Elnaz Rekabi ha puesto en riesgo su vida y su libertad por escalar en un torneo internacional sin velo. / AFP

Nuestra vergüenza

«La vergonzosa represión en Afganistán se ha instalado como un mal internacional menor»

Una mujer ha puesto en riesgo su vida y su libertad por escalar en un torneo internacional sin ocultar su melena con un velo. Lo digo así, aunque todos ustedes conocen la historia de la iraní Elnaz Rekabi, porque me parece que este simplismo define lo intolerable, lo absurdo, lo atroz de la situación.

Nos escandalizamos por esta brutal represión mientras desde Afganistán nos siguen llegando noticias de la vergonzosa represión que se ha instaurado como un mal internacional menor, fuera ya del foco de las noticias diarias.

Rekabi, que probablemente terminará detenida en su país y que, mientras escribo esta carta, se ha visto obligada a dar explicaciones humillantes, no ha tenido el amparo de la comunidad internacional. No el que debería. Y por mucho que nos cortemos mechones en Occidente, su suerte sigue siendo no incierta, si no previsiblemente aterradora.

Mi hija me pregunta por qué los totalitarismos y las religiones a lo largo de la historia han considerado en algún momento necesario ocultarnos, callarnos, esclavizarnos, relegarnos, colocarnos en un papel que nos hace al mismo tiempo víctimas y culpables de no se sabe bien qué.

Y, francamente, no sé qué contestarle, más allá de que tiene suerte de haber nacido en este lado de la Tierra. También que, a la vez, procure no olvidar que comparte la vergüenza del lado del hemisferio.