Cuando se trata de prioridades, la soprano francesa Julie Fuchs (Meaux, 1984) tiene muy claras cuáles son las suyas. Apenas tiene tiempo porque se encuentra ensayando Las bodas de Fígaro, que representa en el Teatro Real de Madrid hasta el 12 de mayo y en la que interpreta a la Susanna que Mozart imaginó «enérgica y poderosa». De ahí que la responsable de prensa le apremie para comenzar la entrevista. Sin embargo, la cantante saca el móvil e impone sus reglas.
«Primero vemos vídeos de mi hijo tocando el violín y luego ya hablamos de lo que queráis», dice en un castellano con marcado acento francés. Junto a su pareja, Pablo, violinista de Alcalá de Henares, tiene un hijo de tres años, Darío, que dio ayer su primera lección de violín. Es un instrumento que une a la familia. A pesar de ser una de las soprano más respetadas de la actualidad, Julie Fuchs no dio su primera clase de canto hasta que tenía 18 años. En su localidad natal solo había un profesor y no tenía «buena reputación».
Así que se entretuvo tocando el violín, estudiando teatro y actuando en grupos de jazz y corales. «Ahora me doy cuenta de que no estuvo mal que fuera así. Tuve la oportunidad de centrarme más en la interpretación y en la música que en mi propia voz, que acabó incorporando lo que había aprendido como un vehículo». Durante ese tiempo, pensó en ser tantas cosas que sorprende que cantante profesional no fuera una de ellas: maestra, veterinaria, decoradora, florista, psicóloga, compositora de canciones...
Desde que debutó, interpretando precisamente el papel que la ha traído de nuevo al Teatro Real, a su repertorio se han sumado muchos de los grandes personajes escritos para mujeres. En todos, afirma, ha encontrado elementos que conectan con su personalidad. «Con Mélisande, que estuve interpretándola en el Liceu en marzo, al principio no compartía nada, pero he acabado conectando con algo de ella que no sabría definir».
¿Qué es lo que ha cambiado en el mundo de la ópera con el #MeToo y tras las denuncias por acoso a Plácido Domingo? «En el escenario, mis compañeros de reparto ahora me preguntan primero antes de tocarme, que no es algo que hicieran antes y que me gusta que ahora sea así. Me da igual si lo hacen porque están asustados o concienciados. Que se las apañen si tienen miedo, ya se les pasará». En 2019, estando contratada para representar La flauta mágica en la Ópera Estatal de Hamburgo, la despidieron cuando informó de que estaba embarazada.
«Quiero creer que la situación también ha mejorado para las compañeras que vayan a ser madres y quieran seguir trabajando, pero no estoy segura. Si yo lo conté fue porque no entiendo ni acepto que haya que ocultarlo». Ahora que ya ha librado esa batalla, cree que la próxima es conciliar entre dos mundos que parecen irreconciliables: «Por mucho que te sacrifiques y quieras hacerlo todo, aún hay que explicar que necesitas parar un momento para dar de comer a tu bebé».
Sus rituales antes de cometer una locura como cantar delante de un auditorio,«Te pones delante de miles de personas y les entregas tu corazón; es una insensatez», afirma, son sencillos. «Practico yoga, medito un rato y me pego una ducha muy larga...». La pregunta es inevitable: ¿ canta bajo la alcachofa? «Por supuesto. Fumando espero, de Sara Montiel, un tango o algo de salsa». Tras la representación nunca se acuesta inmediatamente: una copa es imprescindible. También es la oportunidad que se da para socializar con sus compañeros, con los amigos que han venido a verla o incluso con los desconocidos a los que ha invitado a sus actuaciones.
Está muy comprometida con la divulgación de la ópera, especialmente entre quienes nunca se han acercado a ella por desconocimiento, respeto o falta de recursos. La campaña #OperaisOpen, que realiza en su cuenta de Instagram, «empezó de forma instintiva. Me daban siempre dos entradas para las actuaciones en las que participaba y no sabía a quién dárselas. Así que comencé a buscar gente que no pudiera permitírselas y se les regalaba. Ya sé que la ópera puede ser muy cara, pero por eso me gusta informar sobre descuentos y comparar su precio con el de otros planes de ocio».
Algo que ha comprobado Fuchs es que sus invitados «la última, una chica de 24 años en el Liceu» regresan inevitablemente a la ópera una vez que la descubren. Cuando le planteo la ausencia de cantantes mediáticos, como lo fueron Montserrat Caballé o Luciano Pavarotti hace décadas, que lleguen al gran público, aunque sea despertando las iras de los puristas, no vacila. «Estoy muy abierta a hacerlo yo misma. Pero Montserrat Caballé cantó con Freddie Mercury, no con cualquier cantante mediocre...
Traedme un grupo como Queen o una artista como Beyoncé y haré una colaboración encantada». Entonces, ¿está preparada para ser una diva? «No me gustaba mucho esa palabra, pero le he empezado a coger cariño. Significa estar cerca de Dios. Yo lo veo más como ser una especie de diosa y es algo con lo que me siento definitivamente cómoda. Eso sí, sé que si empiezo a pedir cosas raras, como que pinten mi camerino de un color, me despedirán enseguida»