Íngrid Betancourt: «Yo ya no le tengo miedo a nada»

20 años después de su primera campaña electoral, brutalmente interrumpida por un secuestro que la mantuvo en la selva durante seis años, hablamos con la candidata a la Presidencia de Colombia sobre el perdón, el futuro y la paz.

Íngrid Betancourt fue secuestrada por las FARC cinco años. / Sébastien Micke

María José Barrero
María José Barrero y Ixone Díaz Landaluce

Es difícil no recordar aquella imagen de 2007 que fue su prueba de vida: demacrada, con el pelo largo, una cuerda en la muñeca y la vista fija en el suelo de una choza oscura. La fotografía de Íngrid Betancourt (Bogotá, 1961), secuestrada por las FARC cinco años antes con su asesora, Clara Rojas, conmocionó al mundo y fue una demostración del terror que la guerrilla (que tenía a más de 1.000 personas secuestradas) había sembrado en Colombia.

Betancourt, hija de exministro y embajador, criada en Francia y con pasaporte galo, había sido la senadora más votada y se encontraba en plena campaña electoral para la Presidencia. Seis años después, y tras varios intentos de huida, era liberada por el ejército. Luego llegaron su marcha a Francia, donde estaban sus hijos, para huir del dolor, un doctorado en Teología en Oxford, acusaciones, reproches... y la decisión de regresar para presentarse de nuevo a las elecciones presidenciales que se celebran el 29 de mayo, 20 años después de aquella campaña electoral que nunca terminó.

MUJERHOY. ¿Por que ha decidido presentarse a las elecciones?

Íngrid Betancourt. Creo que la razón es el amor: amo a mi país y siento que hay una coyuntura en la que la balanza puede cambiar el destino de 51 millones de personas. Por eso he decidido empujar el barco para que llegue a buen puerto. He pensado en lo importante que es para Colombia que haya una candidata a la Presidencia. Durante más de 200 años de independencia, hemos vivido bajo una visión masculina y creo que necesitamos a la otra mitad de la población, con una manera distinta de ver los problemas y de solucionarlos.

Ingrid Betancourt reconoce que ya no tiene miedo a nada.

¿Qué puede aportar una mujer en la Presidencia de su país?

Colombia ha sido buena creando programas, pero somos dramáticamente deficientes en su ejecución. Las políticas macroeconómicas, que no dependen de una cadena de servidores públicos, tienen un impacto inmediato, pero los programas sociales, más vulnerables a la corrupción, son poco eficientes y tardan en llegar al beneficiario. Son como una cañería con filtraciones.

Pero una visión de mujer permitiría pasar de lo macro a controlar lo micro. Y eso es muy importante. Además, hay un sesgo sistémico contra la mujer: hay brecha salarial, cobran pensiones más bajas porque se penaliza su esperanza de vida... Y el problema de los cuidados se ha hecho visible con la pandemia: ellas salieron del mercado laboral porque durante dos años los profesores no quisieron correr el riesgo de estar en las clases y no hubo colegios. Es un castigo a la mitad de la población, que afecta al crecimiento de la nación entera.

Dice usted que la situación que vive Colombia, por la guerrilla y el narcotráfico, es un proceso de género, porque «la guerra la hacen mayoritariamente los hombres, pero pagan el precio las mujeres».

Puede que el reclutamiento de las organizaciones delictivas y la guerrilla afecte más a los hombres, pero un tercio de las personas que reclutan son mujeres. Y son la mayoría de las víctimas: las que se desplazan, a las que violan y roban sus tierras, las que s ufren pobreza extrema... Llevan la carga de la violencia a nivel familiar y social, pero se quiere minimizar ese impacto.

«Mi nieto de cinco años me pregunta por la selva, qué era lo que me pasaba, quiénes eran los malos...»

Se presenta por el Partido Verde Oxígeno como candidata de la reconciliación. ¿Su país se ha reconciliado con su pasado?

Creo que está procesándolo. Mi historia es también la historia de todos los colombianos y eso incluye mucho dolor. Lo que sí hay es una tendencia a querer polarizar el país... Eso lo estamos viendo en muchos países. Sí, pero aquí esa polarización se instrumentaliza, porque se crece políticamente instigando al odio o la intolerancia contra el otro.

Y con la violencia del narcotráfico de fondo, con un coste humano muy alto. Pero los colombianos se quieren alejar de esa polarización; quienes no saben por quién votar o que piensan votar en blanco son la segunda fuerza más importante. Ahí está nuestra propuesta, que plantea la frontera entre los que roban y los que no, que no está vinculada a organizaciones que compran votos y puede decir: el cambio es estar en una opción diferente.

¿Cómo se puede luchar contra la corrupción?

Se necesita voluntad política, consenso nacional... Se ha vendido la idea de que todos somos corruptos y no importa que haya corrupción. Y esto es algo que hay que enfrentar, potenciando los instrumentos que existen, pero que quedan manipulados por el control político para garantizar su impunidad y hacen que la administración sea inoperante. Mi receta es buscar los recursos de los corruptos, porque no les importa ir a la cárcel, lo que les importa es no disfrutar de su botín: quitárselo, aplicar sanciones, ir tras sus testaferros...

En su primera campaña, usted repartió preservativos para luchar contra la corrupción. ¿Qué queda de aquella Íngrid Betancourt?

Sigo estando comprometida con esta lucha. Ha cambiado el enfoque: entonces, me parecía que era suficiente con desenmascarar a los corruptos. Hoy, el sistema es tan generalizado que los colombianos aplauden al corrupto que se enriquece sin que lo cojan, y esto tiene que ver con la narrativa de Pablo Escobar, que ha permeado en las conciencias. El tema es acabar con ese sistema, empezando por las elecciones, que es donde empieza todo.

Betancourt con su candidato a la vicepresidencia, el coronel José Luis Esparza, que comandó su liberación. / getty images

En febrero, estuvo en la zona donde fue secuestrada hace 20 años. ¿Está haciendo la campaña que entonces no pudo acabar?

Es diferente, pero uno lleva el pasado a cuestas. Quiero capitalizar mis experiencias y decir a los colombianos: nos están convenciendo de que no es posible cambiar el sistema, pero eso es una entelequia narrativa. La Operación Jaque [la de su liberación] era imposible; sacarnos de la selva era imposible... Se volvió posible porque hubo una unión que llevó a tomar unas decisiones. Ahora queremos una Operación Jaque para liberar a Colombia de la corrupción.

¿Ha logrado vivir sin miedo desde entonces?

Creo que vencí el miedo cuando estaba en la selva. Tuve que vivir situaciones tan extremas que hoy puedo decir que no le tengo miedo a nada. Esa fue una de las grandes adquisiciones de la selva.

Pero todos tememos alguna cosa...

Sí, pero he hecho ese análisis. No le tengo miedo a la muerte, no le tengo miedo a la enfermedad, no le tengo miedo a la maldad, no le tengo miedo al vacío, no le tengo miedo a la ausencia... [Pausa] No le tengo miedo a nada. También porque la selva fue una escuela donde pude confrontar todo y revisar todos los miedos: los de la infancia, los emocionales, los físicos... Pero también pude descubrir la presencia de Dios, y eso es vital porque me explica a mí misma muchas cosas. Dios cogió y sacó el resto. Esa presencia acabó con el miedo.

«Con el proceso de paz, ha sido más fácil crear un espacio de protección para los ex secuestradores que para las víctimas».

¿Le cuesta hablar del secuestro?

Creo que el tiempo ha ayudado a sanar. Necesité alejarme de todo y tener una actividad que no estuviera ligada a la política para poderme concentrar en la reconstrucción de mi familia. Fue una combinación de factores lo que logró sacarme de la condición de víctima y de ese autismo de la memoria del dolor. En algún momento uno tiene que volver a vivir, volver a gozar con la comida, la música, la familia, el amor... con todo lo que nos hace seres humanos. La risa y el amor de las personas que para uno son importantes es la verdadera terapia.

¿Se ha reencontrado con sus secuestradores?

Nunca he vuelto a ver a quienes estaban a cargo del grupo ni a guardas asignados a nuestra comunidad. He tenido contacto puntual con responsables intelectuales y políticos de estos crímenes y ha sido interesante para establecer hasta qué punto es necesario un diálogo constructivo en aras de una reconciliación. Se necesita tiempo para que reflexionen sobre las razones que los llevaron a tratar a otros seres humanos de manera tan degradante. Hasta que no hagan ese ejercicio, siente uno que hay una barrera que no permite la reconciliación.

Tiene usted tres nietos, ¿les ha contado lo que vivió?

Solo a Gabriel, que tiene cinco años. Tengo con él una cercanía muy especial y me pregunta por la selva, qué era lo que me pasaba, quiénes eran los malos...

Tras su liberación, se retiró y estudió Teología. ¿Qué le aportó?

El estudio de la Teología es diferente del ejercicio espiritual: el primero es intelectual, el segundo, una disciplina íntima. Pero, la Teología me ha permitido tener una reflexión integral sobre el ser humano, la política y mis aspiraciones para Colombia. Cuando hablo de política, no me olvido de la dimensión religiosa, espiritual del pueblo colombiano y de lo que esta dimensión aporta en la posibilidad de llevar al país a un destino diferente.

¿Cree que su caso fue el detonante que obligó a pensar en una salida negociada al conflicto?

Sin lugar a dudas, fue un terrible golpe para la guerrilla. La Operación Jaque da inicio a su descomposición: el pueblo no los apoyaba y empezaron a pensar en desmovilizarse.

¿Cómo se explica que parte del pueblo colombiano siga culpabilizando a víctimas como usted?

El trauma de la violencia ha hecho que la sociedad haya tenido que explicarse a sí misma la suerte de las víctimas. Y han tenido que ponerlas en una situación de responsabilidad de lo que les sucedió... Echan la culpa a la víctima: por haber estado en mal lugar, por haber tomado la decisión que no era... Pero a eso se añade la victimización de la mujer, que siempre está bajo una lectura más crítica.

Una de las cosas que le siguen echando en cara es que demandara al Gobierno por su secuestro. ¿Cree que se equivocó? ¿Por qué decidió echar marcha atrás?

Me equivoqué en echar marcha atrás; hay que defender los derechos, por más que sean mal interpretados. Mis compañeros de secuestro se acogieron a la ley que protegía a las víctimas del terrorismo, pero cuando yo lo hice tenía unas encuestas muy favorables y la manera de sacarme del ruedo de la política fue acusándome de querer tratar de sacar ventaja del secuestro. Cuando yo presenté esa solicitud, que no era una demanda, llevaba un año liberada y estaba en un proceso de recuperación de mi identidad, de sanar heridas.

Para mí ese ataque fue terriblemente violento y eché marcha atrás en algo que hubiera debido defender, no solo para mí, sino para todas las víctimas. Tenía el deber de explicar a los colombianos por qué las víctimas teníamos derecho a acogernos a esa ley. Con el proceso de paz se habló mucho de que las víctimas fueran el centro, de que había que repararlas económica, emocional y legalmente. Pero es algo sobre lo que no hemos logrado llegar al final. Ha sido más fácil crear un espacio de protección para los ex secuestradores que un marco de protección para las víctimas.

¿Fue difícil tomar la decisión de apoyar el proceso de paz?

No, para mí fue una evidencia. Comencé a mirar el proceso de paz con desconfianza, pensaba que las FARC nunca iban a aceptar. Pero cuando el proceso cogió fuerza y se dieron los pasos hacia la desmovilización y la entrega de armas, fue una inmensa victoria generacional. Estamos a mitad de camino: tenemos todavía guerrillas operando y hay que consolidar el proceso, dar todas las garantías a quienes depusieron las armas, pero también a las víctimas, que los delitos no queden en la impunidad. De ello dependerá que tengamos la legitimidad para invitar a la otra guerrilla, la RLN, a incluirse en este proceso. Por lo menos hay que intentarlo.

Si no obtiene buenos resultados en las elecciones, ¿cómo se plantea su carrera política? ¿Entraría en un Gobierno de coalición?

Nosotros vamos a hacer lo necesario para darle esa opción a Colombia. En ese momento las encuestas no nos dan ese marcador, pero estamos haciendo lo que nos corresponde.

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