la moral de un autor y su creación artística. Esta académica francesa recurre a ejemplos de actualidad como la reciente publicación en Francia de los panfletos antisemitas de Louis-Ferdinand Céline o la concesión a Roman Polanski del Cesar al mejor director en 2020.
MUJERHOY. ¿Puede responder a la pregunta que enuncia su libro?
GISÈLE SAPIRO. En realidad, no es posible separarlos. Los autores son responsables de su trabajo desde el punto de vista legal, se les reconocen sus derechos de propiedad intelectual y la imperante concepción romántica de la creación considera la obra como expresión de la personalidad del autor.
Si esa separación es imposible, ¿dónde están los límites entre vida y obra?
La relación entre la obra y el autor puede ser explícita, como en el caso de diarios y autobiografías, pero la ficción nunca puede identificarse por completo. Es labor de los críticos literarios analizar la relación entre autor, narrador y personajes. La literatura y el arte transmiten ambigüedades intelectualmente estimulantes que a veces desafían las normas morales.
Los principios morales cambian con el tiempo. ¿Corremos el riesgo de perder hoy obras importantes como sucedió por la moral en el pasado?
Algunas obras hoy consideradas nocivas, como los panfletos antisemitas de Céline, no estaban prohibidas en su momento, mientras que Las flores del mal de Baudelaire, que fue censurada, se alaba hoy como obra maestra. Sin embargo, hay que diferenciar entre las normas que buscan preservar el orden social de aquellos discursos prohibidos que ejercen violencia simbólica contra grupos discriminados. Estos discursos son siempre dañinos porque son performativos, en el sentido de que generan creencias sobre estos grupos y, de ese modo, legitiman la violencia simbólica y física contra ellos. Es esa la razón por la que deben estar prohibidos.
¿Es lo mismo Platón alabando la esclavitud que Céline hablando de fascismo y nazismo? ¿El paso del tiempo disminuye la gravedad de esos discursos?
Aunque sería diferente si la esclavitud estuviera en vigor, el caso de Platón podría compararse con el de Heidegger, a quien nadie ha pedido cancelar. ¿Podemos seguir leyéndolo sin cuestionar el papel del antisemitismo en su pensamiento? Platón también debe discutirse desde este punto de vista y la esclavitud marca la diferencia crucial entre la antigua noción de democracia y la actual, inclusiva al menos en teoría, porque durante mucho tiempo también excluyeron a las mujeres y aún se niega el voto a ciertos colectivos. En todo caso, la adscripción política de Céline no nos impide leer sus poemas o sus novelas. Otra cosa son los panfletos de Céline, que no son obras de arte ni ensayos filosóficos articulados, sino textos antisemitas y racistas.
¿Es ético disfrutar de la obra de autor inmoral?
Los lectores son libres de adherirse o no al mundo moral del autor. Pueden reconocer cualidades en un texto cuando el autor es inmoral o el texto es moralmente ambiguo. El placer de leer no es una experiencia homogénea y unificada: puedes disfrutar más de algunas partes, aburrirte, emocionarte, sentir empatía, disgusto y, a veces, sentirte atrapado aunque no te guste lo que lees.
¿Tiene el público alguna responsabilidad moral cuando la obra de arte proviene de un autor no ejemplar?
En El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde cuestionó la responsabilidad del lector ya que los «pecados» o el comportamiento desviado de Dorian nunca se describen, sino que es el lector quien los imagina. Sin lugar a dudas, los lectores tienen una responsabilidad moral, no sólo cuando leen, sino también cuando comentan la obra con otras personas. En todo caso, si bien los lectores no son pasivos, es cierto que el autor puede manipularlos. Por eso en ocasiones sientes que el autor te está llevando a un lugar al que no quieres ir y tienes que resistirte.
¿Tienen derecho los autores a equivocarse y cambiar de opinión? ¿Qué es necesario para que el cambio sea válido?
No es frecuente que autores o intérpretes expresen arrepentimientos como Plácido Domingo. De hecho, puede que sea por consejo de sus representantes para no ser cancelados. En todo caso, aun cuando no es sincero, el arrepentimiento siempre es mejor que la negación, porque contribuye al reconocimiento colectivo de los límites de lo aceptable en materia de libertad de expresión.
¿Cuál es el papel de los museos, editoriales o productoras cinematográficas en esa tarea?
Los intermediarios culturales participan en la realización de la autoría. Construyen la imagen pública de los autores. Tienen la responsabilidad de seleccionar las obras, de acompañarlas y también pueden explicar qué es lo que hay de problemático en ellas, como hizo la Galería Nacional con las obras de Gauguin.
¿Qué le parecen soluciones como añadir un mensaje de advertencia, como hizo HBO con Lo que el viento se llevó para contextualizar esas obras controvertidas?
Es una buena iniciativa y, a mi parecer, más eficaz que cancelar. Cancelar hace que permanezca la violencia simbólica que ejercen esas obras, mientras hacerla explícita haría que la gente entienda por qué es problemática, especialmente cuando se trata de obras clásicas.