Greta Thunberg, «Creía que no serí́a capaz de hacer amigos. Ahora que tengo muchos, he comprendido el valor de la amistad. Aparte del clima, casi nada más importa»

Con 18 años y recién independizada, Greta vuelve a hablar, tras un año y medio de silencio. Su plan era salvar al mundo. Pero dice que, de paso, se ha salvado a sí misma.

Greta Thunberg ha aprendido a ser feliz. Como el resto de nosotros, se ha aislado del mundo durante el último año y medio, pero ha utilizado su tiempo eficazmente: para crecer. Tiene 18 años y continúa con su activismo feroz, pero también vive en su propio apartamento, sale con amigos y se divierte. Se está convirtiendo en el tipo de mujer joven en el que ni sus padres ni ella misma habrían podido imaginar que llegaría a ser.

En su hogar, Estocolmo, asegura que pasa desapercibida. «Afortunadamente, aquí a la gente no le interesan los famosos. Quienes me paran por la calle son principalmente turistas y gente de fuera». Hace tres años, Greta Tintin Eleonora Ernman Thunberg era una quinceañera anónima a la que aterrorizaba la destrucción del planeta, furiosa porque los adultos permitían que eso sucediera. Su ira iba dirigida particularmente a los poderosos. Decidió tomar medidas unilaterales, y tuiteó su plan. «Los niños la mayoría de las veces no hacemos lo que nos decís que hagamos; hacemos lo que vosotros hacéis. Y como a vosotros los adultos os importa un comino mi futuro, a mí también. Mi nombre es Greta y estudio 9º [en España, 3º de la ESO]. Y estoy en huelga escolar por el clima hasta el día de las elecciones». No esperaba que nadie se diera cuenta; había pasado desapercibida a lo largo de su corta vida.

Era pequeña y rara vez hablaba; se describía como «esa chica del fondo que nunca dice nada». Pasó su primer día de huelga sentada con las piernas cruzadas, ella sola, a las puertas del parlamento sueco junto a un cartel hecho con trozos de madera que decía «Skolstrejk för klimatet» [«Huelga escolar por el clima»]. La semana siguiente se le unieron otras personas –estudiantes, profesores, padres y madres–, y su campaña comenzó a atraer el interés de los medios de comunicación. En marzo de 2019, su protesta ya se había extendido a más de 70 países. El 20 de septiembre de 2019, cuatro millones de personas secundaron una huelga escolar en 161 países, la manifestación climática más grande de la historia.

Desde entonces, ha sido nominada dos veces al premio Nobel de la Paz, ha pronunciado un discurso en la ONU y ha recibido el agradecimiento del Papa. Los líderes progresistas tratan de agradarla para mostrar a sus votantes que se toman la crisis climática en serio, y los líderes reaccionarios se burlan de ella para dejar claro a los suyos que no lo hacen. Está previsto que más de 200 países asistan a la conferencia sobre el clima Cop26, que se inaugura el 31 de octubre en Glasgow. Será una de las cumbres más multitudinarias de la historia. Sin embargo, para muchos solo importa lo que tenga que decir allí una adolescente. Quizá lo que más ha cambiado en Thunberg es su fe en las personas. Cuando empezó, no tenía ninguna. «No pensaba que a los jóvenes les importara el clima, pero ha resultado que muchos realmente se preocupan. Estoy muy contenta de haberme dado cuenta de que estaba equivocada. Admiro mucho a los que se han movilizado.

Cuando tenía ocho años, Greta vio un documental sobre un mar de plástico flotando en el océano y ya no pudo sacarse la imagen de la cabeza. Empezó a leer sobre el tema y su terror fue en aumento. Era una niña brillante y dotada de memoria fotográfica, pero también retraída y callada. A los 11, cayó en una profunda depresión y dejó de comer y hablar. ¿Por qué era tan infeliz? «No entendía que a la gente no pareciera importarle nada. Y, al ser una niña hipersensible con autismo, no dejaba de pensar en eso y me entristecía más y más». Le pregunto si dejó de hablar completamente. «Lo hacía con mis padres, mi hermana y un poco con mi maestra –aclara–. Simplemente no podía».

Su padre, Svante, confiesa que sintió terror. «Fue un completo infierno, una pesadilla para mi esposa y para mí. Lo dejamos todo para estar con ella y buscar una solución, y fue lo mejor que hemos hecho en nuestras vidas». Svante y la cantante de ópera Malena Ernman tienen dos hijas: Greta y su hermana, Beata, tres años menor. Cuando nació Greta, la carrera de Malena despegaba y por eso Svante, que se había formado como actor, se quedó en casa para cuidar de las niñas. Cuando empezaron a ir a la escuela, ella estaba inmersa en una gira internacional. Svante fundó una productora para ocuparse de la carrera de su mujer, pero cuando Greta enfermó volvió a ser padre a tiempo completo. Monitorizaba todo lo que la niña comía («cinco ñoquis en dos horas») y su dramática pérdida de peso,y la animaba a que hablara de sus miedos. Fue entonces cuando descubrió que muchos tenían sus raíces en el cambio climático.

Le divierte leer artículos en los que se asegura que fueron él y Malena quienes convirtieron a Greta en activista climática. Su mujer fue activista, matiza, pero su causa eran los refugiados –han acogido a algunos– y no el medio ambiente. Lo único que esperaba de Greta era que mejorara. En cuanto a sí mismo, sabía poco acerca de la crisis ambiental. «Ella hizo que nos interesásemos a la fuerza. Empezó a apagar las luces y redujo la factura de la luz a la mitad. Nos regañaba: «¿Por qué están encendidas las luces de la habitación si no estás?». Greta puede ser muy, muy, muy pesada. Tomamos conciencia y empezamos a hacer cosas para proteger el medio ambiente, pero no porque quisiéramos salvar el planeta. Lo hicimos para salvar a nuestra hija».

Cuando le pregunto a Greta por la importancia que le da al apoyo de su familia, hace memoria. «Al principio no les gustaba que faltara a clase, pero luego me ayudaron por ejemplo organizando mis viajes. Mi papá incluso me acompañó en algunos. Cambiaron su estilo de vida. Mamá dejó de moverse en avión y su carrera internacional se vio afectada. Lo aprecio de verdad, porque lo decidió ella. No la obligué a hacer nada. Solo le proporcioné información a tener en cuenta en la toma de su decisión». Diagonisticada con Asperger, trastorno obsesivo compulsivo y mutismo selectivo, Greta describe el autismo como su superpoder: «Puede ser un freno, pero si se dan las circunstancias adecuadas, si estás cerca de las personas apropiadas, logras adaptarte y sientes que tienes un fin, puedes usarlo para un beneficio común. Y creo que ahora lo estoy haciendo».

Su retórica es tan hermosa como brutal. En el atronador discurso que pronunció en la cumbre de la ONU sobre Acción Climática, en 2019, les dijo a los mandatarios del planeta: «No debería estar aquí, debería estar volviendo del colegio, al otro lado del océano. Sin embargo, todos ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza. ¿Cómo se atreven? Con vuestras palabras vacías me habéis robado mis sueños y mi infancia». Fue un espectáculo extraordinario: una colegiala reprendiendo a líderes mundiales que se pusieron en pie para ovacionarla.

Al recordarlo, es inevitable pensar en el coste que este viaje ha tenido para Thunberg. ¿Siente que se ha perdido la adolescencia? «No. No tengo ganas de salir de fiesta, beber alcohol o hacer lo que suelen los adolescentes. ¡Disfruto mucho más haciendo esto y siendo una empollona!» ¿Y qué hace para desconectar? «Escucho música y podcasts. También hago bordados; ahora mismo estoy haciendo uno que será una sorpresa para alguien», contesta. A Greta le gustan los puzles –«Hice uno de 3.000 piezas que no cabía en la mesa»– y pasar tiempo con sus dos perros, y se le escapa una risilla cuando habla de sus amigos, con los que comparte juegos, charles interminables y la causa en común que defienden. «Somos muy payasos. Tal vez la gente piense que los activistas del clima somos serios, pero no es así. Estamos repartidos por todo el mundo y no solemos reunirnos, pero quedamos a través de Zoom, vemos películas juntos o simplemente nos troleamos los unos a los otros. Creía que no sería capaz de hacer amigos. Ahora que tengo muchos, he comprendido lo importante que es la amistad.

Aparte del clima, casi nada más importa». A Greta se la ha visto poco durante la pandemia. Las huelgas de cada viernes se volvieron virtuales cuando el activismo presencial fue suspendido. Aunque forzada, admite su padre, la pausa era necesaria. La joven había hecho tanto y viajado tan lejos –en 2019 cruzó el Atlántico en barco dos veces para asistir a conferencias y viajar por Estados Unidos y Canadá para presenciar el impacto del cambio climático– que estaba completamente exhausta. « La pandemia ha sido una tragedia para todos, por supuesto, pero estar atrapada en Suecia durante un año y medio le ha venido muy bien», añade Svante.

Es asombrosa la cantidad de gente que te ve como una especie de santa secular, le comento. «¡No!», exclama ella rotundamente. Suena sorprendida y casi enojada por la sugerencia. ¿Te da miedo volverte arrogante? «Es una exageración decir que para mucha gente soy como una santa. Hay muchos más que opinan que soy horrible. Algunos incluso se ríen en cuanto oyen mi nombre. Se han formado una imagen de mí y nada les hará cambiar de opinión, tienen lo que se llama «filtro burbuja». Solo hacen caso a las historias falsas que circulan sobre mí y a quienes se burlan de mí». ¿Cómo vive una adolescente esa mofa por parte de un sector de la población mundial? « Entiendo que todo el mundo tiene su propio sentido del humor. A mí personalmente no me duele, a menos que afecte a mi familia o a otros activistas. Hay gente que hace guardia en la puerta de mi casa, que graba a través de las ventanas e incluso intenta entrar. Por supuesto que eso te afecta. Tampoco es fácil para mis padres que se extiendan rumores como que están manipulando a su hija». De nuevo, asegura no dejarse molestar por las habladurías que corren sobre ella por las redes sociales.

¿Como cuáles? «Hay quien dice que soy una niña malvada y controladora que se está aprovechando de todo el mundo. También están los que opinan que soy una niña indefensa que ha sido explotada. Algunos sostienen que soy comunista; también los hay que están convencidos de que soy una capitalista extrema; para otros soy una espía de India, Rusia o Estados Unidos...». ¿De dónde surgen todas estas teorías conspiratorias? Se encoge de hombros. «No sé». Su padre se muestra más alarmado al respecto. Greta ha tenido que lidiar con mucho más que rumores, lamenta. « Ha recibido numerosas amenazas de muerte, y un tribunal de Suecia condenó a un hombre por realizarlas continuadamente. Sería un padre irresponsable si eso no me preocupara». ¿Le asusta? «Por supuesto. Hay mucho loco que anda suelto por ahí. Pero ahora Greta tiene 18 años, es adulta, toma sus propias decisiones. Lo único que quiere es vivir como una persona normal. Ser una figura pública no es algo que necesariamente la atraiga».

Además de resistir frente a sus enemigos, Greta debe lidiar con los groupies. Si bien sus convecinos de Estocolmo la dejan vivir en paz, algunos fans llegados de otros rincones del mundo han sido menos respetuosos, reconoce Svante. «Cuando volvimos de Norteamérica, no podía quedarse en casa porque la gente no paraba de venir a verla. Viajaban desde otros países solamente para llamar a nuestra puerta, lo que acabó suponiendo un problema». Llegó a ser tan grave que Greta y su padre se mudaron de la casa familiar a otro apartamento. Hace apenas unas semanas, la joven se fue de casa para vivir sola. ¿Podía su padre imaginar que con solo 18 años ya se habría independizado? «Lo que más me preocupa es que mis hijos estén bien, y que Greta ahora viva por su cuenta, se las apañe sola y viaje sin nosotros me parece increíble», asegura. Thunberg disfruta de las nuevas libertades que la vida adulta le ofrece.

Hace solo unas semanas, participó en una manifestación que no tenía nada que ver con el clima, una protesta contra la violencia en Afganistán. Cree que se matriculará en la universidad el curso que viene, pero no hay nada decidido al respecto. En cuanto a su carrera, suele decirle a Svante que le encantaría hacer algo que no tenga nada que ver con el clima, porque eso significaría que la crisis se ha solucionado, pero ambos saben que es una fantasía. Mientras tanto, mantiene su rutina de cada viernes: sale a la calle para manifestarse junto a millones de personas más alrededor del mundo.

Pero lo que realmente está esperando con ganas es la Conferencia sobre el cambio climático que se celebrará en Glasgow a partir del 31 de octubre, tener la oportunidad de cantarles las cuarenta a los jefes de estado por fallarles a los jóvenes del mundo una vez más y, muy especialmente, reencontrarse con todos los compañeros y compañeras con los que ha forjado una relación que trasciende al activismo. Le pregunto si tenía amigos de su edad antes de embarcarse en esta lucha. «No. Tenía amigos, pero no de mi edad. Me llevaba bien con mi profesor y había tenido amigos cuando era más pequeña. Pero después ya no. Por eso, tras haber sido siempre la niña callada que estaba al fondo de la clase, a la que nadie prestaba atención, convertirme de repente en alguien a quien mucha gente escuchaba fue muy extraño».

La suya es una historia notable. Y no tanto porque habla de una niña que conquistó el mundo, sino por sus connotaciones más personales, aquellas a las que ella misma sin duda restaría cualquier importancia. Lo que resulta más conmovedor es que su ejemplo es el de una niña perdida que encontró su lugar. Greta explica que, gracias al activismo, ha entrado en contacto con personas de ideas afines a las suyas, en todos los sentidos. «Muchos de los que forman parte del movimiento Fridays for Future son como yo. Hay bastantes que también tienen autismo, y son muy inclusivos y abiertos». Cree que si muchos con su misma condición se han convertido en activistas por el clima es porque les resulta imposible mirar hacia otro lado; sienten la compulsión de contar la verdad como la ven.

«Conozco a muchos que han estado deprimidos y que al unirse al movimiento climático han encontrado un propósito en la vida y una comunidad en la que se sienten bienvenidos». Entonces, ¿lo mejor que has logrado con tu activismo ha sido la amistad? «Sí», asegura Greta. Y, al decirlo, su sonrisa no deja ninguna duda.