Hace tres décadas, y cuando estaba en la cima de su popularidad, Linda Evans (Hartford, 1942) se despidió de Hollywood sin apenas hacer ruido. Había exprimido la experiencia gracias al éxito de Dinastía, pero ya tenía suficiente. Encontró el refugio perfecto en el estado de Washington, donde reside desde entonces. «Vivo en una propiedad de 28 hectáreas: tengo todo tipo de árboles, un río, una huerta orgánica, mi propio sistema de energía solar y muchos frutales. Ahora mismo hay peras, manzanas y ciruelas por todas partes», explica desde allí.
En este tiempo, sus apariciones en el cine o la televisión pueden contarse con los dedos de una mano. Sin embargo, Evans acaba de protagonizar un pequeño retorno. Además de prestar su voz al documental Evolution: The genius equation, sobre el potencial humano para la innovación y que incluye entrevistas con expertos en inteligencia artificial o física cuántica, antes de la pandemia la actriz rodó Swan song. Estrenada hace unos meses, es su primera película en más de 30 años. «Pensé: «Leo el guión y luego digo que no».
Pero la historia me intrigó y cuando eso pasa, algo se enciende dentro de mí y siento que tengo que hacerlo». Después de tanto tiempo, la experiencia no fue como la estrella recordaba: «Estaba muy nerviosa. Además, yo estaba acostumbrada a tener un equipo, un maquillador y un peluquero propio. Esta película se rodó en Ohio, creo que me pagué hasta mi propio billete de avión y no me pagaron absolutamente nada –dice riéndose–. Aunque fue muy incómodo, el proyecto me llegó al corazón».
La segunda de tres hermanas, Evans nació en un pequeño pueblo de Connecticut, pero cuando tenía seis meses la familia se mudó a Los Ángeles. Sus padres era bailarines profesionales, pero ella nunca fue la clase de niña que soñaba con ser artista o disfrutaba siendo el centro de atención. Al contrario. De timidez enfermiza, llegó a la interpretación como parte de una terapia de shock ideada por una de sus profesoras, pero también por un cúmulo de casualidades y un drama familiar. «A menudo, cuando miras atrás, te das cuenta de que las peores cosas que te han pasado en la vida, terminan siendo un regalo. Mi padre murió de cáncer cuando yo tenía 15 años. Para mi familia, tuvo un impacto tremendo, mi madre se vio forzada a pedir ayudas de la seguridad social... En el colegio, era tan tímida que no era capaz de leer en alto. Mi profesora me dijo que si no hacía teatro, me suspendería. Me obligaron, aunque yo lo pasaba tan mal que siempre terminaba vomitando. Luego, cuando tenía 15 años, acompañé a una amiga al cásting de un anuncio y terminaron dándomelo a mí. Si mi padre hubiera vivido, nada de eso hubiera sucedido y nunca hubiera hecho ese anuncio. Hubiera tenido otra vida.
Pero... ¡vaya vida he tenido! ¡Qué maravillosa e inesperada!». Con 23 años, Linda saltó a la fama en el western televisivo The big valley. Un par de años más tarde, en 1968, se casó con el actor y director John Derek. Pero el día de Navidad de 1973, Derek le dio la noticia que puso patas arriba su existencia: el cineasta tenía un affaire con Bo Derek, que entonces solo tenía 17 años, y con la que terminó casándose cuando ella cumplió la mayoría de edad unos meses más tarde. El divorcio fue un mazazo para Evans. Su segundo matrimonio, con Stan Herman, tampoco duró.
Cómpralo aquíSi no hubiera sido por su primer divorcio, razona ahora la actriz en reprospectiva, nunca hubiera hecho Dinastía. «Llamé a mi agente y le dije que quería hacer carrera. ¡Yo que nunca había estado interesada en tener una! –recuerda riéndose–. Tenía 40 años, me acababa de divorciar de mi segundo marido y pensaba: «Dios mío, ¡voy a acabar como Elizabeth Taylor!». Siempre había pensando que me casaría y tendría hijos. Esa era la idea. Pero ahí estaba. Y entonces, llegó Dinastía». En el culebrón producido por Aaron Spelling, Evans daba vida a Krystle Carrington, la segunda mujer del millonario Blake Carrington y archienemiga automática de Alexis Carrington, la ex del magnate, a la que interpretaba Joan Collins. Alexis era la malvada arquetípica, pero también un ejemplo de mujer independiente y hecha a sí misma; Krystle, en cambio, era la mujer florero.
Dinastía, con sus opulentos decorados, sus looks ochenteros ricos en hombreras, joyas XXL y cardados imposibles, y su trama de telenovela plagada de traiciones y romances, adicciones y hasta incesto, se convirtió en la serie más vista de Estados Unidos y en uno de los primeros éxitos globales de la televisión. Evans, que ganó el Globo de Oro por su trabajo, no podía ir a ninguna parte sin ser reconocida. Pero era una popularidad agradable, casi nunca intrusiva. «Cuando veo la presión que sufren hoy las actrices, me alegro de haber tenido mi momento en una época más tranquilla y sencilla. Pero incluso entonces se decían muchas mentiras sobre mi relación con Joan Collins, por ejemplo. Se creó una tensión que no existía... Gracias a Dios, Joan y yo ya nos conocíamos antes de Dinastía.
Había estado en mi casa de Malibu con su marido y sus hijos. Joan fue una bendición en mi vida». Las tanganas entre ellas eran pura gasolina para la audiencia. De hecho, se convirtieron en un género en sí mismo: las llamadas «peleas de gatas». Evans y Collins se daban bofetones, se arañaban y se tiraban de los pelos mientras, a su alrededor, los jarrones o las lámparas caían al suelo y se hacían trizas. Todavía hoy sus peleas (coreografiadas al milímetro) son carne de gifs y memes. «Eran escenas muy divertidas de rodar... Además, las peleas nos daban grandes datos de audiencia.
¡La gente se volvía loca! Todavía hoy es lo primero que la gente quiere saber cuando habla conmigo: «¿Os odiabais de verdad? ¿Os hacíais daño?». Una vez, en Nueva York, una señora muy elegante me paró y me dijo que le encantaría pelearse conmigo. ¡Yo que jamás he pegado a nadie!» asegura. Sin embargo, la escena de Evans que más se recuerda (y sobre la que más se ha escrito) no tuvo a Collins como coprotagonista, sino a Rock Hudson. Apenas unos meses antes de su muerte por sida, el galán se incorporó al reparto de la serie como interés romántico de Linda. «Yo ya le conocía. Era muy divertido, le encantaba gastar bromas y nos hicimos amigos. Era encantador en todos los aspectos», explica la actriz.
En una de sus escenas, las dos estrellas tenían que besarse. En medio de los rumores sobre la salud del artista, el rodaje se convirtió en una tortura, sobre todo para Hudson. «Cuando me besó, era como si fuese un niño de nueve años. No era un beso apasionado. Nos pidieron que lo repitiéramos una y otra vez. Y él volvió a hacer lo mismo. Luego supe lo que pasaba y entendí que quería protegerme. Cuando la prensa dijo que pudo matarme, yo estaba enfurecida. Hizo todo lo que pudo por protegerme. Lo que tuvo que soportar por aquello, en los últimos momentos de su vida, fue terrible».
Desde la distancia, Evans observa con optimismo todo lo que Hollywood ha cambiado en estos últimos años, producto del movimiento #MeToo. «Era una conversación muy necesaria. En mi época, yo solo viví dos incidentes, pero no fueron demasiado serios. En una ocasión, mientras estaba en un despacho, un hombre me persiguió alrededor de la mesa. La segunda vez, mientras ensayaba en la caravana con un actor, él me cogió y me besó por sorpresa. Aunque sabía que yo estaba casada, tengo que reconocer que en cierta manera me sentí halagada. Era muy guapo. No fue un episodio de acoso sexual».
Unos meses antes de que Dinastía llegara a su fin tras nueve temporadas, Linda Evans se despidió de la serie. Pero también de la interpretación. «Era una vida muy excitante: viajaba y la gente me conocía en todo el mundo. Aunque era un sentimiento maravilloso, me di cuenta de que esa no era la forma de sentirme realizada. Faltaba algo. Así que me fui y nunca miré atrás». La actriz decidió mudarse al estado de Washington, cerca de la escuela de enseñanza new age Ramtha, en la que ha aprendido a utilizar «el poder de la mente y la consciencia». «La respuesta no está fuera, en el dinero que ganas o el aspecto que tienes. Se trata de un viaje interior a través de la consciencia para entender lo que te hace feliz o te hacen sentir miserable hasta que, por fin, entiendes quién eres desde dentro hacia afuera. Cumplo 79 años este 18 de noviembre y jamás he sido tan feliz. Jamás. Y he encontrado esa felicidad dentro de mí. Pueden pasar cosas a alrededor, puede incluso llegar una pandemia, pero si tienes paz interior te encontrarás bien», explica con convicción.
No ha sido un camino sencillo, sin embargo. En las dos últimas décadas, ha encadenado graves lesiones de espalda, que le provocaban un terrible dolor crónico, con una depresión severa que le llevó, incluso, a contemplar el suicidio. «No hay nada en la vida que no sea una oportunidad. Nos concentramos demasiado en lo malo. Claro que a veces hay que andar en la oscuridad y experimentar el dolor y no todo es «lalalá», pero si aprendes de la experiencia sales reforzado», concluye sobre aquella etapa oscura de su vida.
En los últimos años, Linda ha recuperado la vitalidad perdida: «Aprendí a esquiar con 67 años y hasta pasé una temporada conviviendo con los masáis en Kenia y durmiendo en sacos de dormir en el suelo», cuenta. También es activa en las redes sociales y tiene más de 20.000 seguidores en Instagram. «Estoy rodeada de amigos, familia y amor: mi hermana y mi sobrino viven muy cerca y una de mis mejores amigas de Beverly Hills es mi vecina desde hace 30 años. Además, me interesan muchas cosas: leo, estudio, aprendo... Ya ni si quiera tienes que salir de casa para hacer todo eso». ¿Y qué ve Linda Evans en la televisión? « No veo mucho la tele, pero me gustan los programas históricos y amo Downton Abbey. Esa es mi idea de lo que debe ser un gran culebrón».