La casualidad, pero sobre todo la pandemia, han querido que Kenneth Branagh (Belfast, 1961) disfrute del monopolio de la cartelera estos días. Después de encadenar varias fechas pospuestas, por fin, llega a los cines su adaptación de Muerte en el Nilo (estreno, 11 de febrero), la novela que Agatha Christie publicó en 1937 y en la que, durante unas vacaciones en Egipto, el legendario detective Hércules Poirot investiga un asesinato a bordo de un lujoso crucero lleno de personajes tan sofisticados como sospechosos. Para el cineasta, sin embargo, la película va más allá del clásico misterio por resolver de Christie. «Es un relato atemporal de lo que pasa cuando el amor obsesivo entra en juego», explica.
El actor no es un recién llegado al universo de la autora. En 2017, ya dirigió y protagonizó Asesinato en el Orient Express, un éxito comercial rotundo. Branagh tiene su propia teoría sobre por qué las películas de misterio que siguen el esquema más clásico del género siguen funcionando como un reloj en la taquilla. «A la gente le gustan los puzles porque son como un espejo que primero te muestra el caos y después, te proporciona ese sentimiento de que las cosas pueden resolverse: los problemas tienen solución, los villanos pueden ser identificados, la paz puede regresar. Es una forma de escapismo que, en este caso, está acompañada de elementos como el drama y el lujo. Además, hay algo muy primitivo y vital acerca del sexo y la muerte», razona Branagh, que vuelve a hacer doblete en la dirección y el papel protagonista. «Es excitante, pero también muy exigente. Poirot es un investigador que utiliza cada pista para buscar la verdad y se enfrenta a cada personaje de manera diferente. En cierta forma yo, como director, hago lo mismo: tratas de entender cómo le gusta trabajar a cada actor. Algunos prefieren ensayar, otros no; algunos quieren rodar del tirón y a otros les gusta improvisar; algunos quieren recibir muchas indicaciones y otros, que no les digas absolutamente nada».
Pero Branagh, sobre todo, está acaparando titulares, críticas entregadas y mucha rumorología favorable de cara a los Óscar por la autobiográfica Belfast (en cartelera), una versión ficcionalizada de su propia infancia en la Irlanda del Norte de los años 60 que, en realidad, es una mirada infantil y en blanco y negro sobre el conflicto que enfrentó a católicos y protestantes, y que marcó sus primeros años de vida. De hecho, cuando él tenía nueve años, sus padres decidieron dejar la ciudad huyendo del clima de violencia. En el colegio, tanto él como su hermano sufrieron bullying por su marcado acento irlandés. Para evitarlo, Branagh empezó a trabajar en su dicción. Después, con 13 años, se enamoró de Shakespeare en una función de Romeo y Julieta y con 16, descubrió la interpretación en una obra escolar. Así se forjó la vocación del más shakesperiano de los actores británicos. Formado en la Royal Academy of Dramatic Art, Branagh, que tiene su propia compañía de teatro y ha adaptado la mayor parte de la obra del autor británico por excelencia, nunca se ha dejado encasillar.
Ha dirigido producciones de Marvel como Thor, películas de acción como Jack Ryan, clásicos de Disney como Cenicienta y ha llevado a la gran pantalla el Frankenstein de Mary Shelley. Adaptar a los clásicos es la especialidad de la casa. «Cuando trabajas con la la obra de un autor como Agatha Christie tienes que ser respetuoso y fiel a su espíritu, pero no reverencial. La longevidad de una obra tiene que ver con la capacidad de ser relevante en diferentes épocas para diferentes espectadores, de diferentes edades y diferentes maneras de ver el mundo. Es una inspiración, no una limitación». Aunque tuvo su momento de fama exacerbada (mientras estaba casado con la actriz Emma Thompson a principios de los 90, su affaire con Helena Bonham Carter fue alimento de todos los tabloides británicos) el actor ya no frecuenta las primeras páginas. Lleva casi 20 años de apacible vida matrimonial con la directora de arte Lindsay Brunnock.
En uno de sus próximos proyectos, Branagh dará vida a Boris Johnson en una serie sobre la gestión del primer ministro británico durante la pandemia. «Ha sido un periodo de reflexión y de cierta clarividencia para mí. He sido bastante productivo», dice el actor sobre los dos últimos años, en los que, de hecho, tuvo tiempo de escribir y rodar Belfast. Ahora, es el momento de la cosecha. «Me emociona mucho que la película se estrene en las salas. El regreso a los cines representa una nueva normalidad en la que por fin recuperamos esa experiencia en comunidad. Yo sigo yendo al cine al menos una vez a la semana. Y soy más optimista que nunca sobre el futuro del cine».