Por qué se queman las influencers en Instagram, TikTok y Twitch: cuando hacer pasar el trabajo por diversión es una trampa

Las influencers sufren la perversa doblez de la creación de contenidos para las redes: tiene que parecer que se divierten, pero la presión por gustar y mantener sus 'likes' y seguidores es brutal.

Pincha en la foto para ver cómo las famosas e influencers posan en bikini y bañador y compiten por conseguir la foto más sexy del verano. /instagram

Pincha en la foto para ver cómo las famosas e influencers posan en bikini y bañador y compiten por conseguir la foto más sexy del verano. / instagram

Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

En «La Verónica», la película chilena protagonizada por Mariana Di Girolamo que acaba de llegar a Filmin, la esposa de un futbolista finge una vida perfecta en Instagram para conseguir un contrato con una firma de cosmética. Girolamo, influencer ella misma, aguanta más de 50 escenas en un primer plano brutal, espejo engañoso de una personalidad más que oscura, siniestra. ¿Es Verónica mala por estar en las redes o porque es mala se ha convertido en una estrella de la influencia? No es fácil asomarse al backstage de un planeta en el que todo parece fácil, divertido y bonito, como un hobby favorito. Y, sin embargo, el entorno digital es implacable.

Charli d'Amelio es la influencer más poderosa del mundo. Solo en TikTok reúne a 124 millones de seguidores, una audiencia cautiva por la que se pelean todas las marcas del mundo y hasta el Museo Metropolitano de Nueva York, que llegó a cursarle una invitación para su gala de este año a pesar de ser menor de edad (tiene 17 años). La conquista del mundo de d'Amelio y su familia solo acaba de comenzar: el 16 de octubre se estrena en España el reality al estilo Kardashian que protagoniza, y en el que trata a fondo el gran problema de estas influencers sobradamente preparadas para bailar, cantar, maquillarse y posar en Instagram : el altísimo coste en su salud mental del trabajo viral.

Charli d'Amelio. / instagram

«¿Millones de personas observando cada uno de tus movimientos? Es un terror constante», admite Charlie d'Amelio en el primer capítulo de 'The d'Amelio Show'. Aquí no se ponen paños calientes y se habla directamente de ansiedad y depresión, la factura que se paga por los 20 millones de visualizaciones y los dos millones de 'likes' que obtiene sus vídeos, gracias a los cuales disfruta de una fortuna de más de cuatro millones de euros. ¿Disfruta? Por lo que parece, no tanto.

Vídeo. Las influencer españolas con más seguidores en Instagram

En el programa vemos lamentos, lloros y hasta ataques de pánico. Tanto Charli d'AMelio como su hermana Dixie (4 millones de seguidores en TikTok) confiesan que prefieren no salir de casa para evitar el escrutinio general. «Durante los últimos cuatro años he tenido constantes ataques de ansiedad», desvela Charli, «Este trabajo es agotador. Y estás permanentemente preocupada por lo que puede pasar. Por si al día siguiente te despiertas y ya no le gustas a nadie».

Dulceida. / instagram

Las confesiones de las d'Amelio no son nuevas. Nuestras influencers locales también han de anunciar de vez en cuando que se desconectan para preservar su salud mental. En las últimas semanas lo han hecho, por ejemplo, Dulceida y Laura Escanes, dos de las más longevas en una profesión que parece un hobby, pero que pasa una factura tremenda a nivel psicológico. En realidad, la profesión de influencer lleva a muchos engaños. En el exterior, lo que aparece es una vida de ensueño, con viajes a las capitales más excitantes del mundo, yates, jets privados y restaurantes de lujo. En el 'backstage', una cosa bien distinta.

Estas jóvenes mujeres sobradamente influyentes se ven en la tesitura de agradar a toda costa a sus seguidores: es la única manera de no perder el favor de las marcas que las contratan, lo que implica aparecer más guapa, sexy e interesante que el día anterior. La disciplina, la cirugía y la moda ayudan a estar a la altura de las rivales, pero lo que no se puede desactivar es la ansiedad que provoca estar constantemente en la cuerda floja. El miedo a no gustar no desaparece.

María Pombo, Marta Lozano y Teresa Andrés-Gonzalvo. / instagram

Las influencers sufren multiplicado el impacto dañino que también sufren sus seguidoras a pie de móvil. Según una investigación desvelada por 'The Wall Street Journal', Facebook lleva estudiando desde 2019 el impacto negativo de Instagram sobre las adolescentes: un 32% de ellas afirman que, cuando se sienten mal sobre sus cuerpos, Instagram las hace sentir aún peor. La dinámica comparativa que se ha instalado entre las influencers y sus seguidores da pie a fenómenos verdaderamente inquietantes.

En las entregadas 'followers' se instala sin remedio un modelo único de belleza, evidentemente filtrado por Instagram, responsable de que hoy sea tan difícil ver a adolescentes con el pelo corto, algo muy común en los 80 y 90. En las influencers, vemos cómo todas van incorporando cada vez más elementos de la vida íntima a la exposición comercial: la mascota, la operación estética, la pedida de mano, el anuncio de embarazo, la primera foto tras el parto...

Laura Escanes. / instagram

Podemos sumar otra perversión a esta presión por gustar e interesar bajo la que viven las influencers y muchas de sus seguidoras. Todos los contenidos de Instagram y TikTok deben tener una característica esencial: que trasladen la impresión de formar parte del tiempo de ocio y disfrute de sus protagonistas. De hecho, el trabajo de las influencers suele asimilarse a una actividad que está más cerca de un hobby que de un trabajo, tanto es así que muchas de ellas comienzan como un juego. Sin embargo, estamos ante un trabajo duro con una fortísima carga mental que, además, se resiste a ser acotado en un horario laboral convencional. En el espacio digital, todo el tiempo puede convertirse en tiempo de trabajo

Ibai Llanos. / instagram

Lo que importa es conseguir esa foto perfecta, ese vídeo divertido, esa 'story' curiosa y da igual el tiempo que requiere producirlas. Lo mismo podemos decir sobre los 'streamers', a los que podemo s encontrar en directo seis u ocho horas: ¿cuántas horas extra para gestión, preparación y producción requieren sus larguísimas emisiones? Ibai Llanos, estrella mundial de Twitch y más allá, dio mucho que pensar el día que confesó que había estado seis años sin disfrutar de un solo día de descanso.

«La precariedad y la explotación laboral es algo muy serio, que me ha tocado muy de cerca», confesó Llanos. «El tema de los sindicatos es algo que respeto profundamente y es una herramienta que compañeros míos han utilizado». El negocio de las influencers, al menos en el ámbito anglosajón, está despertando: ya funcionan los primeros sindicatos de tiktokers e instagrammers en Estados Unidos y Reino Unido.

Todos estos factores explican que tantas influencers intenten, en cuanto pueden, emprender en la comercialización de productos físicos (marcas de moda ocosmética) o compatibilizar con proyectos de entretenimiento no vinculados a las redes sino a las grandes productoras de la televisión, el cine o los deportes. Más aún: aunque finjan que su trabajo en las redes es pura diversión, las estrellas digitales saben que su influencia es inestable y puede derrumbarse de un día para otro. Aceptan vivir en una burbuja que posee su propia precariedad. Mauricio Cabrera, analista de medios, la define muy bien. Sostiene que lo digital «representa una perdida de exclusividad, y por tanto, una devaluación de lo que se está presentando por no sentirse como algo tan único e irrepetible».

Ese es el gran drama oculto del duro trabajo de la influencia: si las influencers no logran dar el salto a un 'reality' (como las Kardashian o las D'Amelio), el cine (como Addison Rae) o al negocio puro y duro (como Ibai), saben que su denodado esfuerzo diario no va a ninguna parte. Dura lo que dura un click, y no más allá. Cabrera lo explica muy bien al argumentar por qué J.Balvin tiene más valor a efectos de negocio que los 'streamers' másseguidos del planeta. «El impacto de un cantante no reside sólo en su capacidad de reunir audiencias en vivo, sino en el 'lifetime value' de su obra«, sostiene. Pese a sus millones de seguidores, una foto o un vídeo para las redes jamás será una obra. Por mucho que al contenido hoy le pongan una alfombra roja.

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